Algunos eventos recientes, con aparente desconexión entre ellos, han dejado una vomitiva estela de malos olores. Sólo por nombrar dos: los cerdos de Freirina y las declaraciones del ex presidente Aylwin.
Aunque no parezca, entre estos dos casos de podredumbre, hay una vinculación que los une de manera íntima, aunque no muy evidente para el observador inadvertido. Ambos son negocios que pretenden, como cualquiera, optimizar ganancias y minimizar pérdidas.
No importa si se asesina el medio ambiente, se secan los ríos, se envenena el agua, y se castiga a la ya castigada gente, como hizo la empresa explotadora de cerdos. O, en el caso del ex presidente, eluda su responsabilidad en el motín criminal de los militares y mienta de manera descarada, que es otra forma de degradación, en este caso de las personas
De corresponder sólo a su opinión, las expresiones de Aylwin serían no mucho más que palabras dichas con la chochería de sus noventa y tres años. Pero respondiendo, como en efecto es, a una convicción política conocida desde hace mucho, no debería motivar ningún escándalo. Salvo para aquellos cándidos que lo creen un demócrata cabal.
Adjudicar las declaraciones del ex presidente a las de un viejito gagá, es mirar para otro lado. Sus dichos obedecen a una convicción que ha tenido desde aquellos remotos tiempos en que sus vinculaciones con la CIA y el Departamento de Estado, tomaban la forma de pagos en contante y sonante para el efecto de desestabilizar el gobierno de Salvador Allende.
El acuoso ex presidente jamás ha dicho esta boca es mía para los efectos infructuosos de negar lo que dijeron en su oportunidad los senadores norteamericanos que investigaron esa época, cuando demostraron la mano del Tío Sam dejando caer generosamente sus millones de dólares para sus arcas partidarias. Quizás con el paso de los años habrá olvidado el olor del dinero.
Pero las palabras de este demócrata en la medida de lo posible han tenido y seguirá teniendo efectos secundarios en un sistema político que viene dando muestra de esa fragilidad tan suya y que mantiene en vilo a sus principales sostenedores.
Una de ellas es el pavor que se desprende de los que ven alejarse la posibilidad de acomodos políticos con vista a las presidenciales. Y que los ha llevado a reaccionar de una manera tibia ante las agraviantes palabras de Aylwin. Quienes han debido sacar fuerte la voz en defensa de la verdad corrompida en las palabras de ese señor, han dicho dos o tres cositas desinfectadas y blandengues.
Hata ahora, nadie de la casta política ha dicho que este fiel representante de quienes han dirigido el país durante cincuenta años, miente con descaro. Y que lo ha hecho sobre la base de esos principios suyos tan caros: su anticomunismo visceral, su desprecio inevitable a todo lo que huela a pueblo, su retorcida manera de auto definirse como demócrata, transfigurando hechos comprobados, en versiones inocuas.
En gran medida, esta ética política ha hecho escuela en la oligarquía que se ha repartido el botín del poder en más de veinte años de post dictadura. En este lapso, se ha perfeccionado un método en que por sobre todo está el fin. Los medios, las formas y los principios que antes eran insalvables, hoy ya no juegan.
De vez en cuando aparecen elementos de conflictos entre los sostenedores, pero no pasan de ser cachañas que sólo sirven para acomodar las aristas, limar las asperezas y suavizar las formas.
No es otra cosa lo que pasó en la cuenta presidencial el 21 de mayo. Anunciado con fanfarrias, parecía que los diputados y senadores de la oposición harían un festín con protestas que violarían las costumbres republicanas.
Pero sólo fueron protestas piñuflas. Algún parlamentario mostró un cartelito profiláctico, otro lució una chapita de jardín infantil y el más audaz, dijo dos o tres cositas inofensivas.
Veinte años de vida en común debe tener su efecto en la relación cotidiana de los matrimonios. Sobre todo si ya cumplió las bodas de porcelana y superó con creces la comezón del séptimo año. En esos casos, de vez en cuando se difiere por detalles nimios, pero, enfrentados a las responsabilidades de la descendencia y el futuro común, desaparecen una vez que bailan a la luz de las velas, y se juran amor y fidelidad para lo que resta de eternidad.
Las dos almas de la misma derecha que ha instalado la cultura que con una mayor frecuencia deja de manifiesto sus olores nauseabundos, han sabido controlar los efectos de las desavenencias.
Es cierto que las declaraciones del ex presidente en la medida de lo posible agrega un pelo a la leche, pero nada que no se resuelva con comprensión y mucho amor. Lo que vale es el destino donde unos y otros están indisolublemente unidos.
Sabiendo que es más lo que los une que aquello que los separa, se perdonan y se besan. Luego copulan y todo comienza de nuevo. El aroma perfecto del poder siempre podrá más que la hediondez de sus propias excretas.