En las familias suele haber temas que no se tocan por razones poco confesables, y se adopta el silencio para resolver los asuntos molestos. Como el silencio no funciona, hay quienes se van a la tumba con la conciencia muy intranquila mientras los sobrevivientes se pudren en vida.
Algo parecido ocurre en Chile con una cuestión que irrita, avergüenza o inquieta a quienes tienen el deber de resolverlo: los poderes públicos, las fuerzas armadas, el presidente, el Parlamento. Me refiero a los conscriptos olvidados, aquellos que en virtud de la ley hicimos nuestro servicio militar obligatorio (SMO) entre los años 1973 y 1990.
Una generación de muchachos de 18 años concurrió a servir a la patria sin imaginar que a poco andar las fuerzas armadas se harían responsables de un golpe de Estado de consecuencias incalculables. Miles de jóvenes nos vimos involucrados en una ruptura institucional en la que servimos de carne de cañón, de mano de obra gratuita, de cancerberos, e incluso de verdugos de nuestros propios conciudadanos.
Sin tener arte ni parte. Si excluimos a los pocos conscriptos que se sumaron entusiastas a la insania de la represión, fuimos víctimas al mismo título que aquellos a quienes “vencimos”, los encarcelados, los exiliados, los exonerados, los torturados, los asesinados, los desaparecidos. La llamada transición que consagró la impunidad de los responsables -civiles y militares- pasó por pérdidas del ejercicio a cientos de miles de conscriptos. Sin que nadie se dignase escuchar nuestra historia. Esa historia que contamos aquí.
La Agrupación Nacional de Ex Soldados Conscriptos de Chile, período 1973-1990, reúne unos doscientos mil ex Soldados Conscriptos. La inmensa mayoría originarios de las familias más humildes y pobres de Chile, nacidos entre los años 1954 y 1971, obligados a cumplir con el SMO en el período más oscuro de nuestra historia como nación. Desde el año 1900 hasta el año 1978 la ley obligaba a todo joven de 18 años de edad a un año de conscripción. Sin embargo, entre 1973 y 1990 tuvimos que cumplir con a lo menos dos años de SMO: el 22 de septiembre de 1973 se publicó el decreto Ley Nº 5, que amplió la conscripción a dos años, decreto justificado por los “Estados de Excepción”, estados que de acuerdo a la Constitución de 1925 sólo podían ser invocados por un Presidente democráticamente elegido.
Durante nuestro período de conscripción fuimos utilizados para funciones y labores que estaban fuera de los contextos legales. Vestidos de uniforme, se puso en nuestras manos adolescentes armas de fuego para atacar y reprimir al mismo pueblo del cual proveníamos, obligándonos a confrontar a nuestros propios conciudadanos. En razón del “estado de emergencia” que vivía el país, vigilamos y transportamos prisioneros, hicimos guardias en puntos militares estratégicos, en centros de torturas, en poblaciones militares, en calles y carreteras, efectuamos patrullajes en poblaciones en dónde se nos repelió con palos y piedras e incluso con disparos. Soportamos períodos de más de cuatro meses de guardia, cuidamos nuestras fronteras con escasa alimentación, sin agua para calmar la sed, sin el más mínimo aseo personal, muchas veces llenos de parásitos. Siendo aún menores de edad (la ley 19.221 que estableció la mayoría de edad en 18 años data de mayo de 1993) fuimos sometidos a órdenes que iban en contra de nuestros principios y creencias. Fuimos reprimidos y castigados con torturas físicas y psíquicas, y amenazas a la integridad física de nuestros padres y hermanos en caso de incumplimiento de órdenes. Sufrimos golpes de puños, pies, palos y “baquetas”, así como aplicaciones de electricidad. Padecimos el “submarino”, que consistía en meternos la cabeza en tiestos con agua o directamente en la taza del baño y mantenernos allí por largos minutos. Se nos colgaba de pies y manos, se nos mantenía al sol durante días enteros al punto de desmayarnos o simplemente perder la vida. Se nos azotaba con palos, varillas o correas, se nos hacía la “guitarra” que consistía en levantar los brazos hasta que nuestras costillas quedaran a la vista, luego se nos raspaba con monedas, palos o trozos de metal, como rasgueando una guitarra y se nos obligaba a cantar. Solo cuando sangrábamos mucho nuestros superiores desistían de ese tormento.
En una época marcada por un clima de máxima odiosidad, se nos instruía que si había que sacrificar las vidas de nuestros propios padres y hermanos lo debíamos hacer por el bien de la Patria. En la ciudad de Osorno está recluido actualmente un Ex Soldado Conscripto, Francisco Pacheco, conocido como el “Rambo Chileno”, condenado a cadena perpetua por haber dado cumplimiento a esa “orden” asesinando a sus padres. Nadie consideró que ese joven ciudadano era alumno regular del colegio El Alba de Osorno, colegio para discapacitados mentales, y que fue obligado por las autoridades de la época a cumplir con el SMO.
