Uno de los puntos finos de Eric Hobsbawm como historiador fue siempre la descripción de la historia en sus ondulaciones, por más leves que éstas fueran.
A pesar de su innegable coherencia ideológica –yo diría, precisamente por ella–, jamás tendió Hobsbawm a encontrar las causas del movimiento de la historia a una mecánica de lucha de clases, que no aceptaba que operara de manera exclusiva, sino siempre combinada con otros factores de circunstancia que la modelaban en ocasiones con fuerza. En una palabra: el historiador y analista Hobsbawm prefería contemplar la historia como un conjunto pleno de matices en vez de considerarla como un robot de una sola pieza, como una maquinaria incapaz de variar y modular
Hoy en cualquier lugar del mundo en que se formule la pregunta se nos dirá que vivimos, al menos desde 1990, en un tremendo flujo de presiones de la derecha, que a primera vista no dejan espacio alguno para la expresión de la izquierda o de las izquierdas, y que este ascenso contundente de la derecha, casi en todas partes, se percibe como una corriente que no sólo se consolida, sino que tiende a persistir, a quedarse, con toda la apariencia de lo inamovible.
Y resulta que, en efecto, digamos la correlación de fuerzas que prevalece en la mayor parte de este mundo hoy llamado globalizado, parece favorecer contundentemente a la derecha (vía los instrumentos que ha puesto en movimiento: el neoliberalismo económico, con sus liquidaciones de todas las economías que no sean plenamente de libre mercado, con su endiosamiento entonces del mercado llamado libre y de las privatizaciones como fundamento de toda economía posible, con sus dramáticas reducciones de la inversión orientada al bienestar social, con una reducción también privatizadora de la educación, la salud y otros servicios públicos fundamentales y, resumiendo, con un aparato financiero en perpetua expansión que busca (y encuentra) los modos de explotar y acumular más aún.
Tiempo de ascenso de la derecha global y sin equilibrios, salvo excepcionalmente, en que la izquierda conserva algunas barreras de resistencia. Aludiendo otra vez a Hobsbawm, en estos tiempos de economía globalizada la derecha y la extrema derecha se han apoderado de la ola ascendente de la historia y no parece fácil que pierdan la oportunidad. Al contrario, todo indicaría que tienen los recursos y la decisión de seguir imponiendo su perspectiva e intereses, aun cuando en otro sentido hayan originado un mundo altamente deshumanizado, antiético y pleno de miserias, en toda la extensión de la palabra.
Una enorme e implacable fábrica de pobres en que el mundo se encuentra tajantemente dividido entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de lo más necesario. Mundo de extremos entre la abundancia ilimitada y la miseria insultante, y lo que es peor aún: con la decisión irrevocable de no permitir ningún cambio que pudiera mejorar y hacer mínimamente tolerable el mundo de la pobreza acrecentada.
Por supuesto, la cuestión no termina ahí, porque la fábrica de pobres que es el capitalismo actual es un sistema que también envilece a los más ricos que pierden todo sentido de los valores éticos y, en el fondo, viven como miserables adinerados, incapaces de pensar en las necesidades del otro y de los otros y que sólo consideran su propio beneficio.
La cuestión es que esta violenta división social desarticula al conjunto de la comunidad en muchos de sus aspectos. Desde luego en el político, reduciendo a la democracia a su mínima expresión, convirtiéndola también en instrumento de dominio y explotación. El ejemplo mexicano de las últimas elecciones, al menos desde 1988, nos muestra la manera en que el dominio político complementa el dominio económico y lo hace su pareja de control. Por supuesto, igualmente las divisiones sociales extremas tienden también a desbaratar la cohesión y las potencial unidad de los conjuntos, propiciando enfrentamientos y tensiones que pueden ser finales o casi. Es decir, las extremas divisiones sociales favorecen las pugnas y enfrentamientos y hacen mucho más difícil el entendimiento. Es decir, son ya una expresión de la lucha de clases y en ocasiones su culminación; en definitiva, son ya la lucha de clases materializada.
Claro que la división de clases y su confrontación tiene igualmente tremendas implicaciones culturales. Muchas veces, por supuesto, los ricos de la sociedad, con acceso a medios educativos e informativos más vastos, acaparan cultura y formación refinada, pero no siempre, por su misma condición privilegiada, la capacidad crítica para poner en tela de juicio su mismo papel social. En ocasiones, son los menos favorecidos socialmente quienes son capaces de ejercer la crítica más aguda sobre la estructura social, sacando a luz la raíz de la división de clases y los mecanismos de la explotación, que equivale a revelar los mecanismos de dominio y acumulación de privilegios en que siempre ha consistido el sistema capitalista.
Y no sólo eso, sino que son capaces de imaginar los caminos de la transformación social necesaria (y revolucionaria) para acercarnos a una sociedad más justa y equilibrada. Las revoluciones de toda índole se han gestado casi siempre en las mentes de los menos favorecidos, con excepción tal vez de la revolución (y revoluciones del siglo XVIII) en que participaron también integrantes de la alta burguesía y hasta integrantes de la aristocracia, iluminados precisamente del Siglo de las Luces.
Ascenso actual de la derecha pero provisional y lejos de la permanencia, lo cual indica que la izquierda volverá a tener grandes oportunidades históricas, a reserva de que sea capaz de difundir ampliamente sus objetivos, a través de una suerte de revolución cultural capaz de educar, convencer y movilizar a su favor. Como ha ocurrido ahora en buena parte de América del Sur, a pesar de que es un tiempo de la derecha. Pero esto es lo que nos enseña Hobsbawm con su aguda observación de la historia: que ésta asciende y desciende inevitablemente.