El Ministro Larroulet escribió que el modelo económico chileno funciona. Lo hizo cuando el mundo no sale de la mayor crisis del capitalismo de la segunda posguerra. Y mientras aumenta el pesimismo ciudadano en las economías avanzadas por la incapacidad de los gobiernos y teorías económicas para superarla.
Las reacciones, además de protestas callejeras, son una disminución de las inversiones, el empleo, la producción, las ventas y el crédito, y un incremento del atesoramiento.
Para demostrar el éxito de nuestro modelo el ministro citó algunos favorables números económicos y sociales, pero su base de comparación no es la más adecuada. Es el peor período del país desde 1945, el de la dictadura y los Chicago Boys.
Si nos remontamos al presidente derechista que precedió al actual, Alessandri, se verá que hace medio siglo Chile no solo tenía una de las economías más desarrolladas de América Latina, como hoy, sino también cifras similares a las de Italia, España, Grecia y Portugal. Y que la de Corea del Sur era la mitad de las de Honduras y Haití, los países más pobres de la región. Ahora estamos a gran distancia de todos esos países.
¿Cómo se explica ese retroceso? En el siglo XX, el capitalismo de las corporaciones multinacionales fue acompañado de un crecimiento simultáneo del gobierno, eso ha sido el desarrollo. Por consiguiente, a pesar que la antiestatista revolución neoliberal tiene más de 20 años, el gasto público total de los mayores países capitalistas, los miembros del G 7, fue el 43,94 % de sus economías el 2010. Es decir, donde hay desarrollo hay capitalismo de Estado, salvo en los desarrollistas asiáticos como China; el mundo al revés.
Pasando las fronteras, Larroulet sostiene que los países con mejor desempeño durante la crisis tienen el modelo más parecido al nuestro. No obstante, el gasto público de los que cita, salvo los suramericanos, es bastante más alto. De mayor a menor, como porcentaje de sus respectivas economías: Suecia, 51,44 %, Alemania, 46,57 %, Canadá, 43,54 %, Estados Unidos, 41,11 %, Australia, 37,15 %, Nueva Zelandia, 35,47 %, Colombia, 27,46 %, Chile, 25,47 %, y Perú, 20,65 %.
Hay algunas excepciones en la lista del ministro. La principal es Corea del Sur, cuyo gasto público es de solo 21,29 %. Esa cifra bajísima es típica del desarrollismo asiático. El de Singapur, calificado de autocracia ilustrada en occidente, es de solo 18 %, y el de China, acusada de capitalismo de Estado, es de 22,93 %.
La razón, no son capitalistas en el sentido de predominio del capital (por intermedio de las gerencias) como elemento de producción y creador de riqueza. Ese es el rol de los gobiernos de mandarines, burocracias designadas por méritos en concursos públicos, cuya meta es la armonía social y uno de sus principales instrumentos es la política industrial.
Corea del Sur es el único país en el mundo que creció más de cuatro mil por ciento entre 1960 y 2010. Lo hizo siguiendo la recomendación de Lee Kuan Yew, el fundador de Singapur: miremos al Oriente, es decir, a Japón, el gran discípulo contemporáneo de los países que se “desarrollaron después”, inspirados en Friedrich List, y no en Adam Smith.
Comenzó con planes quinquenales.Trabajó e invirtió sin considerar las ventajas comparativas. Las empresas fueron fundadas por Seúl, Posco es hoy una de las mayores acerías del mundo, o por familias, Samsung, un gigantesco conglomerado, pero todas fueron disciplinadas por los mandarines, el gobierno, que las relacionaba, subvencionaba y protegía, también con una moneda subvaluada, pero además les exigía rendimientos.
Chile si bien tiene buenas cifras durante esta crisis, como lo destaca Larroulet, es muy distinto. Carece de política industrial. Y se desacopló del problema gracias a que lo hicieron sus mercados de exportación, en especial el de la China comunista, y no sus políticas.
Empero cada día somos un país más rentista, exportadores de productos primarios, ninguno de los cuales se ha desarrollado. Recordemos frases como la enfermedad holandesa o la maldición de las materias primas, que empezamos a padecer con el alto precio del cobre, desde hace algún tiempo, y como hace años con el salitre.
La popularidad de esos gobiernos depende de cuánto repartan y si guardan las apariencias con discursos populares, como es el caso de Venezuela, y no solamente la de hoy. Su gasto público es bastante más alto que el nuestro, 37,17 % de su economía y, según el latinobarómetro, su población está más contenta que la nuestra con su democracia.
En Chile al parecer no se reparte lo suficiente y se guardan poco las apariencias, como lo demuestra que las dos principales coaliciones políticas compiten en impopularidad. Y que altos funcionarios y congresales de centroizquierda salten a directorios y gerencias de grandes empresas.
Tal vez por ello le salió poca gente al camino al ministro Larroulet cuando sostuvo que el modelo funciona. A lo mejor en los círculos gobernantes todos comparten esa idea; aunque de verdad funcionaría si fueran más generosos y sus políticos más populares.
Con todo, nuestro país no está dormido, a pesar de la desmovilización de la generación que dijo NO a Pinochet como consecuencia de la política de los acuerdos de los gobiernos concertacionistas.
Una nueva generación, que no creció en dictadura, toma esas banderas, como la educación gratuita, la defensa del medio ambiente, etc. Y nos despierta, como los indignados lo hacen con España, a pesar de que el país no está en crisis económica.