Diciembre 26, 2024

La campaña presidencial de 2013 podría plebiscitar un nuevo Proyecto-país

allamand_hinzpeter

allamand_hinzpeterPasada apenas una semana del catastrófico rechazo por parte de la ciudadanía, no sólo al sistema de partidos políticos, sino también a las demás instituciones, cuya legitimidad emana de la democracia electoral, los partidos vuelven, un poco más humildes y, como si nada hubiera ocurrido, a disputarse el trofeo del triunfador cuando apenas representan el 40% del universo electoral y cuentan con el desprecio, el desgano o el rechazo del 60% de los electores.

 

 

¿Con qué cara un alcalde puede pretender representar a su comuna con menos del 20% de sus representados? Una investigación de CIPER probó que muchos diputados de las comunas populares, entre ellos Osvaldo Andrade, apenas representa el 8% de sus electores potenciales.


El 28 de octubre de 2012 no resucitó la Concertación, sólo se confirmó el desastre del segundo gobierno de derecha, elegido por sufragio popular, desde 1938. Este panorama es como para colegir que la derecha es incapaz de gobernar exitosamente en democracia – si lograron llegar al poder fue por obra y gracia de un mal candidato concertacionista y del aburrimiento popular debido al permanente juego de las “sillas musicales” y la formación, durante veinte años, de una casta de nuevos ricos.


Los ocho millones de chilenos – de un universo de trece millones quinientos mil – que se abstuvieron de votar en las últimas elecciones municipales demostraron que no estaban dispuestos a elegir entre aquellos que se adueñaron del país por veinte años y a la derecha que convirtieron al país en un “boliche”, atendido por sus propios dueños. Un autor describía muy bien el primer gabinete de Sebastián Piñera como integrado por niños egresados del Verbo Divino y Villa María Academy, es decir, una plutocracia aún más homogénea que aquella de la Concertación.


Para los empresarios les es más cómodo contar con gobiernos de izquierda – como los de Lagos Escobar y Michelle Bachelet – que “una astilla de su propio palo”.


Con el casi 60% de personas que se abstuvieron en las últimas elecciones municipales, las presidenciales de 2013 no van a ser un paseo para que el electorado confirme ciegamente el reinado de dos castas mafiosas – el duopolio Concertación-Alianza – que se han repartido el Estado como si fuera su vaca lechera o la gallina de los huevos de oro.


Después de la crisis de legitimidad respecto a la democracia electoral, “humildemente” los antes soberbios presidentes de Partido, ahora alaban las primarias, que antes se negaron a realizar, como si ellas, por sí solas, les permitiera reconquistar la aprobación popular; incluso, la UDI – el partido de “los coroneles”, todos discípulos y contemporáneos de Jaime Guzmán, que difícilmente pueden ser partidarios de elecciones democráticas – ahora se muestra partidaria de primarias que permitan debatir y elegir un candidato único a la presidencia de la república, que frente al otro candidato de Renovación Nacional, uno de ellos se convierta en el continuador del más desastroso gobierno de nuestra historia.


La Concertación, por otra parte, parece haber descubierto que con las primarias y unos pocos debates televisivos, además del efecto mágico del carisma de Michelle Bachelet, puedan lograr engatusar a los ahora indóciles ciudadanos para que la reconduzca a este conglomerado al gobierno.


Pienso que una forma democrática de superar la crisis de legitimidad y gobernabilidad sería convertir la campaña presidencial, no en una disputa y apropiación de programas que, posteriormente, no se cumplen – baste recordar los acuerdos del grupo Tantauco, creado para asesorar a Piñera durante su campaña a la presidencia – sino de proponer proyectos de país, que surjan no de intelectuales preclaros, sino de la ciudadanía, verdadera detentora del poder, es decir, un paso desde la representación fiduciaria – hoy puesta en cuestión – a la democracia directa.


Podría replantearse la idea de Marco Enríquez-Ominami, de un plebiscito no vinculante, en que se sometiera al dictamen de la soberanía popular los temas centrales que los gobiernos del duopolio han pospuesto por más de 22 años.


