Conturbados y dolidos, los conductores de varias televisoras mostraron a dos soldados israelíes golpeando a un niño de no más de cinco años. Agregaban con voz tembleque, que las autoridades aseguraron iniciar una investigación, pero adelantaron que se trataría de un caso aislado.
A muchos miles de kilómetros de la espinuda frontera que se levanta entre palestinos e israelíes, en otra frontera, muchos niños son maltratados tanto o más duramente que el que muestra la televisión. Son niños mapuche. Pero los conductores de televisión no lo saben. O así parece.
El territorio mapuche se ha venido consolidando como una zona en que las fuerzas policiales desarrollan una guerra de ocupación. Son frecuentes los ataques de patrullas de policías, embutidos en exoesqueletos de keblar y armados como para el asalto final, a comunidades que han cometido el delito de ser mapuche y, como si fuera poco, pobres.
Fiscales especializados en la caza de esos indios no trepidan en ordenar a las tropas entrar a sangre y fuego a las raquíticas viviendas de esas comunidades. Su fogosidad patriótica y su furor entrenado por especialistas extranjeros en el combate al terrorismo, les hace entender esos abusos como inevitables casos de daños colaterales.
Estos perseguidores resultan legítimos descendientes de aquellos estancieros que no hace mucho pagaban una libra esterlina por cada par de manos u orejas de indios ona.
Casos mucho más violentos que el del niño palestino golpeado por los soldados israelíes, son frecuentes en el territorio mapuche. De niños mujeres y ancianos. Circulan innumerables imágenes de esos abusos criminales que, cosa curiosa, nunca o muy pocas veces han salido en los noticieros, para horror de sus conductores y televidentes.
La suerte de las comunidades mapuches, viene derivando en un destino peor de lo que fue su historia durante la dictadura. El tratamiento dado por el Estado a los mapuche que han tomado la decisión de defender sus derechos, es la de quienes son, aquí y en cualquier punto del planeta, considerados enemigos. Un Fiscal ha dicho que se configura una especie de guerrilla rural impulsada por los mapuche.
Notable declaración. Ya quisieran muchos Fiscales y generales, meter una buena compañía de fuerzas contra insurgentes para ver el estado de apresto de las tropas, o comprobar como zumba el tiro preciso de un F -16.
La lógica con que el Estado ha enfrentado la situación al sur del Biobio, es claramente contra insurgente, de guerra. En lo que llaman el conflicto en la zona mapuche, para los mandamases no caben soluciones políticas.
No pocas personas han sido asesinadas en los últimos veinte años en esas tierras castigadas. El gatillo liviano de la policía ha dejado víctimas y en cada caso los intentos por ocultar las huellas del crimen mediante improvisados montajes, han quedado al descubierto. Por ahí andan los asesinos, como Pedro por su casa. Éstos, y los responsables políticos de esos asesinatos han pasado en la más perfecta de las impunidades.
Esta estrategia fue aplicada y consolidada en los veinte majestuosos años de la Concertación. Los muertos que se cuentan durante ese período son elocuentes. Sus Ministros del Interior y los Subsecretarios de la misma cartera, se convirtieron en especialistas caza mapuche.
Derecha y Concertación han sido consecuentes con su desprecio a todo lo que huela al humo de las rucas. Ambas políticas buscan la rendición incondicional y la integración a la cultura dominante, aunque para el efecto tengan que someterlos por la fuerza.
El statu quo aborrece cualquier expresión cultural que no se ajuste a los colores, valores y premisas dominantes. Más bien le teme a lo distinto, a aquello que no puede someter mediante la observación de las leyes y la cultura. Sobre todo, si pone en entredicho la sacrosanta propiedad primada y la tranqulidad bucólica de los campos.
Esta arista de la cultura dominante, es una de la más olvidada por quienes enarbolan banderas progresistas o revolucionarias. Ni siquiera los crímenes cometidos por la brutalidad policial hacen que el tema cobre la vitalidad que sí merecen otros sucesos. Ni la enorme cantidad de presos políticos que sufren los rigores propios de una dictadura en las cárceles de la Frontera.
La simpatía por lo mapuche se expresa en la reiterada aparición de banderas, cultrunes, pifilcas y trutrucas e incluso algunos intentos por remedar un malón huiño, el chivateo ancestral mapuche. Pero no mucho más. No hay una comprensión de qué es exactamente un mapuche. De qué va ser de esa nación.
Nuevas imágenes de mapuche sometidos al modo de quien hace prisioneros al enemigo, se ven por la televisión. Lo que se llama técnicamente un allanamiento a una comunidad en la tierra mapuche, no es una cosa tan distinta a las que hace el ejército israelí en la Franja de Gaza.
Pero no se ha visto por este caso ninguna cara conmocionada de ningún conductor de televisión.