La abultada cifra de abstenciones en la reciente elección municipal que supera las previsiones más pesimistas, no es un accidente ni un comportamiento caprichoso del electorado; se trata, qué duda cabe, de un inquietante síntoma político y social en el Chile actual. Es innegable que la cláusula del “voto voluntario” y la expansión del padrón electoral han contribuido a que se exprese con mayor fuerza un malestar difuso ante el presente estado de cosas en nuestro país.
No obstante, lo cierto es que antes de que se aprobara esta nueva modalidad había ya una masa muy significativa de no inscritos en los Registros Electorales, especialmente en los sectores juveniles. Más allá, entonces, de las explicaciones “técnicas” no se puede soslayar la cuestión de fondo: Algo huele mal en nuestra “democracia” y desde hace mucho tiempo.
La idea ingenua de que el voto le ganaría a la calle ha sido desmentida por los hechos. La voz de la calle comienza a reflejarse en el rito eleccionario de una institucionalidad malsana, y lo hace, paradojalmente, como silencio, ausencia y deserción. Quienes se abstuvieron lo han hecho porque se sintieron obligados a escoger entre candidatos designados por mafias políticas: El acto mismo de votar se ensució y perdió toda dignidad democrática en el actual orden constitucional. La abstención amplia marca un punto de inflexión que debiera hacer meditar a la clase política, pues, las actuales reglas del juego ya no satisfacen a una amplia mayoría.
El panorama que se abre ante las presidenciales del próximo año es más que inquietante e incierto. Si se quiere revestir de un mínimo de legitimidad las elecciones venideras es urgente introducir cambios importantes y radicales en nuestra institucionalidad. Hemos llegado a un punto de no retorno. Chile quiere otra democracia más participativa y justa que nos represente a todos y no este adefesio pinochetista que nos ha conducido a la nefasta situación en que está sumida la política entre nosotros. Insistir en mantener el actual orden constitucional solo profundiza el divorcio entre la sociedad y una clase política que dice representarla.
La cifra de abstención es una suerte de sismógrafo que muestra el grado de desprestigio en que han caído los políticos y la política tal y como se practica en Chile hoy. Hemos asistido a un terremoto político que no puede dejarnos indiferentes, pues nos guste o no, el malestar ciudadano va a buscar cauces de expresión tarde o temprano. El veredicto de la ciudadanía es claro y rotundo: El diseño político inaugurado en los noventas y que se ha proyectado hasta la fecha ha dejado de funcionar y ya no convoca a las mayorías. Cuando una mayoría importante de ciudadanos le vuelve la espalda a la clase política que quiere representarla, como ha acontecido hoy, es hora de pensar en una nueva democracia con una nueva constitución.
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
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