Pienso en cuatro temas fundamentales: 1) la necesidad de la formación de la Asamblea Constituyente u otra fórmula que permita, por primera vez en nuestra historia, que la Constitución surja de la voluntad popular y no de personas autoritarias (Portales, Alessandri Palma y Pinochet); 2) una reforma tributaria que significa una forma de organizar un país, cuyo contenido sea muy preciso definiendo con claridad, no sólo la recaudación necesaria, sino también la manera de acortar las enormes diferencias que surgen entre los ricos y pobres, por consiguiente, las propuestas de reforma tributaria de cada uno de los candidatos serán fundamentales para que la ciudadanía pueda pronunciarse en la refundación de un república más igualitaria; 3) una definición precisa del proyecto de educación pública que cada candidato propone – hay bases histórico-filosóficas que construyen una fosa entre la educación concebida como un bien de consumo, una empresa, y el Estado docente descentralizado – así, los candidatos deben definirse claramente si son partidarios de la selección de alumnos en preescolar, básica y media, o porque se elimine; 4) la elección de intendentes y consejeros regionales y, si queremos un Chile federal, o que las regiones sigan siendo absorbidas por Santiago.


Debiera adoptarse, también, la práctica llevada a a cabo por los candidatos del Partido Progresista, aquello de que “lo firmo, lo cumplo”. Si los candidatos presidenciales lo hicieran ante notario, habría mucho menos riesgo de las promesas desmedidas y demagógicas, por las cuales, como el actual Presidente Piñera, se tenga que pedir perdón por su incumplimiento.


Una de las consecuencias de la alta abstención y de la derrota de la derecha es que se ha hecho más difícil aún reformar el sistema electoral binominal, por consiguiente, además de desprestigiado y antidemocrático, el próximo Congreso sería aún más ilegítimo que el actual si no se reforma a tiempo la forma de gobierno monárquico que hoy nos rige.


El desapego a la democracia electoral no es solamente chileno: en las recientes elecciones autonómicas españolas el tema central de los movimientos sociales se refería a la mejor forma de expresar el rechazo mayoritario al sistema electoral y de partidos políticos; en el caso de las próximas elecciones catalanas renacen todos los ímpetus independentistas que se expresan desde la Primera República española, (1931-1936), también surgida de una elección municipal. Tal vez Chile no sea comparable a la España Invertebrada, de José Ortega y Gasset, pero también las provincias comienzan a agotarse del centralismo exacerbado, derivado de la monarquía borbónica y practicado, sin compasión por la plutocracia santiaguina.


Nada más dañino para la democracia que el “peso de la noche”. La larga siesta del inmovilismo duopólico no puede sino llevarnos a una crisis de proporciones: para sostener esta idea no es necesario ser apocalíptico, sólo basta seguir “la petite histoire” de nuestras castas en el poder, que nada las conmueve y que siempre se conforman con juegos numéricos en que siempre resultan triunfadores. Al fin y al cabo, saben muy bien repartirse el poder y el botín del Estado entre padres, hijos y primos, como ocurrió en el cambio de gabinete del 5 de noviembre último. No sé cómo el cientista político Patricio Navia pudo ser tan ingenuo de creer que no iba a continuar gobernando “el club de Cachagua”.


En el Chile actual la ciudadanía acumula una rabia impotente al comprobar que los éxitos económicos sólo sirven a una minoría, y no han significado ningún cambio en su pobreza, endeudamiento y esclavitud respecto a los abusos del sistema financiero. Chile ostenta el récord del gasto privado en educación para que, al final, sea de pésima calidad. Se da el caso ridículo de que Chile es el único país que, después del cobro de los impuestos, el coeficiente que mide la desigualdad sigue igual, lo que quiere decir que es un paraíso fiscal donde nadie paga impuestos.


Es esta rabia del ciudadano común la que se expresó en las elecciones municipales, y de no pasar de la representación a la democracia directa, es decir, iniciativa popular de ley, plebiscitos revocatorios y referéndum para resolver los temas centrales de la gestión pública, fácilmente pueden llevarnos al colapso del sistema político, que tanto nos costó conquistar, en lucha contra aquellos que, en toda nuestra historia, han despreciado la soberanía popular.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

06/11/2012

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