El sistema se crispa cuando entra en la zona gris de las elecciones. Afloran las emociones sólo reservadas para los momentos fundacionales, nacimientos, matrimonios, inauguraciones y depósitos en efectivo.
El rito sagrado que comienza cuando el anterior termina, tiene el mérito de sacar a los políticos de sus inercias y llevarlos a mentir con más soltura, con cierta naturalidad, provistos hasta de grados sobrenaturales de humor.
El optimismo se toma las calles y los canales de televisión. Antes, mucho antes, los diarios en papel, eran protagonistas entusiastas de este momento mágico, pero hoy no existen. Desaparecieron como los carros de sangre, la gomina, la bastilla de los pantalones y las buenas ideas.
Las consultoras, oráculos modernos, inductores de opiniones y decisiones, hacen sus lances a la espera de llegar lo más cerca posible de los números y de sus propias convicciones. Las verdaderas mediciones y proyecciones, las que dicen la verdad, no son puestas al conocimiento de la chusma. Se guardan en escritorios herméticos de oficinas secretas, muy cerca de los anaqueles que guardan las fichas e historias de los desordenados e insumisos.
También es un momento en que el escaso grado de certidumbre de las elecciones, se intente minimizar mediante la infinita repetición de rostros plastificados, asexuados políticamente, abrazados a otros rostros que se suponen generadores de una atracción tal que basta con esos grados de cercanía para inducir la simpatía, luego el voto.
Aparecen jingles de dudosa creatividad, en general, copias burdas de canciones de artistas conocidos, populares, de ritmos de fácil cadencia. Y también una avalancha de regalos, unos tiernos, como los aritos de perlas, otros más guachucheros, como las patitas de chancho, unos prácticos como la bolsa de la feria, otros artístico como cedés de música, y algunos sofisticados, como las palabras solidarias de los ministros. En fin.
Es un momento sagrado, en que los políticos dejan al desnudo su falta de seso. Lo que importa bien poco si se considera que no se trata de un enfrentamiento de ideas, sino de técnicas de mercadeo, cuando no de simples chamullos más propios de los cuenteros de la Vega, que de potenciales autoridades.
El grado de incertidumbre que hay en toda elección, que hasta hace poco se movía en rangos bastante predecibles, en esta oportunidad ha aumentado en varios puntos. La principal razón tiene que ver con la desnudez en que quedó el sistema desde el momento en que los estudiantes, casi solos, salieron a las calles para quedarse un buen tiempo en ellas.
Pocos daban alguna chance a la extensión del movimiento, a que se sostuviera en el tiempo y que descompusiera al sistema, al extremo de sacarlo iteradas veces de sus casillas. Y, en consecuencia, dejarlo sin sus ropajes, expuesta sus vergüenzas al que quisiera ver.
La experiencia de irritar a los poderosos tuvo como una de sus consecuencias que se mostrara en toda su magnitud prepotente, abusiva, indolente, vengativa, egoísta, manipuladora, mentirosa y cruel, por decir algunas de sus más notables características.
En esa descomposición, como ha quedado demostrado para alegría de los pesimistas, mal pensados, malhablados y resentidos, como el autor de estas palabras, han caído hasta quienes posaban de enemigos irreconciliables, de enconados adversarios, de contrapuestos líderes del modelito.
Una segunda razón para que aumente el desorden del sistema, su entropía, la ha puesto, cosa curiosa, el mismo sistema. Desafiando el escurrimiento lógico, algún asesor desubicado hizo una muy mala propuesta, y creyendo que el ausentismo en aumento de la gente en las salas de votación se resolvía con dejarla en libertad de manera que votara si sólo le daba la gana, hizo que hoy no se sepa qué va a pasar el domingo.
Una especie de cuasi suicidio que se va a corregir no más envíen al Congreso la ley que ponga las cosas en su lugar.
Y un tercer origen que explica el aumento de la incertidumbre y el nerviosismo comprensible del sistema, lo ha puesto quienes creen que tan legítimo es llamar a votar, como llamar a no hacerlo. Con variantes que van desde el absoluto ausentismo, pasando por el nulo/blanco y llegando al votar sólo cuando y donde valga la pena, la opinión de cruzarse con esa herramienta al sistema, ha impactado en el mundo político, el que ha tenido que decir su palabra tembleque.
Y lo más notable: una flaca de diecisiete años, con el pelo teñido, mirada triste, con una sonrisa propia de la Mona Lisa, lesbiana para más remate, se ha erigido, sostenida en andas por el miedo del sistema, como la niña símbolo de los rebeldes. Pronto tendrá su propio blues:
“Ay, Eloísa
Si no corres te van a torturar
Date prisa Eloísa, date prisa,
no destiñas tu camisa, ni el disparo de tu risa,
Mona Lisa colorina, vienen por tu sonrisa
No los hagas desesperar”
Así, el domingo en la tarde, es posible que haya caritas tristes en los balcones. Y caras siniestras sonriendo maliciosas y sardónicas en los sucuchos. Es una esperanza tan válida como cualquiera.
No tenemos acceso a estudios, ni probabilidades. Más bien, como única herramienta tenemos nuestros propios deseos, los que, en estas materias no intentan abarcar mucho. Más bien, en esta pasada nos conformamos que se abra un camino que bifurque el unidireccional que han venido imponiendo los poderosos, y sus impensados amigos.
Porque otro gallo cantaría si gana Josefa Errázuriz en Providencia, si Jorge Bustos en Valparaíso se impone a la indecencia de sus contendores, si la valiente Rosario Carvajal que ha sido capaz de defender la humanidad de los barrios, es Concejala en Santiago.
Estas candidaturas, salidas no de la bolsa negra del arreglín, sino de la de la gente misma y todas las que las que se le parezcan en naturaleza y honestidad, necesariamente abrirán no sólo las Alamedas, sino que las calles, las plazas, las puertas y las ventanas y, por sobre todo, la esperanza.