La disputa entre Camila Vallejo y Gabriel Salazar no es nada novedoso. El algunas oportunidades peleas entre compañeros no sólo han sido mediante comentarios machistas, miraditas en menos o descalificaciones profesionales.
Litigios entre gente que en el fondo comparten las mismas utopías seguirán dándose por lo que resta de eternidad, mientras unos y otros nos achaquemos cegueras, estrabismos, miopías y otras malformaciones de la vista. Y del oído.
El intercambio de palabras entre geógrafa e historiador han dejado una duda que sí vale la pena: cómo se hace política desde la izquierda.
Salazar: “el problema es definir cuál es la lógica de los pasos siguientes (considerando que existe una crisis en el sistema político). Aparentemente, hay dos rutas: a) la de deliberación popular continua, que implica desarrollo del ‘poder constituyente’, de plazo socio-cultural y b) la ruta tradicional de negociación, acuerdos parciales, frentes políticos y avance por etapas, con plazos de calendario.
Camila: una “gran alianza social y política, no para que los partidos representen simplemente a los movimientos sociales, sino para que les permitan participar directamente en la esfera del poder. Una alianza que resguarde la independencia y la autonomía de los movimientos sociales, pero que posibilite la construcción y aplicación conjunta de un programa de transformación social”.
Para la solución Salazar, “el movimiento social” parece no tener la suficiente politización. Una cosa que es que haya muchos, quizás una mayoría, que estén aburridos del modelo y otra bien distinta es creer que en esos gérmenes rondan ideas revolucionarias.
Y creer como Camila, que una alianza social y política puede resguardar la autonomía y la independencia de esos movimientos sociales y que posibiliten la construcción conjunta de un programa de transformación social, es pecar de una ingenuidad extraña en ella. Como todos sabemos, los movimientos sociales son a los partidos políticos, lo que un kilo de lomo vetado, a un león.
Hay mucha distancia entre la bronca de la gente, y la conciencia política. Especialmente por la decadencia de las organizaciones llamadas a influir en ésta. La rabia, el descontento, la sensación de abandono y de traición, no son condiciones que por sí solas puedan sustentar un proyecto de avanzada opuesto al neoliberalismo. Los más adelantados son los estudiantes y ni siquiera todos.
Resulta muy peligroso que alguna gente de izquierda cifre esperanzas sobrevaloradas en el ánimo crispado de quienes han sido durante tantos años no sólo castigados por la economía, sino que marginados por la política y chantajeados por los políticos.
La gente simplemente quiere otra cosa.
Durante muchos años los partidos políticos, cada uno a su modo, hizo esfuerzos notables para alejarse de la gente con el argumento de estar con ella. Veinte años de concertación los trastocaron en máquinas repartidoras del poder.
Al Partido Comunista este tiempo lo encuentra haciendo esfuerzos sublimes por integrarse a la Concertación justo en el momento en que ésta marca sus peores puntajes y se desencuaderna por los cuatro costados. Cree a pie juntillas que es posible un “new deal”, para alcanzar su consigna, un gobierno de nuevo tipo, que no ha tenido eco en la gente.
Alertado por los acontecimientos del año pasado, el sistema busca ordenarse. Sus disputas internas cumplen con corregir aquello que la irrupción de las movilizaciones de los estudiantes trastocó. Y después que pasen los efectos de las querellas intestinas en la derecha y la Concertación, o lo que reste de ella, el sistema saldrá mejorado, pulido, afirmado, listo para enfrentar lo que venga.
Iniciativas legislativas, ofertas envueltas en papeles plateados, aumentos miserables, mejoras por aquí y por allá, y promesas de este mundo y del otro, intentarán desactivar posibles nuevos desbordes en las calles, aprovechando que las movilizaciones golpean con su techo.
Los mecanismos de reconciliación funcionarán y los personajes que aparentan discordias truchas, al final, se reunirán levantando las manos. Es cuando se sellará una nueva derrota de la gente.
La pregunta que queda flotando en el aire es qué hacer desde la izquierda para que el descontento no se diluya en evocaciones alegres, colecciones de fotografías y temas de diplomados de sociología.
Da la impresión que mientras la gente no se le cruce al sistema, el ciclo estéril de las movilizaciones sin destino dará otro giro. Una estrategia de cambio pasa necesariamente por la confrontación con el statu quo, por desordenar el ambiente, y mantener en alto el triunfo mayor de las movilizaciones de los estudiantes: la sensación de que otra cosa es posible, que el sistema no es inmutable.
Todo cambio de fondo sólo será posible una vez que la gente, organizada o no, acceda a grandes espacios de poder. Desde la marginalidad, donde la mayoría ha estado desde hace mucho, no se llega a nada.
Lo que quedó en las calles puede transformarse en política si el descontento de la gente se transforma en votos que no tengan el destino que hasta ahora. Si el pueblo opone a los mismos de siempre sus propios candidatos, salidos de su propia gente, elegidos con sus propios métodos. Si la gente, al decir de Camila Vallejo, se auto representa, cambia la perspectiva. Y no sería extraño que no se permitieran candidaturas independientes.
¿Por qué creer que ahora sí habrá voluntad de pensar en los más desposeídos y despreciados después de tanto tiempo? La desconfianza en los políticos y su sistema está instalada en el sentido común. Está pendiente entregar a la gente un camino que demuestre que ya no basta con tuitear.