De vez en cuando a los enemigos de Cuba les llega material para alimentar su odio contra la isla. Hoy, a propósito de la muerte de Oswaldo Payá, muchos se han lanzado a decir que sería una operación de Castro que intenta acallar por esa vía a la oposición cubana.
Hay quienes tienen respecto de Cuba una legítima discrepancia: no les gusta el socialismo, el modo en que los cubanos llevan a cabo su proyecto histórico, como construyen su sociedad. Nadie, ni mucho menos los mismos cubanos, esperan que el mundo de manera unánime esté de acuerdo con ellos. Sería mucho.
Muchas personas definidas como de izquierda no comparten el sistema cubano. Dan sus razones y resultaría absurdo para quienes sí queremos a los cubanos y su revolución, pensar que esa agente está equivocada y su postura le hace el juego al imperialismo y que tras esas opiniones se esconde más bien un anticomunismo visceral. No siempre es así.
Quizás uno de los peores daños que sufre Cuba y la revolución, es la idealización que muchos hacen de sus características y logros. Muchas personas de buen corazón y de simpatías por Cuba, han terminado abjurando de sus iniciales convicciones, o sufriendo en silencio lo que para ellos es un fraude, cuando una vez recorridas las calles de La Habana y conocido a su gente, no era lo que esperaban. Pero más bien, no era lo que imaginaban.
Si algo conspira contra una centrada evaluación de la revolución, sus logros, y errores, es una sobrevaloración de esa sociedad. Tan nefasto como encontrar todo malo, es encontrar todo bueno.
Es que hay una cierta tendencia a creer que todo en la isla es risa, felicidad, música, conga y cero problemas. Y que los efectos sobrenaturales de un par de sus logros, medicina y educación gratuita, sería gentes viviendo casi en medio de un mundo ideal, sin problemas y al borde de lo perfecto.
Por alguna razón extraña, en la que no está del todo ausente la profunda costumbre de parte de la izquierda de rechazar toda crítica como si fuera un ataque, hay una tendencia a decir que allá todo es bonito, que todo el mundo está de acuerdo, que el culpable de todo es el bloqueo y que nada de lo que se ha hecho puede considerarse un error o insuficiencia.
Repita usted un centenar de veces esos mismos credos en gente que de esa manera se hace una idea de la revolución, y no se extrañe después si esa misma persona luego de su primer viaje a la isla, llegue con una lágrima atravesada en su garganta y el corazón.
Esta visión tiene un reverso. De tanto repetir que en la isla usted no puede dar un paso que no sea registrado por los servicios de seguridad, que la gente desfallece de hambre, que nadie puede decir nada contra los que mandan y que todo el mundo quiere emigrar a USA, como para que el viajero novato se dé cuenta que la cosa no es tan así, que eso no es cierto.
Por lo tanto no se trata de entender la revolución cubana como a uno le gustaría que fuera, amigo o enemigo. Si no tal como es: un país en que los pobres se tomaron el poder, y que ha resistido durante muchos años, errores e insuficiencias incluidas, para demostrarse a sí mismos que es posible en América Latina una historia distinta a la que impone el sino generado por la enorme gravitación del imperio más grande y poderoso jamás visto en la historia de la humanidad. Y en ese tránsito, ser capaces de compartir con el más pobre o necesitado, lo poco que tienen.
Durante muchos años sus enemigos han intentado liquidar la revolución, hasta ahora sin éxito. Para combatir al enemigo Cuba tiene armas excepcionales que no tienen que ver con misiles ni con cañones. Tiene que ver con convicciones y una dosis necesaria de locura.
El imperialismo norteamericano, el enemigo más brutal de los pueblos, persistente y peligroso, no ha podido con la isla y sus dirigentes. No porque no quiera. No puede. Sus estrategas habrán diseñado perfectos planes para la toma de La Habana y la ocupación del país. Pero no cuentan con el dato imprescindible. Dónde están los cubanos y sus amigos. Un asalto a Cuba sería una guerra sin frente ni retaguardia.
Hay quienes no comparten estas cosas y es legítimo que así sea. Como lo es que hayamos personas que daríamos la vida por esos principios.
Por eso resulta esperable que tras la muerte de un dirigente de la disidencia, muchos digan que, por lo menos, es un hecho oscuro. Los más audaces piden al gobierno que exija de las autoridades cubanas una severa investigación. Voces se alzan acusadoras indicando que, como sea, esa muerte es responsabilidad de Castro. Otros dirán que bien pudo haber sido una operación de USA para generarle problemas al proceso de ajustes en la economía de la isla.
Hasta ahora casi nadie dice que pudo ser un accidente del tránsito de los que en Chile hay decenas al mes.