El horroroso funcionamiento del Transantiago pareciera ser la condena eterna de los capitalinos. Cuando Ricardo Lagos Escobar decidió terminar con el antiguo transporte público, a cambio de uno más “moderno y eficaz”, no consideró la calidad ética-cultural de los empresarios microbuseros (ni de los choferes) dentro de los requisitos para poder ser parte del nuevo sistema de locomoción colectiva. El resultado ha sido atroz, los empresarios y choferes hacen lo que les viene en gana, incumpliendo contratos y reglas elementales para la entrega de un servicio “moderno y eficaz”.
Los usuarios han sido y son burlados día a día, debiendo pagar, a través de una tarifa usurera, los costos de un servicio que no es el que se ofertó. Los únicos favorecidos han sido los empresarios microbuseros, que además son subvencionados por el Estado a pesar de sus acciones irresponsables en perjuicio de los pasajeros. En cuanto a las autoridades, a las cuales les corresponde dar una solución y poner fin al desorden y abuso en la locomoción colectiva, brillan por su incompetencia para sancionar y corregir.
En el funcionamiento del Transantiago ocurren cosas absurdas que tienen que ver con descriterios, arrogancia, incultura y falta de sentido común de parte de empresarios, choferes y autoridades, dando la impresión de que gozan causando malestar e incomodidades a los usuarios. La falta de frecuencia de los recorridos es lo peor, provocando aglomeraciones permanentes de público. De pronto pasan cinco u ocho micros en el mismo instante, y luego, en cuarenta minutos o una hora, no pasa ninguna. Otras veces –en realidad muchísimas veces- los choferes no se detienen en los paraderos, simplemente porque no quieren hacerlo, y dejan a la gente botada. Es cosa, por ejemplo, de observar en el paradero norte de Providencia con Miguel Claro o en el paradero poniente de Av. Independencia con Av. Einstein. Los choferes más descriteriados son los de las líneas 201, 202, 223, 203, 208, 406, 426, 427, 412 y 418. Otro asunto irritante que se da, especialmente en las líneas 201, 202, 223, 203 y 208, con los buses oruga, es que los choferes se niegan a dejar bajar a los pasajeros por la segunda puerta, argumentando que es solamente para discapacitados. Lo hacen incluso cuando la micro va llena y es imposible trasladarse hasta la tercera y cuarta puerta para poder bajar ¿No es esto un descriterio? ¿Cómo el ministro de Transportes no soluciona algo tan simple de solucionar como que se pueda bajar por la segunda puerta? La medida ayudaría a mantener la salud mental de los pasajeros, tan estropeada por el estrés que provocan los viajes en el Transantiago. Criterio y sentido común ¿es mucho pedir? Y ni hablar de las micros que pasan sin tomar pasajeros porque van a “posicionamiento”. Es hora que de verdad se comience a dar soluciones los usuarios, que se ven obligado a utilizar -y pagar- por un servicio malo que no es el que se ofreció cuando el señor Lagos Escobar decidió instalar el Transantiago.
La subvención del Estado al Transantiago es una burla a los chilenos que, además de financiar con sus impuestos a los empresarios microbuseros, deben pagar por un servicio degradante. Así como el gobierno lanza campañas, para evitar la evasión en el pago de pasajes, debería fiscalizar a empresarios y choferes con firmeza, aplicando las sanciones máximas que corresponden.