El modelo chileno fue desnudado el 2011 por los estudiantes. Las protestas sociales cogieron desprevenidos al gobierno y a la clase política. En el último quinquenio, Chile se había desacoplado de la mayor crisis económica occidental de posguerra, con un crecimiento del PIB de 60%, e incluso con un vigoroso 6% en el año mismo de esas movilizaciones.
Esa contradicción, crecimiento y protesta, nos hizo de nuevo noticia mundial, junto a la primavera árabe, el movimiento Ocupar Wall Street y los indignados en España, entre otros. Hoy, en Chile, se debate sobre la desigualdad y cambios o derrumbe del sistema neoliberal y binominal, nuestro modelo tan alabado.
Recientemente el influyente The New York Times publicó una larga crónica sobre la mundialmente famosa Camila Vallejos y las manifestaciones estudiantiles que encabezó.
Y The Economist, la revista británica, thatcherista en las últimas décadas, publicó sendos artículos sobre nuestro país: (a) “Como detener que una revuelta de clase media descarrile un exitoso modelo de desarrollo” y (b) “Una popular rebelión estudiantil muestra como los chilenos, al estar mejor, quieren que el gobierno garantice una sociedad más justa. Los políticos luchan por responder.”
Ello ocurre, agrega The Economist, cuando Chile destaca en América Latina por su rápido crecimiento, progreso social, estabilidad política y relativamente robustas instituciones. Palabras similares utilizó el presidente colombiano Santos al visitar nuestro país.
No obstante, el hábito de protestar se hizo popular, The Economist cita las manifestaciones en provincias, a las que agregaría las ecológicas. Por ello los líderes políticos del país se preguntan si están frente a una rebelión popular en contra del modelo, como llaman a las políticas de libre mercado que legó Pinochet y que sus sucesores dejaron en gran parte intactas.
No obstante, había más de un síntoma de que no era oro lo que brillaba, pero la ideología dominante transmitida por los medios, el neoliberalismo, nos cegó.
Entre los pájaros de mal agüero destacan (a) la baja constante de la participación electoral a partir de 1997, hasta que en la última elección presidencial fueron más los que no votaron que los que lo hicieron por Piñera; (b) el descontento con la marcha de la democracia y sus instituciones (Congreso, partidos) y el apoyo a la economía de mercado, pero la crítica al empresariado (encuestas Latinobarómetro); (c) el estudio del BID, 2008, sobre el crecimiento desdichado, que compara el último quintil del Chile de la Concertación con el de la Honduras de Zelaya, la mitad más pobre, pero más feliz; (d) las manifestaciones de los pingüinos, la primera generación de adolescentes sin conciencia de la dictadura, etc.
El contexto: desigualdad, colusión, prebendas
El Chile de hoy es menos pobre que durante la dictadura, pero todavía muy desigual. Los que viven bajo la línea de pobreza han disminuido del 40% a 15% de la población, pero todavía el índice de desigualdad, GINI, no baja de 0,50, que nos ubica en nuestra región y Africa, las más desiguales del mundo.
Incluso entre el 2006 y el 2010 los pobres aumentaron de 13,7% a 15,1%. En contraste, en el último quinquenio, el de la gran crisis, la fortuna de los cinco milmillonarios chilenos en la lista Forbes se duplicó, a 40 mil millones de dólares, equivalente al 20% del PIB, como consecuencia de llevarse en contante y sonante el 26% del crecimiento económico del país en ese período.
Gurúes derechistas sostienen que la desigualdad tiene poca importancia. Otro, un ideólogo católico ultra, dijo que era parte de la creación, e hizo suya la teología de la predestinación calvinista. Y para otros, más animalistas, estimula el emprendimiento, cuya base serían dos instintos: la envidia a los que tienen más y el afán de lucro, es decir, la codicia.
Sin embargo, ningún ideólogo ni político derechista defiende la desigualdad en otras latitudes. El radical proyecto de Thatcher, por ejemplo, fue presentado como la “sociedad de propietarios”, que inició con la privatización de un millón y medio de viviendas del sector público a sus arrendatarios por precios para ellos alcanzables. Y hasta ahora los conservadores británicos, a pesar del thatcherismo, predican la doctrina de un solo país, y no uno de los ricos y otro de los pobres, que proviene de la novela de Disraeli “Sybil or The Two Nations Divide” (1845). Y en Gran Bretaña, por tanto, las AFP, ISAPRES y la educación con fines de lucro desempeñan un rol muy secundario.
El segundo problema es que Chile, más que una economía de mercado, es pro gran empresario. El modelo los favorece. Se coluden. Pagan bajos salarios, los derechos laborales fueron desmantelados por la dictadura. Y tienen privilegios tributarios, gracias a exenciones, compañías de papel y resquicios legales que les permiten eludir impuestos so pretexto de inversiones, etc.
