De pronto, el mecanismo que ha permitido por más de veinte años que pinganillas, soberbios y millonarios, valga el pleonasmo, muchos de los cuales debieron haber sido fusilados por criminales, y que hoy lo determinan todo, es invocado como una obligación de conciencia militante por parte de los mismos que forman parte de sus numerosas víctimas.
El sistema electoral, uno entre varios sistemas, ha facilitado que hipócritas que han abusado de la gente con el expediente mentiroso de hacerlo todo por ella, hayan tenido una vida tranquila, abastecida, ajena a los sobresaltos de la pobreza.
Alcaldes, diputados, senadores y presidentes, casi los mismos siempre, han abusado de las elecciones para perpetuarse en sus cargos desde los cuales han tratado mal a la gente.
Algunos rebeldes han propuesto no votar o hacerlo en blanco o nulo, cuando no haya alternativa decente. Y de inmediato han sido sometidos a singulares ataques sólo comparables con los debidos a los más irrespetuosos sacrílegos, o a la ofensores más obscenos.
Y, cosa curiosa, en esta cruzada han coincidido en alarmas, amenazas y énfasis, sujetos tan disímiles como el panel de Tolerancia Cero, el Ministro Vocero, el INJUV, y cuarenta y cinco dirigentes y ex dirigentes estudiantiles, además de algunos militantes disciplinados.
¿Pero, por qué ecuación siniestra se llega a la conclusión que votar nulo, blanco o no votar es votar por la derecha?
Debe ser el miedo transversal que aflora al ver en riesgo la sobrevivencia del sistema, de concretarse un sabotaje a las elecciones, cuya importancia es sólo comparable con la exigencia impuesta por la naturaleza por copular para el efecto de reproducir a la humanidad.
Aunque de ser equivalentes ambas obligaciones, reproductoras de ambos sistemas, sería necesario tener con respecto de quien copulemos o votamos algún tipo de sintonía. ¿O dará lo mismo?
¿Si hay gente que llama a votar, y eso es legítimo, por qué llamar a no votar no lo sería?
Tanto llamar a votar, como no hacerlo son conductas perfectamente legales y legítimas, pero ¿cuál de las dos contiene un mayor nivel de perversión, de peligro o desprestigio si se considera que ha habido innumerables elecciones en los últimos veinte años y todo no sólo ha quedado igual, sino peor? Nadie ha podido explicar por qué los mismos de siempre harían ahora algo distinto a lo hecho en veinte años.
Se intenta instalar la idea que los abstencionistas tienen en su llamado una carga no democrática inadmisible. ¿Despreciar el sistema no es acaso una opinión política para denunciar la falta de legitimidad democrática de un sistema, partidos, instituciones, leyes, que todos dicen está en crisis?
Intentando revertir la peligrosa tendencia abstencionista, creativos de izquierda chantajean incautos utilizando al presidente Allende: él votaba, ustedes, que dicen honrar su recuerdo, no lo hacen.
¿Será así? ¿Es posible extrapolar la conducta del presidente en esta hora? ¿Allende estaría más cerca de Eloísa González, estudiante, 17 años, rebelde, mujer y lesbiana, o de Andrés Velasco, Ministro castigador de trabajadores, neoliberal confeso, derechista de primera línea?
Otros, con los pies más apegados a la tierra, dividen sus apoyos electorales en Pedro Juan y Diego con la vista puesta en las elecciones parlamentarias que se avizoran en lontananza. Esperan, divinos inocentes, que llegado el caso esa trilogía les dé su apoyo en nominaciones y votos.
Pero no en todos los casos es compresible no votar, hacerlo en blanco o nulo. No vale lo mismo votar, digamos, por un pederasta por demás sospechoso como Hernán Pinto en Valparaíso, que hacerlo por Jorge Bustos, honesto y luchador dirigente de los trabajadores portuarios.
Como no puede ser lo mismo votar por Carolina Tohá en Santiago, excepcional representante del statu quo filo derechista de la Concertación, que hacerlo por Josefa Errázuriz en Previdencia, dirigente social, dignísima representante de quienes la eligieron como candidata.
Las diferencias, salvado el capítulo de la decencia, lo impone también el método en que se llegó a esas candidaturas. No es lo mismo la imposición de un candidato mediante la maquinaría partidista gastada, oxidada, despreciada por la gente, que mediante la participación democrática de esa misma gente.
A la derecha, en sus versiones sin grasa y entera, le va a ganar la gente cuando sus representantes decidan pasar por sobre la maquinaria indecente de la partidocracia que lejos de representar al pueblo, intenta sustituirlo.
A la derecha no se le va a ganar aliándose con una expresión de ella, representada por sujetos que se sacarán el disfraz de izquierdistas una vez sentados en sus sillas. Entonces se olvidarán de esas cosas estrafalarias, y volverán a su personalidad original.
No votar, o hacerlo en blanco o nulo, como una forma de entregar una visión crítica del país, una opinión política y ética fundada en razones profundamente humanas, como desprecio de la gente a todo lo que huela a arreglín, negociado o táctica de posicionamiento para lo que viene, es una conducta legítima.
La jornada del domingo debe ser un buen momento para avizorar lo que viene. En el mejor de los casos el rechazo de la gente a la montonera en que sea convertido el sistema de partidos, debería reflejarse en los votos. Y en los estudiantes y quienes los acompañen, en proponerse subir el escalón que hace falta: transformar el movimiento social en un contendor legítimo en las elecciones que vendrán.