“Me acuso Padre…”, así decíamos cuando, niños con cara de culo y escondiendo una mal disimulada sonrisa un pelín hipócrita, protegidos por la rejilla que te separaba del cura que te confesaba, -cura que en una de esas soñaba con ponerte la mano en la pierna-, sabiendo que como mucho te caerían tres padres nuestros y cinco aves marías, reconocíamos habérnosla meneado pensando en la profesora de inglés, o mejor aún, en la madre de Claudio, compañero de mi Liceo público, laico y gratuito que estaba de chuparse los dedos, -la madre de Claudio digo, no el Liceo-, uno de mis recuerdos de adolescente tan inolvidable como inconfesable, de antes de conocer mis primeros escarceos tirísticos.
Pero servidor tenía los atenuantes de la tierna edad, el de la inexperiencia que todo lo observa con grandes ojos asombrados, y el de querer intentarlo todo: a los 12 años la curiosidad no tiene límites y la osadía limita sólo con la temeridad.
Pero… ¿Qué pensar de un boludo ya mayor, -tránsfuga, o transeúnte, de Patria y Libertad, portavoz de Bachelet en el que fue el gobierno de Andrés Velasco-, cuándo confiesa pecadillos de otro calibre? Francisco Vidal, de él se trata, evoca, ¿añora?, tiempos mejores de los cuales lamenta el carácter emoliente y la evidente falta de resultados:
“En materia de desigualdad, no avanzamos más porque la derecha, los socios del presidente se opusieron a cada una de las medidas que apuntaban al ajuste de la igualdad en Chile, más nuestras omisiones y faltas de coraje para enfrentar los tema de desigualdad“…
En otras palabras, “Perdone la muerte del niño… pero ya pasó la vieja.” En el rito cristiano que Vidal hace suyo, la confesión juega un papel muy importante a la hora de volver a pecar. La confesión es una suerte de borrón y cuento nuevo. Vidal, como sus cogangsters de la Concertación, creen que si la confesión es pública quedan eximidos de responsabilidad histórica, libres de pecado, vírgenes, como nuevos.
Pero el método ha ido perdiendo de su eficacia, usado abusivamente como ha sido a lo largo de los siglos, incluso y sobre todo por los guardianes del templo, para no hablar de los tartufos del tipo de Vidal.
“Contrición es, en el sacramento de la penitencia, dolor y pesar por haber ofendido a dios, el arrepentimiento de una culpa cometida. El dolor de los pecados debiese ser motivado por el arrepentimiento de haber ofendido a dios por ser Él quién es y no sólo en virtud de los premios perdidos o castigos merecidos. Los tres elementos del concepto, -dolor, renuncia, propósito de cambio-, son elementos claves para autentificar el arrepentimiento, de modo que uno sólo haría dudar de la autenticidad de esa disposición moral.”
¿Dónde le duele a Vidal? ¿A qué renuncia? ¿De qué propósito de cambio es portador?
En diciembre de 2003, un no menos angélico Nicolás Eyzaguirre declaraba “La distribución del ingreso en Chile es una vergüenza”, mientras Ricardo Lagos, su jefe, moderaba: “Sí, es muy mala”. Sin embargo seguían a la letra las instrucciones de moderación salarial que impartía el FMI. Lo que le permitió a este constatar que “En este contexto, el gobierno y el congreso acordaron recientemente un incremento del 4% del salario mínimo para el sector privado, es decir un uno por ciento (1%) en términos reales.” Esa aclaración valía su peso en oro: “es decir un uno por ciento en términos reales”. Es lo que Lagos llamó evitar los “atajos” cuando declaró “Hemos aprendido en la dura experiencia de la vida que no hay atajos para mejorar la distribución del ingreso”.
Algo más tarde, en septiembre de 2005, el arzobispo de Santiago llamaba a los candidatos a la presidencia a mejorar la “escandalosa mala distribución del ingreso en Chile“. Ni Lagos ni Eyzaguirre habían cumplido su promesa de crecer “con equidad”. El arzobispo se los dijo públicamente y en su propia cara. Eyzaguirre, precediendo a Vidal, hizo acto de contrición: “Nos ha faltado corazón y hay que ver cómo podemos compartir más”.
Converso entre los conversos, Eyzaguirre fue luego a confesarse con el diario madrileño “El País”: Es verdad que después de su paso por el ministerio de Hacienda la distribución del ingreso en Chile seguía siendo “una vergüenza”, pero “cada vez que intentábamos hacer algo el establishment se oponía, y no pudimos hacer nada”. Tal vez por esa razón, -la pusilanimidad o la complicidad-, el establishment despidió a Lagos con “el amor de los empresarios”.
¿Tiene sentido, de cara a los lloriqueos de Vidal, recordar las palabras del candidato Ricardo Lagos?
“En los momentos de crisis como el actual, sentimos el cruel efecto de esas desigualdades. La crisis económica multiplica la inseguridad de las familias y las hace sentir, con angustia, que una vez más el país les vuelve la espalda. Con las desigualdades sociales crecen la frustración, el desaliento, el desconsuelo. Crece también la delincuencia. Y se debilitan la solidaridad, el respeto, el coraje. Debemos terminar con las desigualdades antes que ellas terminen por debilitar a la familia, a la comunidad y a la nación chilena.” (Ricardo Lagos. Discurso programa – octubre de 1999)
En el mes de julio de 2012, trece años y dos presidencias “progresistas” más tarde, Francisco Vidal, portavoz de Bachelet en el que fue el gobierno de Andrés Velasco, nos explica que esas falencias se debieron a que “fuimos demasiado cuidadosos con los empresarios”.
Que lindo lenguaje para decir cosas tan feas.
De Vidal uno espera que diga claramente “no tuvimos cojones” o “fuimos lameculos del empresariado”, en fin, el tipo de frase que le parece grosera y violenta a las almas sensibles que nunca tienen cuenta de que lo grosero y lo violento es el pillaje al que someten al país y a sus habitantes.
No. Francisco Vidal está en la onda del arrepentimiento, la contrición, la penitencia y la sanación, como método infalible para volver a mangar.
¿Tres padres nuestros y cinco aves marías?