Tras las elecciones municipales, nuestro país entra en la campaña presidencial y parlamentaria. Los sectores de derecha ya están disponiendo sus piezas en el tablero, los ex ministros Lawrence Golborne y Andrés Allamand serán los rostros en esta primera etapa. En la oposición, el nombre de Bachelet parece imponerse por su propio peso. En los próximos meses debe resolverse con mayor nitidez el panorama político, hay tres cuestiones a resolver: mecanismos de elecciones primarias, los programas de gobierno y las estrategias para atraer electores.
Los partidos y conglomerados deben tejer una estrategia de seducción no solo para enaltecer la figura de su candidato sino, y muy principalmente, una estrategia capaz de seducir, aunque sea parcialmente, a ese incierto “electorado oscuro” que se abstuvo en los comicios municipales. Para que esto sea posible se requiere que el proceso por el cual se instala una candidatura sea percibido como democrático y transparente. Es decir, las elecciones primarias en la Alianza y en la Concertación resultan indispensables. A esto se suman las eventuales candidaturas alternativas que bien pudieran darnos más de una sorpresa.
Si ya el mecanismo de elecciones primarias y las estrategias para atraer a parte de los abstencionistas plantea tensiones y problemas al interior de los distintos conglomerados, la elaboración de un programa de gobierno será también un sendero pedregoso y cuesta arriba. Esta dificultad se advierte tanto en los candidatos de derechas como en aquellos de centro-izquierda. Es claro que la UDI y RN oponen visiones distintas del país al que aspiran, lo mismo puede decirse de los pactos al interior de la Concertación.
Otra cuestión crucial es que el abstencionismo instala una dosis mayúscula de incertidumbre que dificulta el análisis y los pronósticos. De hecho, las últimas elecciones municipales mostraron la insuficiencia de las encuestas como instrumento para escrutar el universo de los votantes y sus tendencias. El “electorado oscuro” compromete el diseño de estrategias político – comunicacionales adecuadas de todos los actores políticos del país. Nadie sabe con certeza a quién dirigirse ni, mucho menos, con qué argumentos. La cuestión no es baladí en la medida que una campaña de alto costo, pero mal orientada puede significar el fracaso de una candidatura.
Por último, la campaña presidencial que ya ha comenzado no debe opacar la elección parlamentaria, pues es en ésta donde se juegan las distintas fuerzas en el poder legislativo y, en consecuencia, cualquier posibilidad de reformas políticas o económicas en nuestro país. Las posibilidades del próximo gobierno, cualquiera que sea, estarán condicionadas por la composición del Congreso. Las elecciones del año que viene poseen una característica inusual en nuestro medio, en ella se juega la continuidad de la derecha en el poder o la restitución de una figura reformista de centro-izquierda. Así, las elecciones presidenciales adquieren un mayor “suspenso” fruto de la incertidumbre abstencionista y de un mayor contraste frente a un gobierno de derechas.
*Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS