Una vez más, el próximo 30 de Noviembre y 1 de Diciembre, asistiremos a ese curioso evento comunicacional de la Teletón, donde se apela a la sensibilidad de los chilenos, por medio de una rara mezcla de recursos en donde se confunden el melodrama, la frivolidad e, incluso, la chabacanería. Se nos invitará a solidarizar con esta obra, en una especie de cruzada patriótica, con la que obligatoriamente se debe estar.
Aclaro, que no tengo nada en contra de la Teletón, en lo que dice relación con su fondo: solidarizar con el prójimo. Mejor aún, si se trata de niños con limitaciones físicas que requieren largos procesos de rehabilitación.
Mi reparo apunta contra empresas multinacionales y criollas que, en incestuosa relación, con personajes del mundo artístico, político y de la televisión, transforman la solidaridad -aquella que debe nacer espontáneamente del espíritu de quien la entrega,- en una grotesca y rimbombante escenificación exhibida en una suerte de cadena nacional por la televisión abierta.
En una sociedad como la nuestra, egoísta y socialmente segregada, figuras telegénicas como don Francisco le vienen como anillo al dedo a los poderes fácticos y no tan fácticos, para introducir en el imaginario social la idea que la Banca, Financieras, Retails, Malls y empresas especuladoras que operan en Chile, son súper solidarias con el prójimo.
De esta cruzada se aprovecha, también, el poder político, momento propicio para acallar o aminorar las persistentes demandas sociales en pro de cambios estructurales en el orden político, económico y social. En pocas palabras, un lavado de imagen para la clase política y el poder económico, responsables del estado de segregación en que vivimos los chilenos, una sociedad en donde lo que más abunda son la riqueza, la desigualdad, la estupidez y el derroche.
Como siempre, cada paso será meticulosamente escenificado para finalizar en un happy end al estilo de las películas de Hollywood. De seguro, esa noche nos iremos a dormir con nuestras conciencias tranquilas, después de ese chorreo de solidaridad que habrá brotado por nuestros poros. Felices, tras comprobar que se alcanzó la meta, una alta cifra, a la que se llegó, coincidentemente, en los últimos minutos de cierre. Un ajustado cálculo, meticulosamente estudiado, para dar mayor emotividad a la maratónica jornada.
No se necesita tener mucha imaginación para anticipar la descripción del cierre de la jornada. El público asistente se pondrá de pie, entre un mar de globos multicolores, aplaudiendo a rabiar. El clímax llegará cuando aparezca el niño símbolo de la Teletón, avanzando con dificultad hasta donde “Don Francisco” para fundirse en un emotivo abrazo.
Una escena repetida, pero no por ello menos efectiva para arrancar lágrimas del público asistente y, por cierto, en aquellos televidentes que siguen ávidos los pormenores a través de su televisor. En ese momento, no será casual que el rating llegue a su punto más alto.
Sin embargo, esas hipócritas imágenes, de antemano preparadas y escenificadas esconden en su fondo no pocas zonas oscuras que desvirtúan los presupuestos básicos subyacentes en un acto solidario de tal envergadura.
Sí, porque el acto solidario para ser tal, no debe perseguir réditos personales. Al contrario, tal acto para que sea genuino debe hacerse en forma anónima. O sea, solidaridad, no al estilo Farkas, aquel multimillonario preocupado que sus donaciones se difundan y publiciten ampliamente por los medios de comunicación. Este tipo de solidaridad desvirtúa la esencia del acto solidario propiamente tal, esto es, un desprendimiento que debe ir a entero beneficio hacia quien se destina, pero en ningún caso un rédito comercial o de imagen pública para quien lo entrega.
Y si el caso Farkas sirve de ejemplo, para adivinar hacia donde apunta mi crítica, no necesito explayarme mayormente para el caso de las empresas criollas y multinacionales que participan en este engañoso juego. Peor aún, porque si bien Farkas sus donaciones las hace sacando plata de su propio bolsillo, las empresas lo hacen sacando plata de los nuestros. Lo que aportan proviene de las mayores ganancias recibidas, producto del aumento de ventas, gracias al intenso bombardeo publicitario que se empieza a hacer un mes antes del evento mismo.
El año pasado ya vimos cómo dos empresas hicieron uso de los canales de Tv chilena en cadena, para llamar a que ese sábado 3 de diciembre concurrieran a comprar a sus locales, con la excusa de la ayuda a la obra que te remueve hasta los huesos con dramáticas historias.
