Los sociólogos e historiadores lo saben por su actividad profesional; los demócratas lo intuyen y ya lo sabrá la consciencia mundial: los estudiantes chilenos movidos por la pasión de la igualdad, por el deseo de justicia social y por una concepción de la educación que corresponde a los ideales de emancipación de la humanidad, son la punta de lanza del combate por rescatar los auténticos valores de la democracia y del conocimiento de manos de los empresarios y de los políticos sin visión de futuro.
Palabras duras. No hay otras. La historia que se escribe lo dirá con todas sus letras los años venideros. Ante la ceguera de una clase dominante que utiliza su Estado para aferrarse con uñas y dientes a la propiedad de bienes expropiados al conjunto de la sociedad y al control y gozo de sus prebendas y ganancias, surge la clara transparencia y vitalidad de un movimiento estudiantil de secundarios y universitarios que exige que el Estado sea garante de un bien público que en lo albores de la Nación esa misma clase, hoy refractaria al cambio, consideraba como un factor de progreso y desarrollo de la sociedad.
Prueba de que los discursos y proyectos sociales corren paralelos un tiempo y que a veces acaban por enfrentarse. Ahí es cuando las relaciones de fuerza determinan su resolución que se plasma en política pública. Situación que determina que ésta nunca es neutra porque, precisamente, las políticas públicas son políticas de Estado. Y si éste ha sido capturado para sus fines por los dueños y controladores del capital, el llamado Bien Público o Común no es nada más que el interés general regulado por la clase dominante. En otros términos, es su interés particular concreto presentado como universal abstracto.
Quiso la acumulación del capital y las varias derrotas políticas sufridas por nuestro pueblo que el paradigma de la lógica y cultura de los mercados y de la ganancia o lucro se impusiera como medio para poder explotar, someter, obligar a consumir y endeudarse para poder, según sus apologistas, “crecer”.
En ese marco significativo el eco de las voces de Eloísa, Camila y Boric resuena y resonará por mucho tiempo porque en ellas se encarna y levanta la Razón crítica para enfrentar a la fuerza ciega de los intereses de unos pocos y el poder de los mismos con la ayuda de sus aliados. Los discursos de los rivales (atrincherados éstos en los dispositivos del poder postdictadura) del movimiento estudiantil liderado por los jóvenes dirigentes democráticamente electos, serán un recuerdo de lo difícil que habrá sido desembarazarse de la cultura del capital arrogante y de los guardianes de su orden. La figura del movimiento estudiantil, pulsión de vida y creatividad, contrastará con las pasiones tristes y las lógicas autoritarias de los sirvientes del dictador que cuentan con el apoyo de los tránsfugas renovados que operan en las instituciones que transpiran conservadurismo.
Así se perfilan empresarios y políticos revueltos que con la ayuda de sus dispositivos de medios y propaganda se niegan a reconocer la legitimidad de las demandas juveniles y a otorgar lo que con aguda percepción, jóvenes de 16 a 25 años consideran junto con millones de conciudadanos como la más justa de las luchas por democratizar una sociedad encadenada al lucro. Así se genera violencia estructural.
Imposible ignorar la perspectiva. Son estudiantes dignos que caminan en el sentido de crear condiciones para construir más tarde una comunidad de iguales donde el conocimiento esté al servicio de la libertad y no de las potencias mortíferas inherentes a la tecnología y la ciencia capturadas para los fines de la lógica de la expansión y reproducción del capital.
Pero si la clase dominante y sus políticos obstruyen los cambios necesarios es porque saben que el frágil sistema injusto, alienante, desigual, generador de opresiones y perpetuado desde la dictadura pinochetista presenta brechas y se les puede debilitar. Sin embargo, no con-ceden. Se arrinconan en sus aparentes rivalidades internas. Defienden un modelo tributario cuya regla de oro es que los ricos y las empresas no paguen impuestos. Permiten que publicistas posmodernos entreguen los recursos naturales a las especulaciones y el saqueo del gran capital globalizado; mantienen salarios de miseria, facilitan el yugo del endeudamiento a crédito usurero y consienten en el uso de la fuerza obscena para mantener un monopolio de la violencia cada vez más ilegítimo.
Y ante una sociedad civil que según el discurso de moda se “diversifica”, el sistema político anquilosado no se remoza y sus actores se atrincheran en un modo de escrutinio que niega la representación parlamentaria de la pluralidad que ella conlleva.
Demasiado, es demasiado evidente.
Este ciclo histórico de luchas contra las nuevas y antiguas formas de opresión que tiene por telón de fondo la crisis del capitalismo, el embate de las burguesías europeas en contra de sus pueblos y la guerra permanente como manera de resolver conflictos, coincide con los primeros pasos serios en la reorganización del movimiento popular chileno y de legitimación de la resistencia del pueblo mapuche.
