Noviembre 28, 2024

Chile goebbeliano

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changuikNos dicen que Chile es un país serio, republicano, donde las instituciones funcionan. Una nación ejemplar. Mal que mal somos la nación con la primera revolución por la vía democrática y la primera con la salida de una dictadura por medio de un plebiscito…

 


Nos enseñan un país de nombre tan singular como su simpática existencia, con una historia que, atendiendo a esta característica, cuenta relatos de la “vida social y cultural” además de espeluznantes revelaciones de mujeres perversas como La Quintrala. Sin embargo, muy pocas veces hay valor para adentrarse en la experiencia de héroes como Balmaceda, Recabarren, Violeta Parra, De Rokha, Allende… o para narrar la vida de sujetos populares sin caer en la crónica roja.

 


Chile, a pesar de ciertas bondades que aparecen en los discursos de los próceres desvencijados en las fechas conmemorativas, es un país que no digamos olvida, pues no se acordaría de cómo generar sus trampas, sino que se hace el tonto de puro pillo. Eso nos lleva a pensar que Chile sí tiene identidad, una que tiene que ver con una personalidad, pero no con un espíritu. Sicoanalizar Chile es sicoanalizar el fraccionamiento de quien no reconoce su esencia y se diluye en la frivolidad y miseria de lo utilitario, en el sentido de permanecer en un cuerpo que ya está muerto gracias a las turbias artes del engaño a la propia vida.


Los discursos de poder se han parapetado en la mentira, han silenciado los verdaderos discursos, manados desde el pueblo, con fines de solapamiento. Han arrebatado la patria como tal, entregando un sucedáneo que con su exceso de artificio genera el más hondo rechazo. Recientemente, Giorgio Jackson se encargó de develar que la Fundación Jaime Guzmán hace cursos de comunicación a la juventud UDI basándose en las técnicas goebbelianas de propaganda nazi, que recalcan que la política es un arte donde el engaño y la mentira llevan la delantera.


La retórica como medio de seducción de masas tecnificada en el marketing, explica la tendencia que no solo responde a esta facción. Este afán por mostrar a Chile como un país que basa sus raíces en una mitología criollista, en donde el arribismo y el amaneramiento son activos para los cada día más emprendedores ciudadanos, ha dado excelentes resultados. El “orgullo patriótico” viene y se queda en las entrañas por medio de triunfos deportivos pasajeros, concursos de belleza, o juerga y desvarío en una catarsis dieciochera ideal para resetear los debilitados cerebros que a la vuelta a la realidad estarán llanos al voto voluntario, que gracias a la inscripción automática amplió el electorado sin cambiar un ápice el sistema binominal.


El fin a las listas de espera en hospitales, la reducción del 7%, los tribunales medioambientales, la reforma tributaria, el posnatal, y anteriormente el nuevo y maravilloso Transantiago, el reforzamiento de la educación preescolar, el plan Auge y todas esas promesas que partieron en una campaña en donde no hubo nada más alegre que la promesa de que la alegría ya venía, son parte de ese marketing, de esa propaganda en donde se gastan cientos de miles de millones para solapar la decadencia y a su vez dejar fuera lo mejor de nosotros, el alma joven silenciada, la autenticidad, esa que no tiene filiación partidista y menos fronteras, esa que depende del alerta creativo, de la unión intersubjetiva de quienes nos conocemos sin vernos y sin siquiera tenernos cerca.


El Estado-Nación es un cuerpo muerto ocupado por vampíricos barones que lo utilizan como plataforma para conseguir corromper la sangre fresca. Está de baja y la mayoría de los niños lo sabe, saben que se nace sin patria cuando ya no se es soberano de un territorio y solo cliente con deberes de pago y conducta. Por eso no les interesa la educación formal y necesitan de un cambio cultural profundo que se encargue de la memoria del pueblo, de su propia y palpitante construcción, que acabe por fin con el publicitario afán de vender Chile y el concepto de país como una prerrogativa de existencia humana, cuando sabemos que justamente ahí no está la vida, justamente porque en su nombre se la niega descaradamente.


Karen Hermosilla

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 765, 31 de agosto, 2012

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