Como se ha publicado, la elección presidencial norteamericana no la gana quien saca más sufragios en las urnas. Es indirecta. Cada estado y el Distrito de Columbia (DC), la capital, elige grandes electores, un número igual a sus diputados, que se determina por la población, y senadores, dos por cada estado (el mínimo es tres). Ello beneficia a los estados más chicos. En 48 estados y el DC, el candidato que saca más votos se lleva a todos los grandes electores, y solamente en dos, pequeños, el sistema es proporcional.
Para ser electo, se requieren 270 votos de grandes electores. En la historia de EE.UU., en cuatro oportunidades, han sido elegidos presidentes el candidato con la segunda mayoría. La última vez fue la primera elección del segundo Bush, el año 2000, a pesar de que Gore logró una maoría de 500.000 votos populares.
Ahora bien, la mayor parte de los estados se inclinan por uno u otro partido, Texas y el sur en general por los republicanos, a partir de la década de 1970, e Illinois y ambas costas por los demócratas.
Por consiguiente, la elección se decide en los estados en que ambos partidos tienen fuerzas similares y en que hay por lo general un gran número de independientes e indecisos. Se los podría llamar bisagras o claves. En un comienzo se pensó que en esta oportunidad serían 12, esa cifra se redujo a 9 y podría terminas en uno, Ohio, donde vive el 4% de la población. En los tres que ahora no lo son (Michigan, Minnesota, Pennsylvania), Obama tiene mayorías por sobre el error estadístico según las encuestas.
Los estados en disputa son Florida (29 grandes electores), Ohio (18), Carolina del Norte (15). Virginia (13), Wisconsin (10), Colorado (9), Iowa (6), Nevada (6) y New Hampshire (4). En todos ellos, salvo Florida y Carolina del Norte, va delante Obama por no más de 3 %. En tres de esos estados, Florida, Colorado y Nevada, el voto hispano es considerable, grupo que en un 69 % apoya a Obama (la gran excepción son los de origen cubano).
The New York Times publicó infografías interactivas con combinaciones con los posibles resultados de las elecciones en esos estados, que dan 431 escenarios de victoria para Obama y 76 para Romney, que se pueden consultar en
http://elections.nytimes.com/2012/swing-state-tracker.
http://www.nytimes.com/interactive/2012/11/02/us/politics/paths-to-the-white-house.html
Ese mayor margen de maniobra de los demócratas es el que hace favorito a Obama. En las apuestas, por ejemplo, van 67,7 a 32.7. En otras palabras, si uno apuesta por Obama, y gana, por cada dos dólares le pagan uno. Si apuesta por Romney, y gana, por cada dólar le pagan dos.
Si Obama gana Florida, el primero de los estados bisagras que cierra la votación, se asegura la presidencia, Romney tendria que ganar los ocho restantes, lo que es imposible. Casi lo mismo ocurriría si gana Ohio y Wisconsin. Si pierde Florida, como es posible y su campaña lo reconoce, sigue conservando la mayoría en los escenarios de victoria, 176 versus 75.
El sueño de Romney es ganar Florida y Carolina del Norte, donde según las encuestas va adelante, por 1,8 % y 3,0 %, respectivamente, y Ohio, donde Obama va adelante por 2,8%. Si ello ocurriera, los escenarios de victoria de Romney superarían a los de Obama 47 a 14.
Hay otro factor que explica porque Obama es el favorito. Las encuestas se hacen por teléfonos fijos y dos bases de Obama, los jóvenes (59% por Obama entre los de 18 a 29 años) e hispanos (69 % demócratas), tienen mayoritariamente solo celulares. Ello también explica los defectos de las encuestas chilenas, que excluyen a los más pobres y a los más jóvenes. Por cierto que se pueden hacer cálculos compensatorios, pero aumentan el margen de error.
En la elección del Senado, se elige un tercio de 100, los demócratas conservarán su mayoría, pero no lograrán las 60 bancas que se requieren para evitar la obstrucción de la minoría.
En la de la Cámara de Diputados, los republicanos mantendrán su mayoría, aunque podrían perder una docena de bancas. La razón es que ambos partidos están casi empatados nacionalmente, pero los republicanos controlan la mayor parte de las autoridades estatales, lo que les permite distribuir los distritos electorales federales en la forma en que más les conviene, el llamado gerrymander.
Ahora bien, en ese contexto cabe preguntarse si continuará lo que para algunos es una polarización política obstructiva y para otros un poderoso polo magnético (el creciente costo de la política y el “creditismo” que privatizó el keynesianismo) que atrae a los partidos hacia la derecha desde que se inventó la tercera vía.
Tengo mis dudas. Como se ha demostrado en esta campaña electoral norteamericana (y también en la chilena) la ciudadanía marcha en la dirección opuesta. Ello obligó a Obama a escuchar y adaptar su discurso al clamor popular y, como repuntó así, a su vez obligó a Romney a abandonar a la extrema derecha y en política internacional hacer prácticamente suyas las propuestas del presidente.
Y nosotros tenemos algunos éxitos, como el de doña Josefa en Providencia, entre otros, cuya victoria es el símbolo ciudadano del fin definitivo de la dictadura, y la acompañan los descendientes de Tohá, Allende, Prats, etc.