La meta para la donación de Unimarc fue que se realizaran 500 mil compras, si no llegaban a ese objetivo, su donación sería menor. Por su parte, la empresa Ripley, usando la misma estrategia de la donación condicionada, señaló que esperaban llegar a la meta de 70 mil transacciones para hacer su aporte. Finalmente en uno y otro caso, su “solidaridad” se traduciría en un porcentaje del dinero desembolsado por los miles de chilenos que frecuentan este tipo de establecimientos.
En definitiva, el aporte de las empresas que participan en la Teletón, no es que se desprendan de un monto de antemano prefijado, sino condicionado a las mayores ventas efectivas. Sabemos, por los más elementales cursos de economía, que el mayor o menor éxito en la venta de un producto, va en proporción directa a la cantidad de propaganda publicitada. En fin, las empresas de la Teletón cumplen un doble propósito: mayores ganancias y mejor posicionamiento de su imagen pública.
Ahora bien, al día siguiente, una vez finalizada la Teletón, como amargo contraste, la vida real se asomará en toda su crudeza, un nada que ver con esas 48 horas de ilusión, de vida virtual que vivimos, bajo el slogan del “puro corazón”. Volveremos a nuestros sitios de trabajo para seguir siendo explotados y alienados, precisamente, por esas mismas empresas que nos hicieron creer ser solidarias con el prójimo. Una explotación que, en nuestro país, se hace más evidente, gracias a una generosa ley de flexibilización laboral a favor de los empresarios, que precariza la calidad de nuestros empleos y nos pone en un estado de inseguridad respecto de un futuro que cada día se nos muestra más incierto.
En otra arista, coincidentemente la publicidad de la Teletón se hace en una productora cuyo dueño es el propio Don Francisco. Una denuncia que se hizo público, en su momento, en la revista “Que pasa” y sobre la cual, hasta donde se sepa, no ha habido ningún desmentido ni respuesta. ¿Cuánto gana Don Francisco y los rostros más emblemáticos que lo secundan a costa de los necesitados con los que supuestamente están solidarizando? Nadie lo sabe, nadie lo pregunta. La ley de transparencia parece que no funciona para este caso.
En esta rifa de imágenes no podrán faltar los “piérdete una”, aquellas caras visibles de artistas y personajes de la televisión (muchos rostros fachos). Ahí estarán robando cámaras esa curiosa fauna de personajillos que se hacen llamar, unos”, “opinólogos”, y otros, “periodistas de farándula”. También estarán esos nuevos bichos raros, jovencitas y jovencitos de los programas de realities. Esos personajillos a la que los productores le ofrecen fama/cama, según se ha sabido a propósito de las formas y prácticas de trabajo que operan en ese mundillo, reveladas a propósito de ese feo caso de incitación a la prostitución infantil. En fin, un desfile de personajes de tercera y cuarta categoría, gracias a la generosa vitrina que les proporciona la Teletón.
Ahora bien, si la Teletón tiene engaños y lados oscuros…¿a qué se debe su éxito?… A decir verdad, somos pocos los que públicamente osamos criticarla. Tarea difícil cuando todo un mensaje mediático tiene convencida a la gente que hay que estar ahí, casi como un imperativo patriótico y moral de primer orden. Quien se atreves alzar la voz crítica, eso está mal y lo miran feo. No le dan ni la hora, le hacen el vacío, le apartan. Como bien lo apunta el sociólogo, Eduardo Santa Cruz:
“Aquí también hay un ‘aporte’ de las figuras televisivas, que no es gratuito. Se ha ido remarcando que la Teletón se asocia a una movilización nacional, en función de resaltar una cierta identidad, y esto es muy manipulado. Es este discurso del que somos los campeones mundiales de la solidaridad, un discurso que es bastante vacío, muy retórico y que además es muy efímero porque sólo dura dos días. Se crea un ambiente un poco desagradable, un ambiente ultra emocional, un ambiente muy cargado melodramáticamente, en el que no puede haber voces disonantes, todo Chile y todos los chilenos tienen que estar dispuestos a cualquier cosa. Se genera un ambiente de cierta intolerancia. El que no está ahí: está contra los niños, contra la patria, contra todo… es el gallo más malo que puede haber, no tiene sentimientos”.
En fin, queda claro que todo este espectáculo en ningún caso se trata de solidaridad, que cuando lo es, lo es anónima y permanente y no sólo en 48 horas de show.
En su origen una noble causa, desvirtuada y profitada por empresas que lucran y especulan día a día a costa de nosotros, y que en el día de la cruzada por la Teletón tratan de pasarnos gatos por liebres, al hacernos creer que la caridad y la beneficencia son la misma cosa, cuando las relaciones que implican son completamente diferentes.