La política espectáculo. El discurso del 21 de mayo estuvo precedido por el adelanto de la campaña presidencial estimulada tras los sondeos de la encuesta CEP, que puso a Michelle Bachelet como figura incombustible con más de 50 por ciento de apoyo ciudadano y cuyos contendores no le llegan ni a los tobillos, todos con menos del diez por ciento de apoyo.
La repetición durante la semana previa al 21 de mayo de los videos de la Onemi de la madrugada del 27 de febrero del 2010 en medio de los procesos judicial y político que buscan responsabilidades penales y políticas de las autoridades pasadas radicalizó la relación gobierno-oposición y acotó la discusión política a los intereses electorales. En la periferia de esa polémica las demandas sociales y económicas se extendían por gran parte del país.
La política real. En la antesala al esperado discurso de Sebastián Piñera se sumaron marchas, barricadas, bloqueos a carreteras y represión. Tras una nueva y masiva marcha estudiantil el 16 de mayo, se sucedieron movilizaciones en Calama, barricadas en Freirina y bloqueos a la ruta 5 en la región del Maule. Todas y cada una de estas muy diversas manifestaciones estaban ligadas por los perniciosos efectos en la población del modelo neoliberal. Desde el lucro en la educación, efectos ambientales en el caso de las procesadoras de carne en Freirira a la apropiación de los derechos de agua por la transnacional Endesa.
Un fin de semana especialmente caliente. Porque no sólo en Chile vivíamos esta reacción ciudadana contra los abusos del capitalismo desregulado. Durante aquella semana manifestaciones similares, aun cuando decididamente anticapitalistas, se extendían por toda la Península Ibérica, por Atenas, Frankfort, México y Chicago, ciudad que fue sede de una reunión de la OTAN. Los manifestantes estadounidenses protestaban por los millonarios gastos militares en momentos que les recortaban los subsidios en salud.
A diferencia del mundo desarrollado, que sufre recortes en el gasto público en planes de austeridad fiscal que apuntan a la instalación de modelos neoliberales, nuestra realidad es el mejor ejemplo para ellos de cómo opera este modelo una vez consolidado. Una sociedad que ha sido perfecta para el engrosamiento de utilidades empresariales pero una sufrida realidad para millones de personas endeudadas, no para el consumo ni el lujo, sino para la subsistencia diaria.
El trance actual, que es un malestar generalizado y permanente, no tendrá salida con ningún anuncio ni reforma. Porque los anuncios grandilocuentes de la reforma tributaria lanzada por Piñera hacia finales del mes pasado se estrellaron a los pocos días con su verdadera confección: no sólo mantenía el statu quo en la institucionalidad económica y educacional, sino que además favorecía a los sectores de mayores rentas profundizando la desigualdad en la distribución de la riqueza.
Cifras y retórica
Los anuncios del 21 de mayo han ido por un curso similar. Todos apuntan a ajustes menores a la misma institucionalidad política y económica, lo que no responde a las demandas profundas de la ciudadanía. El descalabro del modelo neoliberal y político binominal no puede remendarse con acotados parches y bonificación para la alimentación de las familias más pobres. Cualquier intento que mantenga las bases de este modelo de sociedad estará destinado al repudio ciudadano. La reforma tributaria, los mayores aportes a la educación, la ley antidiscriminación son solo reparaciones de última hora a un diseño que hoy se viene abajo.
El discurso del 21 de mayo no sólo defraudó apenas finalizado, sino que ha sido la consolidación de la inercia, de un modelo económico instalado hace más de veinte años hoy desgastado, desorientado y superado por sus propias contradicciones. Ha sido un nuevo ejercicio de ilusionismo político para ocultar esas contradicciones. Un modelo económico que no logrará acabar con sus desequilibrios y diferencias con dádivas y limosnas.
El mensaje de Piñera estuvo dirigido a un país irreal, a una estadística. Una cuenta, llena de números y porcentajes, que no respondió a las múltiples e insistentes demandas de la sociedad civil pero sí intenta un efecto político. Los bonos y becas anunciados, así como la reactivación del puente sobre en canal Chacao, que unirá al continente la isla de Chiloé, tienen un claro sesgo electoral. Apuntan indirectamente a más de un millón y medio de familias pobres, ponen en la agenda un proyecto muy sensible para toda una región e impulsan en su carrera electoral al ministro de Obras Públicas, Laurence Golborne, el presidenciable de la alianza mejor ubicado en las encuestas.
El gobierno, que está allí para reforzar una institucionalidad instalada hace décadas, no está dispuesto a hacer cambios estructurales, como quedó en evidencia al rechazar de plano la demanda por un salario mínimo de 250 mil pesos. La reciente reforma tributaria, tal vez la mayor realizada por los gobiernos neoliberales-binominales es simplemente un ajuste menor acotado a la educación, el que por cierto no responde a las demandas ciudadanas. La reforma tributaria tampoco da una respuesta al peor mal de nuestra sociedad, que es su enorme desigualdad en la distribución de la riqueza.
