El resultado más contundente de la reciente elección municipal fue el del número de ciudadanos que se abstuvieron de votar. Se demuestra, así, que la clase política dio un paso severamente en falso cuando legisló para hacer voluntario el ejercicio electoral en un momento en que el descrédito que afecta a los partidos es tan generalizado y éstos mantienen bajísimo influjo en la opinión pública.
El hecho de que la inmensa mayoría de los candidatos a alcaldes y concejales haya ocultado su identidad política durante la contienda electoral es expresiva de que las cúpulas dirigentes están conscientes de la frustración y la desesperanza de la población respecto de nuestra precaria democracia, la ineptitud de sus instituciones y la creciente corrupción de quienes debieran representar los intereses del pueblo. Resulta repugnante, por esto, que los distintos referentes políticos saquen cuentas alegres respecto de los “votos válidamente emitidos” y se arroguen victorias que más bien le corresponden a los caudillos entronizados en los municipios o a quienes contaron con los más acaudalados recursos para sostener los millonarios gastos electorales, cuanto ejercer las múltiples formas de cohecho arraigadas, expresa o sutilmente, a este tipo de procesos.
Vista la abstención, quienes resultaron electos no alcanzan otra vez un respaldo ciudadano contundente que los legitime como representantes nuestros en los municipios. Situación que se empeora cuando debemos elegir a nuestros parlamentarios, puesto que el régimen binominal vigente le impone todavía más cortapisas a la soberanía popular, como a la aspiración de un régimen de verdadera solvencia republicana. Pese al estrepitoso estreno de la inscripción automática y el voto voluntario, todo indica que la clase política va a seguir postergando una reforma al régimen electoral y que, en un abrir y cerrar de ojos, va a enfrentar las contiendas que se aproximan bajo la institucionalidad heredada de la Dictadura y, luego, sacralizada por los gobiernos del duopolio político enseñoreado en nuestro país.
Pero hay que celebrar que durante esta campaña electoral se hayan multiplicado las voces críticas o disidentes del sistema que nos rige, cuya majadera continuidad es probable que nos conduzca a una nueva crisis institucional. De una justa y responsable lectura de los resultados, lo que cabe es sumar conciencia y movilización en favor de una Asamblea Constituyente y una Carta Fundamental refrendada por el pueblo. Para que con democracia pueda derrotarse la frustración, el desánimo y los inquietantes niveles de violencia que se manifiestan y crecen después de 22 años de post dictadura y dilaciones.
Es preciso, asimismo, que la izquierda y los políticos responsables abandonen las prácticas cupulares, el oportunismo electoralista y se manifiesten ante al país con ideas, programas y compromisos de buen gobierno. Que superen su actual vacuidad ideológica y sus líderes se ofrezcan como portaestandartes del cambio real y no como salvavidas de expresiones que ya perdieron vigencia o demostraron su fracaso en las oportunidades que la ciudadanía ya les brindó. Tanto en Chile como en el mundo.
Es necesario, además, el retiro de las viejas guardias y la irrupción de las nuevas generaciones en proyectos vigorosos, asentados en los tiempos actuales, como en las demandas del porvenir. En este sentido, no cabe sino lamentar que algunos dirigentes juveniles que despertaron la más sólida adhesión de los chilenos hayan sido embadurnados en este último proceso electoral por los intereses de los viejos partidos y los cantos de sirena de sus revenidos administradores. Es francamente lamentable que figuras juveniles promisorias hayan terminado de comparsa de las viejas organizaciones y de quienes quieren mantener sus prebendas dentro de un régimen político económico y social necesario de ser sustituido por la fuerza del pueblo movilizado. Sistema perverso que se muestra impermeable a las más mínimas trasformaciones dentro de la camisa de fuerza institucional que ahoga los anhelos de justicia social y democracia participativa.