Noviembre 23, 2024

El peso de las ausencias

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oldchairMarcela Méndez Villarroel fue despedida hace un par de días por centenares de personas en el Parque de las Flores, en Chillán.  Gente que vino desde diferentes puntos de la geografía nacional, para compartir con nosotros lágrimas sinceras de tristeza por la prematura partida de esta mujer que llenó de alegría nuestras vidas.

 

Marcela no grabó discos, no protagonizó películas, no ganó concursos de sabiduría o de belleza, no fue otra cosa más que campeona cotidiana de la amistad, de la sinceridad, de la sencillez, de la alegría de vivir, a pesar de sus propios pesares.


Hoy le escribo a aquella mujer que simboliza a tantas de nuestro pueblo que han pasado por nuestros parajes sembrando amigos. Son mujeres con espaldas anchas sobre las cuales han cargado sus penas, ocultándolas, sin contagiar a nadie con ellas.


Son madres que han enfrentado las vicisitudes que la vida les ha puesto como vallas, pero que han sabido sortearlas con esfuerzo supremo, empujadas por el amor, con la decisión clara y profunda del futuro mejor.


Recuerdo el aroma de una frase pronunciada por una de sus hijas en su último adios: Le temo mucho al mayor peso de las ausencias que de las presencias…Y remuevo mis emociones, porque aquella ausencia ya me está pesando.


La verdad es que son muchas las ausencias que anidan en nuestras almas. Son demasiadas, si las comparamos con las presencias que nos van dejando huellas. Porque las presencias las podemos disfrutar de a poco, cuando sintamos que van pesando. Pero, las ausencias no.


Las ausencias se van clavando más hondo en nuestros pasos y el caminar se hace más difícil. Porque nos marcan tristezas. Son añoranzas que se abrazan a nuestros sueños y nos agobian al despertar. Son lecciones que se quedan prendidas en el pizarrón oscuro de nuestros afectos, incapaces de borrarse, de cambiarse, de trasladarse de un sitio a otro de nuestras almas. Permanecen allí, como faro sin luz que guía los recuerdos.


Las ausencias duelen. Clavan lágrimas en los rostros, impiden ver paisajes sociales cromáticos, dejan muecas por sonrisas.


Por ello no quiero ausencias.


No quiero que pesen las ausencias del discurso de aquel mediodía chillanejo de otoño. No quiero dejar en la ausencia a aquella Marcela que nos inspiró sonrisas y nos dibujó dulzuras en las amistades.


Hay mujeres sencillas que escriben páginas invisibles en nuestras historias personales. Invisibles, pero que perduran, porque se han transformado en presencias indelebles, en ejemplos valorables. Son las que construyeron bases para este edificio vital sobre el cual se va elevando la felicidad de un pueblo.


Honor y gloria, entonces, a todas las Marcelas Méndez que iluminan las páginas cotidianas de nuestras vidas personales.  

Miguel Angel San Martín 

Diario Crónica Chillán 

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