Estamos por cierto familiarizados con el concepto de lumpen proletariado o simplemente lumpen, en referencia a esos sectores marginales y degradados de su condición laboral que generalmente por su carácter venal juegan un rol contrarrevolucionario, pero ¿qué hay de esos sectores degradados de la burguesía o pequeña burguesía que a veces también terminan en el filo de la navaja de una marginalidad, también muy cercana a la criminalidad o la corrupción? ¿O de aquellos que incluso sin ser marginales operan con la lógica de sacarle desvergonzadamente provecho a los demás?
Abordo el tema porque cuando hace algunas semanas escribí acerca del lumpen y de su rol, en particular en estos tiempos de neoliberalismo que ha reducido en número a la clase obrera, mientras por otro lado ha hecho crecer el segmento de marginados sociales que viven en la pobreza, es de interés también poner atención a qué sucede con los marginales y degradados de otras capas sociales.
Y uno de mis lectores reparó en que habría también que referirse a este otro sector social degradado, también una suerte de escoria social que no luce una apariencia física similar a sus colegas del lumpen proletariado, pero en el fondo comparte objetivos y a veces características de comportamiento muy similares.
Cabe primero que nada aclarar un poco los conceptos. Ya estamos familiarizados con el concepto de lumpen proletariado, pero no así con el de lumpen burguesía, una noción que se introdujo mucho después haciendo una cierta analogía a la idea de lumpen proletariado. Originalmente el concepto de lumpen burguesía fue usado en Austria por parte de algunos ideólogos socialistas en los años 20, sin embargo fue Andre Gunder Frank, conocido por su teoría de la dependencia, quien en 1972 utilizó el término de lumpen burguesía en referencia a las clases dominantes de América Latina que, incapaces de implementar un proyecto nacional autónomo y de articular una conciencia de clase propia, como lo habían hecho las burguesías de las potencias europeas y de Estados Unidos, devenían meras sirvientes de los intereses de las potencias dominantes, principalmente de Estados Unidos y sus grandes corporaciones transnacionales a quienes servían como abogados, supervisores y administradores políticos.
La de Gunder Frank sin embargo, es una acepción del término “lumpen burguesía” porque también hay otra. En efecto, Charles Wright Mills en White Collar: The American Middle Classes (Cuello blanco: las clases medias americanas) escribe que “si podemos hablar de un lumpen proletariado proveniente de los trabajadores asalariados, así podemos hablar también de una ‘lumpen burguesía’ proveniente de otros elementos de clase media”. ¿Quiénes entrarían en esta categoría de lumpen proveniente de las capas medias? Permítanme un ejemplo experimentado en carne propia: hace un par de años en uno de mis viajes a Chile debí hacer uno de esos engorrosos trámites legales que naturalmente requieren de un abogado. Sin pensarlo dos veces recurrí a los servicios de quien había sido un amigo y compañero de militancia, luego también de disidencia, en un viejo partido de la izquierda chilena. Ahora él había llegado a tener cierta figuración en el más pequeño de los partidos de la Concertación, del cual era miembro. Ya décadas habían pasado de esos tiempos cuando con otros estudiantes juntábamos nuestras monedas para ir a comer empanaditas fritas en El Rápido. Mi amigo de entonces, a quien, y todavía con a lo mejor un ingenuo homenaje a esos viejos tiempos, voy a identificar simplemente como Fulano, aceptó de inmediato hacer los trámites. Convenimos los costos—obviamente yo sé que en Chile todo trámite judicial entraña gastos, estampillas de impuestos y otras gabelas—le dejé en esa oportunidad algún dinero y luego desde Canadá le remití otros doscientos dólares para completar el pago. Pasaron los meses y no tuve noticia alguna. Al año siguiente cuando estuve de vuelta en Chile, ya ni siquiera había rastros de mi viejo amigo, habiendo abandonado la oficina que compartía con otros abogados. Al año subsiguiente, o más precisamente en enero de este año, otra vez de paso en el país intenté nuevamente saber algo. Una amiga que lo conocía finalmente me dio más luces: “¿Pero no sabes? Fulano efectivamente concurre a los tribunales todos los días, hace como que anda ocupado, haciendo trámites aquí y allá, de una oficina para otra, pero todo el mundo sabe que no tiene clientes. Nadie le da cosas a hacer. Hace como que trabaja, pero hace meses o años que no hace nada.” Vaya sorpresa. “¿Y de qué vive?” le pregunté. “Su señora es una profesional que trabaja bien…”
En Argentina ese tipo de individuo sería llamado un “chanta”. En la caracterización que estoy haciendo en esta nota, sería un caso de lumpen burguesía en la acepción de Wright Mills, un sujeto que ha quedado desprendido del cascarón protector que prodiga su status profesional. En tiempos de crisis, sus colegas del lumpen proletariado se nutren de los que quedan a la deriva por el cierre de fábricas o de los jóvenes de las poblaciones que dejan el liceo o aun completándolo no encuentran trabajo y caen en actividades criminales como el microtráfico de drogas. En el caso del lumpen burguesía la crisis también lanza a sus miembros en una espiral donde el engaño, a veces la estafa u otras formas más serias de corrupción se hacen práctica común.
El comportamiento entre los miembros de ambas categorías de lumpen puede diferir al menos en la superficie, pero no sus objetivos. Ciertamente en el accionar y presencia de los miembros del lumpen proletariado los rasgos son más conspicuos: hay una evidente brutalidad en los tipos que entran a un mini market para robar la caja, en los hinchas de las barras bravas que pueden herir o hasta matar a otros hinchas, o en los que actuando por algún siniestro mandante incendian un bus amenazando a su chofer y pasajeros. El infundir temor a sus potenciales víctimas y al público en general puede ser la motivación en la conducta del lumpen que conocemos. En el lumpen burguesía sin embargo, puede ser todo lo contrario, no infundir temor sino confianza y hasta “encantar” a sus potenciales víctimas.
