Cartelitos diminutos, tímidos, escritos con la caligrafía de las buenas costumbres, grititos apenas audibles emitidos más bien para los tiros de cámara, chapitas enanas a las que no alcanzaba la vista para saber qué decían, puestas en las solapas sólo para cumplir.
Días antes del discurso inútil del presidente, se dejó oír toda clase de avisos de revueltas, protestas, conatos y sublevaciones que decididos legisladores harían durante la cuenta la cuenta.
Las alarmas sonaron a rebeldía. Pero lo que se anunció como una serie de actos de repudio, protesta y denuncia, no pasaron de ser esos ejercicios cagones que se vieron por la tele. Tan distintos a la manera decidida y audaz que la gente de verdad ha venido exhibiendo en Aysén, Calama, Freirina y en las calles de las ciudades cuando los estudiantes marchan.
Esta piñufla manera de protestar de uno que otro parlamentario y que se anunciara con mucha anticipación mediante temibles declaraciones a la prensa, no fue otra cosa que la expresión de los desencuentros propios de la vida en común que tiene la pareja que se distribuye el poder.
La disputa previa a la cuenta presidencial no pasó de ser un evento propio de los matrimonios que después de veinte años de vida en común difieren por detalles nimios, y que desaparecen con toda su insignificancia una vez que bailan a la luz de las velas, cuando logran recomponer la convivencia, y jurase amor para lo que resta de la eternidad.
Cada una de las discusiones que han venido enfrentando a las dos almas de la derecha, han tenido exactamente la misma marca: amenazas, descalificaciones, anuncios agresivos y luego, a hacer las paces, y abrazarse como los amantes que son. Y luego de darse cuenta que es más lo que los une que aquello que los separa, se perdonan, se besan, copulan y todo comienza de nuevo.
Es que el duopolio que ha administrado el sistema sabe que hay más de aquello que los une que lo que los separa. El poder, todos los poderes, tienen ese algo que embruja y que permite ver más allá de la contingencia y de las diferencias, y que para su disfrute y pervivencia impone perdones y amplia tolerancias.
Con un olfato criado en un cuarto de siglo de vida en común, estas dos almas del sistema saben que se necesitan una y otra. Que por sí sola, una no es siquiera imaginable, y que están destinados a compartir los vaivenes de la administración jugando a la posta de la alternancia y a un mismo destino. Tal como no existe polo sur sin polo norte, no puede concebirse la Coalición para el cambio, sin los restos flotantes de la Concertación y sus aliados.
Más aún cuando las fuerzas del mal comienzan a avisar que también existen y que si bien no están invitados al sarao que comparten sólo esas dos almas, la gente que ha sido marginada de los beneficios del festín, comienza a decir lo suyo.
Es en ese momento en que las diferencias quedan para otros momentos, y el sistema cierra filas para optimizar su autodefensa, amenazado como está por la incursión de la gente, que insiste en movilizarse para hacer saber lo suyo.
A la pareja regente le molesta que las cosas queden lejos de su control. Su incomodidad en notable cuando los estudiantes a través de sus movilizaciones les imponen agendas que no habían considerado para sus sesiones legislativas. Que si fuera poca cosa, bastaría con más apaleos, gases y guanacos. Pero la gente en las calles no es algo para depreciar así como así. Se requiere algo más que el paco vil.
Por eso se ven obligados a generar las faramallas de reformas de opereta que buscan embolar las perdices mediante artilugios legislativos que tiene la gracia de alargar las discusiones, para que al final, como sucedió en los casi olvidados tiempos de la movilización de los estudiantes de la Enseñanza Media del año 2006, lo que resulte sea peor que lo que había. La famosa maniobra de caer hacia arriba o arrancar hacia delante.
Mañana lo sucedido hoy será una historia de ayer. El mundo seguirá en su vuelta. Se van a recomponer las amistades aparentemente trizadas, las cartas de amor volverán a sus destinatarios, se reeditarán las declamaciones encomiásticas y mediante gestos amorosos y promesas de amor eterno, todo volverá a ser como era.