El 12 de noviembre de 2012 vi en La Segunda una foto a color recién tomada de la bloguera opositora cubana de apellido Sánchez acompañada de Reinaldo Escobar, su esposo, en su casa de La Habana, minutos después de haber sido puesta en libertad tras una rápida y breve detención. Ella declaró que de nuevo pudo recorrer las calles de la ciudad, y se vio muy bien en la foto, que ella misma twiteó.
Bien por ella, y por su familia.
Bien por ella: puede hacer hasta filmaciones en su propio hogar. Ayer se supo que había escrito en twiter “Vuelvo a caminar las calles y estoy feliz”.
Cuando se le ha preguntado desde España –ella trabaja para el diario El País- si ha sido personalmente reprimida ha contestado: “Nadie ha golpeado a mi puerta…sí, creo, que mi teléfono está intervenido pero no tengo pruebas”. A una periodista de TVN de Chile, Consuelo Saavedra, que la entrevistó hace unos meses sentaditas en un banco blanco de un parque de La Habana (parecía ser Quinta Avenida), le manifestó algo así como “Es posible que en este momento, fíjate, alguien nos esté observando; pueden estarnos siguiendo”.
Discrepo del periodismo ególatra que ella ejerce y de la personalidad algo sicótica que se ha inventado a partir de su rol, pero no le deseo mal.
Sólo saco conclusiones como viejo periodista chileno.
¡Si nosotros hubiésemos sido tratados así los 17 años de tiranía!
No digo entrevistados en el Parque Forestal por la TV Cubana ni nombrados Vicepresidente de la SIP o contratados por El País de España sino “perseguidos” de esa manera, con la posibilidad cierta de volver a la casa, después de un día de protesta y comisaría, a escribir la experiencia, a acurrucarnos con nuestros seres queridos en un lugar propio, con puertas seguras, a filmarnos o fotografiarnos en la intimidad hogareña, para después, incluso, salir a caminar nuevamente por las calles de Santiago pudiendo respirar, felices, bien a concho.
Si hubiésemos sido blogueros ese día 11 de septiembre de 1973 y los siguientes años dictatoriales, qué de cosas nos habríamos evitado.
Algunos disidentes que nos dedicábamos a escribir y, a lo más, a opinar por la radio, no habríamos sido perseguidos y desterrados.
Nuestros medios de comunicación no habrían sido bombardeados, destruidos y clausurados para siempre.
Nuestro líder político no habría sido atacado por aire y tierra y bombardeado en su centro de trabajo y en su casa.
Algunos, como Víctor Jara, no habrían sido eliminados por cantar.
Otros, como Pepe Carrasco, no habrían sido brutalmente asesinados, por escribir.
No habríamos sido ni siquiera exonerados, sin más, de nuestros trabajos por decretos ilegales ni habríamos tenido que cambiar de casa y fondearnos. Ni ser obligados a buscar casas con aparentes puertas cerradas porque las nuestras no servían, las echaban abajo.
No habríamos sido desterrados.
Nuestras parejas no habrían sido desterradas.
Nuestros hijos no habrían sido desterrados.
No habrían sido nuestros hijos detenidos a su vuelta a Chile.
La familia se habría preocupado, por cierto, pero dentro de márgenes tolerables.
No habrían muerto de pena nuestras viejas.
No habríamos sentido a nuestros amigos morir o desaparecer, ser torturados y tener que cumplir largas condenas sin juicio en campos de concentración más o menos encubiertos.
No los habríamos visto en el exilio.
No habríamos tenido que vivir, con cuidado, 15 años con toque de queda.
No habríamos perdido nuestra nacionalidad.
A la vuelta a Chile no habríamos sido de nuevo perseguidos y ahora secuestrados.
Habríamos tenido libreta de racionamiento con lo básico para alimentarnos. Y gratuidad en la educación familiar y la salud familiar.
Y algunos pesos para jubilar con fondos del Estado.
Habríamos seguido teniendo una casa donde vivir, o una donde pagar de arriendo a lo más el 10 por ciento de nuestro ingreso principal.
Podríamos haber ido a las playas de nuestro país y no buscarlas, sin lograrlo, en otras partes del planeta. Seguir amando Cartagena como ella ha amado Santa María del Mar.
Podríamos habernos conectado a las redes sociales y a las de otros disidentes para intercambiar opiniones.
Claro, no nos habrían permitido “cubrir” ciertos procesos judiciales, y eso no habría sido agradable.
Y también, de vez en cuando, nos habrían echado el ojo para ver por dónde íbamos. Sobre todo si dábamos entrevistas públicas a canales de TV estatales de países con gobiernos adversarios.
En episodios extremos – en mítines callejeros sin ningún permiso previo, por ejemplo- a lo más habríamos estado un par de horas en la comisaría, sin empujones, sin scotch en los ojos, sin desvestirnos, sin moretones, con cinturón bien puesto y respetado, cordones de los zapatos sin sacar y celular en la mano.
¡Y con el mundo sabiéndolo…y publicándolo! ¡Y haciendo escándalo!
¡Qué de tragedias nos habríamos evitado!
¡Cuántos asesinados, desparecidos, torturados, se habrían salvado!
¡¡Por qué no haber sido tratados como blogueros disidentes!!
¡¡ Putas! ¡Por qué no haber recibido ese nivel de represión, tan castrista y comunista!!