Ahora bien, este ciclo político nuevo y complejo se manifiesta con modalidades propias en sociedades capitalistas desarrolladas que se ubican entre las más igualitarias del mundo. La perspectiva del movimiento de los estudiantes quebequenses de la “Primavera de los Arces” es la misma que la de los chilenos, con una diferencia (*). En la provincia francófona canadiense de 7 millones de habitantes se trata de preservar un sistema de educación pública considerado como uno de los mejores del mundo y un sistema universitario de los más accesibles a las clases populares. Aún así, el movimiento estudiantil de enseñanza superior (collèges y universidades) exige la gratuidad y se opone a toda alza de matrículas. Estas movilizaciones ciudadanas multitudinarias remecieron durante meses al conjunto de la sociedad quebequense en un contexto donde el Partido Liberal, en el gobierno, se hunde en una serie de escándalos de corrupción y repudio a sus proyectos depredadores e impopulares. El ímpetu del movimiento estudiantil será el factor de derrota del actual gobierno y su reemplazo por el partido rival socialdemócrata (partido Quebequense) junto con la consolidación de una auténtica fuerza de izquierda (el Partido Québec Solidario) en un país de capitalismo avanzado.
Apoyar al movimiento estudiantil; a las Eloísas, Camilas y Borics y blindarlos con apoyo y solidaridad para cuidarlos de los ataques del Estado y de sus agentes mediáticos, es favorecer las tendencias a la unidad en la acción de sus diversas corrientes así como implica exigir al movimiento sindical, de pobladores y al pueblo mapuche buscar maneras y formas organizativas ágiles para articular las demandas y facilitar la convergencia de todas las luchas en pos de cambios reales y/o de una Asamblea Constituyente. Ojalá se vaya Martínez de la CUT. Que los trabajadores retomen el protagonismo que la sociedad reclama para que juntos con los estudiantes pongan a la orden del día los proyectos emancipadores que se incuban en la sociedad chilena.
Leopoldo Lavin Mujica, B.A en Philosophie et Journalisme, M.A. En Communication publique de l’Université Laval,
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(*) Al turista le puede parecer anecdótico la semejanza entre las movilizaciones estudiantiles que se dieron en la primavera nórdica y que remeció a la sociedad quebequense, distinta en su cultura de la del resto del “Canadá inglés”. Sociedad de lengua francesa con un sistema social desarrollado desde los 60’ por un Estado socialdemócrata que los sectores neoliberales y los grupos económicos y mediáticos no han podido desmantelar, pese a las tentativas recurrentes por hacerlo. Una mirada atenta nos da a entender que en los afanes por aumentar el costo de las matrículas los liberales se toparon con un poderoso movimiento estudiantil que al igual que el chileno practica formas democráticas asambleísticas de conducción de las luchas. Con sus propias Eloísas, Camilas y Borics. Sin embargo, el fondo-fondo de las razones de ambos movimientos (el chileno y el quebequense) se inscribe en contextos de luchas de resistencia contra los proyectos neoliberales del capital globalizado y de sus elites que forjan alianzas al mismo tiempo que compiten entre ellas por conquistar los mercados de materias primas y expandirse y posicionarse en las llamadas eufemísticamente economías emergentes y BRIC (Brasil, Rusia, India, China). Compañías estadounidenses, europeas y chinas compran también, sin empacho, jóvenes empresas de biotecnologías, aeorespaciales y de la información en Québec o invierten en proyectos mineros depredadores del Gran Norte Ártico. Además, las ganancias del capital han aumentado debido a la productividad de un trabajo altamente califica mientras que los salarios se mantienen y a la larga bajan aumentando la tajada de la riqueza social de las elites propietarias. Creando así consciencia acerca del poder del capital para deformar a su gusto y según sus intereses modelos de sociedades que buscan preservar conquistas sociales, culturales y reservas ecológicas importantes. Así como en Chile, el llamado escándalo Tironi-Enersis-Endesa no puede entenderse sin considerar el interés del capital español-europeo por controlar sectores claves de la economía chilena y latinoamericana, lo que implica sacar los capitales de Europa. Ahora bien, este capital apátrida o “inversiones”, considerado desde el punto de vista de su creación y acumulación social, no es producido de manera espontánea sino que es resultado de la explotación de las clases laboriosas españolas e italianas por las clases dominantes locales y globales. Se trata de Estados que favorecen al Capital y no la satisfacción de la necesidades sociales de las mayorías. Es claro en tiempos de crisis. De ahí los planes de austeridad y el salvataje de bancos en España y Grecia. Mientras que el desempleo toca casi al 50% de los jóvenes españoles, Endesa-España deslocaliza o saca el capital para que éste rinda, aprovechándose del sistema de AFPs chileno y de la obsecuencia de sus dirigentes. Para ello cuentan con un personal globalizado o managers dispuestos a jugarse por ellos. Lo que prueba o da argumentos a la tesis de que el capitalismo en su fase actual no es reformable sino adaptable a su propia lógica.