Demandas sin respuesta
En el exterior del Congreso nacional en Valparaíso millares de manifestantes protestaban contra el gobierno y voceaban sus demandas. Estudiantes, profesores, trabajadores y activistas expresaban su indignación ante un presidente que no respondió a sus demandas. Una multitud que volvió a reclamar gratuidad en la educación, fin del lucro, reformas constitucionales, fin del sistema binominal, una salario mínimo de 250 mil pesos y una reforma al sistema previsional, entre otras múltiples demandas.
Nada de ello tuvo respuesta. Ni una mención. Como dijo el presidente del Colegio de Profesores, Jaime Gajardo, fue un discurso de continuidad, de administración de la crisis, que no respondió a las demandas de la ciudadanía. “Con su mensaje, lo que ha hecho es reafirmar el modelo neoliberal. No hay ningún atisbo de reforma en ningún área; cuando habla de Bono por Alimentos a las familias, ingreso ético y algunas becas para la educación, son medidas netamente electorales y destinadas a buscar apoyo a un gobierno que ha perdido tremendamente la credibilidad en la opinión pública”.
Camila Vallejo, que estuvo en la manifestación en la Plaza Victoria de Valparaíso, escribía en twitter que el discurso de Piñera parecía un disco rayado. Más tarde declaraba que “el Presidente le miente a la gente cuando muestran voluntad por avanzar en políticas progresivas y no regresivas, por avanzar en mayor distribución del ingreso y justamente su propuesta de reforma tributaria tiende a ser completamente injusta”. Vallejo dijo que “lo único que le va a garantizar al Gobierno es mayor desprestigio y menor credibilidad”.
La única salida es la reformulación de la institucionalidad
Los anuncios de Piñera tampoco alterarán su caída en las encuestas. Porque este rechazo va más allá del gobierno de turno, sino que penetra en las raíces de la actual institucionalidad, como explicó hace unas semanas el presidente de la FECH, Gabriel Boric, al aclarar que él no encabeza un movimiento contra Sebastián Piñera, sino contra un modelo que ampara el lucro y la desigualdad. Aunque la Concertación intente beneficiarse, como se ha visto, con el hundimiento de Piñera, nada podrá hacer si vuelve a gobernar como lo hizo hasta el 2010. El despertar ciudadano el 2011 ha puesto en marcha un proceso de empoderamiento propio que transita de manera independiente a los partidos tradicionales, los que son hoy acusados como los responsables de la creación de tan dispar sociedad.
La catástrofe es también percibida en la misma Alianza. El senador de la UDI Hernán Larraín, en una entrevista en la radio Universidad de Chile, admitió que Piñera, haga lo que haga, no alterará las encuestas. Porque este hundimiento sucede pese a tasas mínimas en el desempleo y altas en el crecimiento de la economía. Sucede con el modelo de mercado en plena actividad. El tradicional discurso que relaciona el crecimiento económico con bienestar, progreso y desarrollo se ha desfondado por sus inherentes e insuperables contradicciones.
Para Larraín el problema de fondo es la desigualdad, mal compartido por una abrumadora mayoría de chilenos. Pero a diferencia de la visión de Larraín, la Alianza y el gobierno, y por extensión casi toda la Concertación, la desigualdad no se acabará con más mercado, más desregulación y más crecimiento. Porque la crisis actual ha surgido durante la maduración y consolidación de ese modelo de mercado. La desigualdad se acabará con la desinstalación de este modelo o, acaso, con su reformulación.
Hace un año atrás escribimos en estas páginas sobre las entonces incipientes movilizaciones ciudadanas, las que entonces estaban acotadas a los estudiantes y a puntuales protestas contra proyectos energéticos, como las centrales Hidroaysén y Castilla. Entonces dijimos lo que hoy reiteramos. A partir de las actuales gigantescas manifestaciones, las causas de la indignación están en la continuidad de políticas económicas puestas en marcha desde hace décadas. La desesperación de los chilenos está en la continuidad de un modelo basado en el lucro que desconoce derechos básicos de las personas, como una educación y salud pública de calidad, una pensión de jubilación decente y remuneraciones acordes con el costo de la vida.
La ciudadanía en las calles ha comprendido que la desinstalación del modelo neoliberal-binominal es el primer paso para comenzar a crear un tipo de sociedad que dé respuesta a sus demandas. Por ello becas más o menos, así como nuevas infraestructuras que beneficiarán a las grandes empresas, la dejan indiferente. Es el viejo populismo que intenta tapar las fracturas estructurales de la institucionalidad.
Vivimos un trance profundo que será histórico. Aquel largo fin de semana en Chile, con manifestaciones en diversos puntos del país, no difería en mucho de lo que ocurría en otras tantas latitudes donde también se manifestaba una ciudadanía solo amparada en sí misma. Porque así como en Chile, los partidos políticos y sus representantes estuvieron ausentes en estas manifestaciones multitudinarias. Los nuevos referentes no surgen hoy de los viejos partidos y de sus herrumbrosas estructuras, emergen de las asambleas de barrios, del debate en las redes sociales, de la acción conjunta y multitudinaria, de la creación de nuevas formas de organización política.
PAUL WALDER