Además de constatar el total engaño respecto de los resultados de las elecciones municipales que han intentado hacer la Alianza y la Concertación, es importante resaltar que la gigantesca abstención que hubo en ellas (que combinada con los votos nulos y blancos representa más del 60% de los ciudadanos) constituye una seria derrota para la legitimidad del sistema político-social autoritario y neoliberal impuesto por la dictadura de Pinochet, y consolidado por el liderazgo de la Concertación a través de sus 20 años de gobierno.
Más allá del hecho obvio de que dicha abstención no se debe a una sola causa; es claro que ella refleja una muy grande y creciente cantidad de gente que –de una u otra forma- se ha dado cuenta que el ejercicio de su voto no tiene un efecto significativo en la variación de las condiciones de su vida, dado que la coalición que teóricamente plantea el cambio social (la Concertación) hace mucho ya que dejó de tener dichas intenciones. Esta conclusión se reafirma porque -a diferencia de países muy desarrollados donde la gran cantidad de abstención constituye el reflejo de la satisfacción generalizada con el statu-quo- la generalidad de las encuestas expresan que la mayoría de la población está en desacuerdo con las estructuras económico-sociales vigentes, heredadas de la dictadura.
Por cierto que la inmensa mayoría de estos ciudadanos abstencionistas está todavía desinformada respecto del regalo de la mayoría parlamentaria efectuada por aquel liderazgo a la derecha en 1989; o del bloqueo de fondos externos (holandeses) y de la discriminación del avisaje estatal aplicados por los gobiernos concertacionistas a sus diarios y revistas teóricamente afines, y que terminaron destruyéndolos en la década de los 90; o de la feroz oposición de sus sucesivos gobiernos a devolver los bienes del confiscado diario Clarín a su legítimo dueño (Víctor Pey), consolidando así el duopolio El Mercurio-Copesa; o de la aprobación de una ley a comienzos de los 90 que amplió la posibilidad de desnacionalizar el cobre; o de que dichos gobiernos efectuaron fraudes estadísticos con las encuestas CASEN de aproximadamente 35 mil millones de dólares, con la finalidad de exhibir una mucho menor desigualdad de ingresos que la realmente existente (Ver El Ciudadano; Nº 52, diciembre de 2007); o de numerosas otras medidas de aquellos gobiernos que, de saberse, dejarían perplejos –por decir lo menos- no solo a la mayoría de estos ciudadanos sino también al conjunto de la sociedad chilena.
Pero así como no se puede tapar el sol con el dedo, tampoco se pueden dejar de percibir los resultados fundamentales de la obra de los gobiernos de la Concertación. Es decir, ningún engaño retórico puede ocultar el hecho que TODAS las estructuras económico-sociales impuestas por la dictadura durante los 80 quedaron esencialmente iguales al 2010 (por lo que acentuaron la concentración del poder y del ingreso de los grandes grupos económicos); y, por cierto, han continuado vigentes durante el gobierno de Piñera: El Plan Laboral; las AFP; las ISAPRE; la LOCE-LGE; la ley de universidades; los sistemas financiero y tributario; las privatizaciones; la ley de concesiones mineras; la neutralización de los sindicatos, de las juntas de vecinos y de los colegios profesionales; etc.
Además, adquiere mayor significación la abstención electoral de las recientes elecciones si consideramos la profusa propaganda electoral efectuada –especialmente por la derecha política propiamente tal- y los insistentes llamados realizados por el conjunto de las instituciones nacionales, y particularmente por los canales de televisión, a apelar al sentido del “deber ciudadano” para que la población se sintiera éticamente obligada a concurrir a depositar su voto.
Otro elemento de la reciente elección que refuerza la derrota del sistema autoritario vigente son los malos –e incluso sorprendentes- resultados obtenidos por alcaldes que se distinguieron por aplicar duras políticas represivas al movimiento estudiantil del año pasado. Fueron los casos de Labbé en Providencia (que además, se “distinguió” por homenajear a uno de los peores criminales de la DINA, como Miguel Krasnoff) y de Zalaquett en Santiago, que perdieron rotundamente su esperada reelección. Y también fue el caso de Sabat en Ñuñoa que –más allá si gana o pierde finalmente la elección- logró una aprobación muchísimo menor a la esperada. En la misma línea apuntan los excelentes resultados –y también sorprendentes- alcanzados por el ex presidente de la FEUSACH, Camilo Ballesteros, en su postulación a la alcaldía de Estación Central.
A todo lo anterior hay que agregar que –dentro del muy disminuido conjunto de votos válidamente emitidos- la Concertación, con su ¡17,09% del total del universo electoral!, obtuvo en conjunto con los demás partidos de “centro” o de “izquierda” (5,55%) mucho más que la derecha política propiamente tal (13,08%). Es cierto que se puede deducir que una cantidad significativa de votantes de la Concertación también ya “se ha comprado” el modelo neoliberal o va a seguir confiando ciegamente en su liderazgo. Pero no hay duda también que una gran parte de ellos perciben con molestia la derechización de aquel; y si continúan votando por dicho conglomerado es más por razones histórico- emocionales o de “mal menor” que por compartir el viraje ideológico de su cúpula dirigencial. Por lo mismo, al preferirla a la derecha está demostrando una mucho menor adhesión a la obra económica de Pinochet que si votara a la inversa.
De todas formas no es posible sacar cuentas muy alegres de esta derrota del sistema autoritario. Pese a que también dentro de los militantes y dirigentes concertacionistas están creciendo significativamente las voces que demandan una democratización del país a través de la única vía posible para ello, esto es, una Asamblea Constituyente libremente electa por todos los ciudadanos chilenos; la hegemonía de la dirigencia conservadora de la Concertación es todavía abrumadora. Ya vimos como el furor de la derecha ante la sola mención de tal Asamblea gatilló un cerrado rechazo de aquella a esa posibilidad. Incluso, dos de los mayores líderes fácticos del PS –Escalona e Insulza- se refirieron muy despectivamente a ella. Es más, Escalona –reconocido “vocero” de Bachelet en Chile- señaló con su particular estilo que al proclamar esas ideas “se estaba fumando opio” y se le estaba haciendo un gran daño a la candidatura presidencial de la propia Bachelet: “Se le estaba colocando un salvavida de plomo”. Y, reveladoramente, ella no dijo nada…
Por otro lado, el creciente número de personas y grupos que están planteando la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente se encuentran desperdigados, no siendo aún capaces de formar un auténtico movimiento socio-político en esa dirección. No es fácil el camino para una democratización del país.