La interpretación histórica de los tiempos cercanos no tiene, necesariamente, que ser objetiva: cualquier persona, sea Presidente, ex Presidente o simple “opinólogo” tiene derecho a calificar los gobiernos de buenos o malos.
Para algunos, los gobiernos de Jorge Alessandri y, más cerca, el de Sebastián Piñera, han sido un desastre; lo mismo podría argumentarse sobre los dos períodos de Carlos Ibáñez del Campo, o más recientemente, el de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
Que don Patricio Aylwin diga que el gobierno de Salvador “no fue bueno” no es ninguna novedad, pues fue y sigue siendo un feroz opositor, tanto a la figura, como a la gestión del Presidente mártir. Su gran mentor de la época, Eduardo Frei Montalva, a partir de 1970, tenía la peor imagen del extinto Presidente: lo consideraba superficial, fatuo y que iba a conducir a Chile al peor de los desastres; de la forma en que recibió en La Moneda al presidente electo, Salvador Allende, se manifestaba tempranamente el desagrado que sentía al entregar la banda presidencial a su opositor.
Es verdad que el gobierno de la Unidad Popular fracasó, en parte, a causa de la imposibilidad de llegar a acuerdos con la Democracia Cristiana, cuyo sector freísta, al poco andar, hizo lo imposible para que el diálogo fructificara. Mi padre, Rafael Agustín Gumucio Vives, da testimonio de esta situación: cada vez que se acordaba con Bernardo Leighton y con Renán Fuentealba – o con otros líderes democratacristianos abiertos al diálogo – llegaba una llamada del sector freísta, que obligaba a los parlamentarios a retraerse.
En agosto de 1973, muy cerca del golpe militar, el Cardenal Raúl Silva Henríquez quería un diálogo entre los dos grandes ex amigos – Eduardo Frei y Salvador Allende – pero el primero se negó dejando a Patricio Aylwin como representante de la Democracia Cristiana, partido que planteó tal cantidad de condiciones que se hizo imposible el acuerdo para llegar a una salida política.
El Parlamento sacó un acuerdo por el cual condenaba el gobierno de Allende que sirvió, posteriormente, para justificar el golpe de estado y la asunción de los militares al poder. Bernardo Leighton, en el exilio, reconoció que fue engañado por su directiva para votar a favor un acuerdo que conducía directamente a la intervención militar.
Posterior al Golpe, salvo los trece firmantes de un documento condenatorio al golpe militar, encabezados por Bernardo Leighton y Radomiro Tomic, la mayoría del partido Demócrata Cristiano apoyó el golpe militar. La carta de Eduardo Frei a Mariano Rumor – presidente de la Internacional democratacristiana, es clara, precisa y explícita, en el sentido de apoyar el golpe militar.
Eduardo Frei Montalva, junto con Gabriel González Videla y Jorge Alessandri asistieron al Tedéum, en la Gratitud Nacional, para agradecer a Dios el triunfo del golpe militar y la caída de Allende. Podrá argüirse que Frei lo hizo con cierta dosis de desagrado y a petición del Cardenal, la realidad es que estuvo presente, en compañía de dos derechistas.
Por cierto que Frei no tiene la culpa de que sus dos edecanes hayan sido los líderes del golpe militar – Bonilla y Arellano – tampoco Aylwin la tuvo al creer, ingenuamente, que podría defender a la radio Balmaceda y, en nombre de la libertad de prensa, ante el ministro del Interior Bonilla, quien le respondió groseramente – como corresponde a la brutalidad castrense.
En este primer acápite, parece evidente que el freismo – no es lo mismo que la DC – animó y apoyó el golpe, tal vez a la espera de que el poder les cayera del cielo. Es una verdad, como una catedral, que se arrepintieron, como buenos católicos, y el perdón de los pecados se repite, domingo a domingo, en la misa, sin embargo, la responsabilidad política, después de haber pedido perdón, exige reconocer el error y no tratar de autojustificarse, como lo está haciendo el ex Presidente. Por lo demás, la penitencia la cumplió, con creces, al convertirse en aliado de los socialistas.
Nadie niega que los termocéfalos, el sectarismo y algún grado de corrupción, además de una concepción dogmática del marxismo y, sobre todo, del leninismo, muy propio de nuestra izquierda utópica y subdesarrollada, colaboró al fin trágico de de la democracia.
El papel de Estados Unidos y la derecha militarista está comprobado y dilucidado hasta la saciedad.
Es una estupidez sostener que la política es solamente futuro, pues el hombre es, apenas, presente y pasado; ninguna persona seria puede predecir el futuro, por consiguiente, nuestra tarea consiste en mirar el pasado para entender el presente; sin embargo desde el golpe militar han transcurrido 40 años y el legado de la dictadura militar está a la vuelta de la esquina como una herencia que en todas nuestras instituciones huele a podrido.
Donde el ex Presidente, don Patricio Aylwin demuestra cierta dificultad para entender la realidad es cuando alaba al tirano Augusto Pinochet, uno de los seres más abominables y funestos que han existido por estas latitudes. Nuevamente insiste en que el ex dictador Pinochet, convertido en comandante en jefe y ex Presidente de Chile por su propia voluntad, no atropelló la legalidad y respetó al Presidente en los “ejercicios de enlace” y en “el boinazo”, y que no presionó a dos ex Presidentes democratacristianos en el caso “pinocheques” para defender a su primogénito de las manos de la justicia.
El famoso dicho “en la medida de lo posible”, una especie de minimalismo político, que ha permitido a muchos responsables de crímenes de lesa humanidad quedar impunes, y los peores de ellos están en casinos, financiados por todos los chilenos, cuando no se dedican a dictarle cátedra al Presidente de la República, desde el Hospital Militar – Álvaro Corvalán -.
Cuando uno lee al ex Presidente, a sus ministros, a su vocero Enrique Correa y otros tantos socialistas y democratacristianos, si no hubiera vivido en Chile, creería que los “ejercicios de enlace” y otras bravatas del tirano eran fiestas de la primavera o juegos de disfraces para entretener a los niños, y que jamás levantó la voz para presionar a los presidentes democráticos.
Es triste comprobar el grado de traición y complacencia con la dictadura en que cayeron muchos líderes de la Concertación que, en su servilismo inconsciente, terminan rindiendo pleitesía a su opresor, que se llama “síndrome de Estocolmo”.
Por esta razón y otras más, la ciudadanía los expulsó del poder.
Rafael Luis Gumucio Rivas