¿Podemos preguntarnos quién debiese estar cumpliendo cadena perpetua? Fuimos los custodios de los detenidos por la dictadura, testigos de los tormentos y violaciones que sufrían nuestros conciudadanos e incluso nosotros mismos. Cuando se sospechaba que éramos contrarios al régimen, se nos obligaba a conformar “pelotones de fusilamiento” que ejecutaban a ciudadanos inocentes e incluso a nuestros mismos compañeros. En la imposibilidad de interceder por ellos, quedaron grabados en nuestros oídos las súplicas y palabras de clemencia por sus vidas, el rechinar de sus dientes ante el dolor infligido. En nuestras retinas están, cual fotografías, las muecas de dolor, las heridas y laceraciones producto de las torturas aplicadas. Son recuerdos que hemos arrastrado durante nuestra vida con el dolor, la desesperanza, la angustia, la duda “de que algo más podríamos haber hecho por todos y cada uno de ellos”. Pero éramos sólo el último eslabón de una férrea cadena de mando. Aún así extendimos palabras de aliento, compartimos parte de nuestro precario alimento, algún “cigarrito”, fuimos puentes de comunicación entre las víctimas y sus familias.
Michelle Bachelet puede dar testimonio de uno de esos sublimes actos de humanidad: junto a otros prisioneros de la tenebrosa Villa Grimaldi era llevada por un Conscripto a un determinado sector donde le pedía que descubriera sus rostro y contemplara las estrellas, las rosas que allí había, mientras le entregaba palabras de aliento y consuelo poniendo en riesgo su propia vida.
Cuando años más tarde nos recibió en su calidad de Presidente de Chile, a nuestros ruegos y reivindicaciones nos respondió que no podía hacer nada arguyendo: “No gobierno sola”. Esa respuesta es simbólica de lo que hemos obtenido de las autoridades civiles y militares de nuestro país: nada. Para los primeros somos ex militares, para los segundos sólo civiles. Nadie se hace responsable de los incumplimientos de la ley bajo la cual fuimos incorporados a las fuerzas armadas. Nuestra asignación de sueldo fluctuaba entre el 50% y el 70% del ingreso mínimo del mes de agosto del año anterior. De ese monto se nos descontaron imposiciones que al 99% de nosotros aún no se nos cancela, produciéndonos un daño previsional irreparable.
De acuerdo a nuestros datos, más del 90% de los Ex Conscriptos contamos con menos de diez millones de pesos de saldo previsional. De nuestro sueldo se nos descontó peluquería, lavandería, un 15% como fondo del reservista que jamás vimos, se nos hizo responsables del “cargo” y del “armamento” que quedaba inutilizado durante nuestra conscripción, tuvimos que hacer aportes económicos para los casinos de oficiales y de suboficiales, aportar la mitad de los sueldos que nos quedaba para comprar “calderas” y así poder ducharnos con agua caliente, calderas que nunca se compraron. Con la otra mitad debíamos aportar para comprar los útiles de aseo de nuestras cuadras o dormitorios. Todos esos descuentos eran perfectamente ilegales.
Hasta el día de hoy somos estigmatizados por la ciudadanía, acusados de violaciones, torturas y asesinatos. Se nos considera victimarios, e incluso responsables del golpe militar, cuando sólo somos un grupo de ciudadanos víctimas de las circunstancias de esa época. Muchos de nuestros compañeros no resistieron el tormento de tantos recuerdos y se suicidaron como consecuencia de lo sufrido a tan temprana edad. Hemos sufrido exclusión social, no pudiendo reinsertarnos laboral ni socialmente. Nuestros pares, vecinos, amigos y parientes nos dieron la espalda, nuestras casas han sido atacadas, nuestros padres y hermanos agredidos, nuestros estudios quedaron truncos, perdimos nuestros empleos porque nuestros empleadores tenían la obligación de guardar la fuente laboral solo por un año. No se nos contrataba por considerarnos “soplones o sapos”, y la mayoría somos trabajadores independientes, sin ningún beneficio estatal, sin salud ni previsión.
Muchos tuvimos que emigrar de nuestro lugar de origen como consecuencia de haber cumplido con el SMO que era un deber legal. Muchos Ex Conscriptos no pudieron superar esos maltratos y padecimientos, sobreviven como vagabundos en el más absoluto desamparo, alcoholizados, drogadictos, con secuelas físicas irreparables, inválidos, desmembrados, ciegos, sordos, con balas en sus cuerpos, mentalmente disminuidos. Impresiona escuchar testimonios de Ex Conscriptos de más de 50 años de edad que aún deben dormir con las luces encendidas. Todos, de una u otra forma, padecemos del síndrome post-traumático que afecta a todo ser humano que es sometido a una presión extrema en alguna época de su existencia. Estas secuelas las hemos trasmitido a las personas que más amamos y respetamos en nuestras vidas, nuestros hijos, nuestras esposas.
Juan Fernando Mellado Galaz – Presidente Nacional y Presidente de Santiago de la Agrupación Nacional de Ex Soldados Conscriptos del Servicio Militar Obligatorio (SMO) período 1973-1990