El Presidente Piñera se dirigió al país luego de anotar su máxima desaprobación ciudadana; un persistente aumento del IPC de los pobres; conflictos no totalmente resueltos que esperan soluciones de fondo (educación, mapuches, Aysén y Calama); un gabinete desordenado por presidenciables en competencia; desacuerdos profundos entre sus partidarios ante propuestas emblemáticas que sepultaron prometidas modificaciones al binominal o que traban otras como la reforma tributaria y el voto de chilenos en el exterior; insuficientes resultados en materia de seguridad ciudadana; avances limitados en la ejecución de las medidas anunciadas el año anterior; y una severa crítica en medios internacionales a su capacidad de gestión. En este contexto, algunos logros, como la protección a los consumidores, han pasado desapercibidos aun cuando se esforzó en destacar los avances y realizaciones de su gobierno.
Esta situación, que alarma a los partidos de la Alianza enfrentados a cruciales elecciones este y el próximo año, ha sido producto de una estrategia fracasada. Esta contempló la creación de una nueva derecha (“hinzpeteriana”) que superaría la Coalición por el Cambio y la Alianza generando un gobierno supra-partidario, con un elenco técnico de alto pedigrí académico y empresarial, capaz de reducir el Estado y ampliar los focos de lucro y renta privados en el marco de una economía cada vez más neo liberal, todo ello apoyado en un presidencialismo plebiscitario, que profundizaría el mando del Ejecutivo y ampliaría su apoyo en la opinión pública.
Ante tal derrota estratégica y el nerviosismo electoral de UDI y RN, el Presidente con la vista fija en las encuestas y con claro sentido electoral, ha exagerado sus logros, realizado una injusta y acerba crítica a los opositores y anunciado nuevas medidas en el campo social, las que en un período de cuenta regresiva, difícilmente podrán recargarlo.
Augusto Varas
Co-editor Barómetro de Política y Equidad
Fundación Equitas