Los magnates chilenos no tienen más bandera que el dinero, ni más lealtad que un escorpión. Adoradores del poder de la riqueza, tranquilamente pueden ser los nuevos sacerdotes de la religión del consumo, cuya catedral se alza como un falo monumental, si se mira hacia la cordillera.
Previsores, ya sabían que un gobierno de derecha es tan inútil como un político honesto. Y por eso han hablado fuerte.
Esa gente siempre ha visto con recelo a los políticos, por eso los compran a precio de barata para que hagan aquello que necesitan, sin perder por ellos la desconfianza. Y cuando ya no lo necesitan, lo despachan y punto.
Los empresarios chilenos son gente peligrosa. Cruzarse en el sacrosanto camino de sus negocios es pisar un campo minado. Que los estudiantes marchen todos los meses y que exijan educación gratis, incluso que audaces dirigente sindicales pidan un aumento de dos chauchas en el sueldo mínimo, lo entienden como parte del margen que pueden tolerar. Pero que estos alzado quieran terminar con el modelo, eso no.
Y que intenten detener sus proyectos insignia, tampoco.
Que el gobierno se doblegue a las exigencias de una turba de jipies que se oponen al desarrollo energético, es algo inaceptable para los millonarios. Entienden esas debilidades como rémoras de un subdesarrollo ya superado.
Ellos saben que necesitan energía para seguir acumulando más riquezas y, para el efecto, la construcción de muchas centrales hidro y termoeléctricas es absolutamente necesaria. Que en las cercanías pasten vacas y cabras y se encuentren algunos peces y que haya poblaciones humanas, son contratiempos que el estado debe resolver. Habiendo tanto espacio disponible, no entienden por qué esas chusmas deben cruzarse en las vecindades de sus chimeneas.
La irritación de los magnates aumenta cuando caen en cuenta que el gobierno está encabezado por uno de los suyos. Y vuelven a extrañar aquellas tranquilas épocas en que el gobierno de turno garantizaba tener a buen recaudo a los vociferantes y nostálgicos de la anarquía y la economía centralizada.
El llamado de atención que los empresarios han hecho al gobierno tendrá que retumbar varias veces antes de aconcharse y ser leído por todo el sistema político. Hay elecciones en el horizonte, y más vale no molestar a quienes les financian sus carreras. A todos.
Los puntos sobre las íes que dejaron caer los más poderosos de Chile, no es una pataleta así no más. Es una opinión política que está diciendo que las cosas en la administración del país que ellos han levantado y que gracias a su esfuerzo es lo que es, no va a quedar a expensas de políticos chapuceros que se asustan con las bravatas de algún sindicato o federación de estudiantes. Están diciendo: nosotros la tenemos más grande.
Están informando al Gobierno y a sus cómplices de la Concertación, que con un solo gesto de ellos, los índices que enorgullecen a los Ministros se pueden ir al carajo. Dos minutos al celular, y el crecimiento se va a las pailas. Otro minuto, y el desempleo puede subir hasta niveles de alarma.
Están diciendo que el mundo ha cambiado porque ellos lo han hecho cambiar. Que el presidente Piñera, pariente de ellos por parte fortuna, debe recordar que hay cosas con los cuales no se juega. Y que si el mundo se ordena de la manera como lo hace no es porque sí no más.
Es una campanada de alerta que debe alcanzar con sus vibraciones amenazadoras a todos quienes tienen algo que decir en la administración del sistema. La señal es que de seguir las cosas como hasta ahora, con sus proyectos puestos en jaque por una chusma gritona, van a hablar de otra manera.
A su modo, en su estilo, con sus medios, los empresarios no han hecho algo distinto que los pobladores de Aysén, de Freirina o los estudiantes. En su caso sin barricadas, piedrazas, o molotov. Basta una declaración de media carilla.
Cómo extrañarán aquellos hermosos tiempos cuando esas cosas desagradables eran controladas con prontitud y eficacia por los gobiernos de turno.
Y habrán vuelto a concluir lo inútil que es un gobierno de derecha habiendo tanta Concertación.