Una de las características muy habituales en los criminales de cuello y corbata es justamente su capacidad para convencer, para hacerle creer a la gente que lo que están proponiéndole o derechamente haciéndole, va a redundar en un beneficio para ella: repactación de deudas porque así se le soluciona el problema de los pagos atrasados, pero sin mencionarle los gigantescos intereses que se acumularán; préstamos “generosos” a pensionados por parte de las cajas de compensación, sin tampoco mencionar los intereses y el hecho que a la víctima además le deducirán las cuotas directamente de sus ya reducidas pensiones; y la lista puede continuar con muchos de los manejos—algunos perfectamente legales—que bancos, Isapres, AFPs, sin olvidarse de los individuos que operan por cuenta propia, hacen para aprovecharse de los demás.
El problema por lo demás no se reduce a Chile ni a los países del Tercer Mundo, en Estados Unidos mismo un procedimiento conocido como “esquema Ponzi” (equivalente a lo que en nuestros países se conoce como una “pirámide”) hizo noticia en 2008, cuando Bernard Madoff, un hombre de negocios, corredor de la bolsa (llegó a ser ejecutivo de NASDAQ, uno de los principales mercados de valores bursátiles de Nueva York) y consejero financiero, fue arrestado por haber cometido la mayor estafa en la historia de ese país: entre 18 mil a 60 mil millones de dólares se calcula el perjuicio causado a sus víctimas, que se cuentan en millares. Madoff fue condenado a 150 años de prisión.
A un nivel más modesto, pero no menos perjudicial para sus víctimas, Canadá tuvo a otro integrante de esta tropa de lumpen burguesía: el consejero financiero Earl Jones estafó sobre 50 millones de dólares principalmente a personas jubiladas o cercanas a jubilarse, muchas veces haciéndose con los ahorros familiares de toda la vida de trabajo de sus víctimas. Jones fue condenado a 11 años de prisión.
A veces el ser exponente de la lumpen burguesía es perfectamente compatible con ostentar un título de nobleza aprobado por la casa real británica como es el caso de Conrad Black, en un momento uno de los mayores barones de la prensa mundial con un grado de control sobre medios de comunicación sólo comparable al de otro pájaro de cuentas, el australiano Rupert Murdoch.
Lord Black, canadiense de nacimiento pero que renunció a su nacionalidad para ser investido como Lord en Gran Bretaña (Canadá no permite el uso de títulos nobiliarios para sus ciudadanos) acaba de cumplir 29 de los 78 meses en prisión a que fue condenado por un tribunal en Chicago, luego de habérsele encontrado culpable de cometer fraude contra sus propios socios y accionistas en el consorcio periodístico Hollinger, en su momento uno de los mayores en el mundo. Pronto a ser dejado en libertad, Black ha solicitado—y obtenido—visa para vivir en su país natal por el período de un año (permiso concedido por las mismas autoridades canadienses de inmigración que son tan celosas en conceder visas a visitantes de otros países que jamás han cometido un crimen, solamente porque sospechan que esos turistas pueden quedarse aquí más allá del tiempo permitido).
Naturalmente hay una importante correlación entre las acciones de la lumpen burguesía, cada vez más audaces podríamos decir, y el hecho que el dogma neoliberal abrogó gran parte de las atribuciones reguladores de los estados. Una tendencia más o menos global y que fue una señal para que el lumpen de cuello y corbata extendiera su accionar a niveles mucho mayores que los casos de corrupción que se daban corrientemente.
Aunque algunos de los que exageraron la nota y “se les pasó la mano” en esto de engañar a la gente, los que se tomaron en serio eso de “llegar y llevar” a costa de los dineros ajenos como el conocido caso chileno de La Polar, han terminado ante la justicia, en otros casos este accionar del lumpen burguesía se ha mantenido aun dentro de los cánones legales. Y ese es precisamente su “encanto”, su habilidad para presentar esquemas que van en abierto detrimento de la gente como grandes oportunidades que uno tiene que aprovechar. En el film Capitalism—A Love Story, Michael Moore presentaba como caso típico el de los refinanciamientos hipotecarios, un negocio lanzado por los bancos en Estados Unidos a comienzos de siglo: “Usted está sentado sobre oro y ni siquiera lo sabe”, decía la publicidad que apuntaba especialmente a adultos mayores, muchos ya jubilados, y que habían terminado de pagar las hipotecas de sus viviendas. El negocio consistía en hacerlos firmar por lo que parecía eran generosos préstamos, poniendo como garantía sus casas. Los miles que firmaron no pusieron mucha atención a la letra chica que indicaba que los intereses a pagar podían cambiar según lo dictaminara el banco. Al poco tiempo los intereses fueron tan altos que miles perdieron sus casas por imposibilidad de pagar los préstamos. Todo eso hecho legalmente, pero con mucho “encanto” ya no por individuos actuando por su cuenta sino por instituciones ellas mismas “lumpenizadas” en un modelo económico en que sólo lo que importa es hacer dinero, y en la mejor tradición del lumpen, si ello implica “joder” a los demás pues que se jodan.
“Este mundo es de los vivos” parece ser el lema del lumpen, sea el que pega un lanzazo y la arrebata a uno la billetera en el bus repleto de pasajeros o el que lo hace desde una brillante oficina en medio de sonrisas, haciéndole a uno firmar papeles que alguna glamorosa secretaria le acercará también sonriente.