Según The Economist uno de los más impopulares oligopolios son las dos alianzas políticas dominantes gracias al sistema electoral binominal que, según sus críticos, transformó a los cargos de elección popular en sinecuras y corre el riesgo de llegar a ser una gerontocracia.
Una educación cara y sin mañana.
La educación superior tuvo un aumento explosivo durante la transición a la democracia, acorde con el contraproyecto socialdemócrata, tercera vía, a la sociedad de propietarios de la nueva derecha. Abrazaron la economía de mercado para crecer, pero la amortiguaron con la educación de los trabajadores para la inminente sociedad del conocimiento.
El número de estudiantes superiores en Chile pasó de 200.000 a un 1.100.000, a partir de 1990, el 45% de la población que tiene entre 18 y 24 años de edad, de los cuales el 70% son la primera generación que llega a ese nivel de estudios en sus familias.
El gasto en educación de la sociedad chilena es alto entre los países de la OCDE, 7% del PIB, pero a diferencia de sus otros miembros, más de un tercio es financiado por los alumnos y sus familias, con lo que cae a la cola en la inversión pública en educar. A lo que se añade que en la educación superior el 80% del costo recae en los estudiantes. El 60% de ellos reciben becas y préstamos con respaldo estatal, pero solo cubren entre el 70 y 80% del costo.
En las universidades top el pago fluctúa entre 700 y 1.000 dólares mensuales y baja, hasta 70, en el DUOC, una escuela vocacional con cursos de dos años ligada a la prestigiosa Universidad Católica, en un país en que el salario promedio es algo más de mil dólares.
La situación se agrava porque el 40% de los graduados descubre que sus remuneraciones una vez diplomados no cubren la inversión que hicieron. Y en palabras de Andrés Velasco: “la combinación de ingresos más bajos que los esperados y deudas más altas que las supuestas es explosiva”.
A lo que se suma que el 35% de los estudiantes en el DUOC, que educa a los más pobres, abandonan sus estudios por razones económicas o porque carecen de la educación de base para seguir los cursos, a pesar de que el DUOC destina una cuarta parte de sus clases a intentar a que logren el nivel adecuado.
El movimiento estudiantil desnuda el modelo.
El movimiento estudiantil cuenta con un apoyo popular mayoritario. No se trata solamente de la desilusión de sus endeudas familias por financiar los estudios. Incluso los camareros de bares y restoranes les entregan para las manifestaciones bolsas plásticas con limones y sal que, al morderlos, disminuyen los efectos de las bombas lacrimógenas.
El gobierno finalmente propuso aumentar levemente los impuestos para financiar mejoras en la educación. Según Alejandro Foxley es insuficiente, se require recaudar a lo menos 2 o 3 por ciento más del PIB. El Ministro de Hacienda lo rechaza. Sostiene que los niveles tributarios actuales son suficientes para un país con una economía como la chilena, si se le agrega el gasto en seguridad social que es privatizado. Lo que no dice, es que ese gasto privatizado es una subvención obligatoria de los trabajadores al empresariado, caso único en el mundo.
Y el aumento de los tributos y del financimiento tomará largo tiempo en incrementar la calidad de la educación. Para ello hay que comenzar al nivel preescolar y subir los salarios de los profesores para atraer a la flor y nata del país, como en Corea y Finlandia.
Pero si así fuera será todavía insuficiente. Los mileuristas (salarios de mil euros) españoles son prueba de ello, en un país con una economía mucho más diversificada y tecnológica que la nuestra. Y nada está más lejos de la sociedad del conocimiento que una rentista y con economía extensiva como la chilena, que vive de la minería, obra de Dios, donde basta con extraer, utilizando tecnología y bienes de capital importados.
Esa es la maldición de los países petroleros y mineros, con la excepción de Australia y, en especial, de Canadá. No somos los peores. En Guinea Ecuatorial la renta petrolera es monopolizada la pandilla gobernante. Y en Venezuela es repartida sin pensar en el mañana.
En nuestro país deberíamos convertir el llamado sueldo de Chile, el cobre, en la inversión de Chile: financiar la transformación de una economía extensiva, la suma de capital y trabajo, en una intensiva, en que la tecnología y, por tanto, los altos salarios, tengan el rol vital. Es una tarea a largo plazo que todavía no comenzamos.
Con todo, para ello contamos con una juventud liberada de los fantasmas del pasado. Cuando se le preguntó al lider estudiantil Giorgio Jackson que significaba la dictadura para él, contestó: “nada, nací en 1987”. Y con sus propios medios de comunicación (facebook, twitter y celulares), que escapan al control de los grupos oligárquicos.
En todo caso, como lo dice The Economist citando a Roberto Méndez de Adimark, la confianza en el modelo económico se debilitó, bajó de 60% a 40%, debido a que el movimiento estudiantil cristalizó en la mayoría de la población el sentimiento de que la política, la economía y los medios están alineados en beneficio exclusivo de una plutocracia.