El próximo 9 de abril se cumplen 64 años del asesinato de mi padre, Jorge Eliécer Gaitán, que con la connivencia de la oligarquía colombiana se llevó a cabo a manos de la CIA, en desarrollo del complot que denominaron “Operación Pantomima”[1]
Si bien es cierto que únicamente el magnicidio de mi padre ha producido como respuesta inmediata el levantamiento del pueblo colombiano en una gran explosión que se ha denominado “el colombianazo” – buscando el pueblo tomarse los centros de poder para derrocar al presidente del momento, Mariano Ospina Pérez, a quien señalaba como autor del crimen – no es menos cierto que no ha sido el único asesinato político de nuestra historia, ya que nuestras sempiternas clases dirigentes se han caracterizado por un odio profundo a la independencia mental y partidista, solucionando la confrontación ideológica con el crimen.
No solo se asesina a los dirigentes, se masacra y aniquila a sus seguidores en un sinfín de genocidios sociales y políticos que han convertido la historia colombiana en turbulento y arrasador río de sangre.
Las diferencias ideológicas y el afán de monopolizar la tierra han sido fuente entrelazada de ese calvario, que tuvo sus inicios en el complot contra la vida del Libertador Simón Bolívar a manos del General Francisco de Paula Santander, compañero de lucha de las gestas libertarias de Bolívar, para luego convertirse en su mayor enemigo, hasta el punto de fraguar su asesinato.
En el juicio que siguió a este atentado, Santander fue condenado a muerte, pero Simón Bolívar le condonó la pena, canjeándola por el exilio. Allí se originó, como impronta insoluble, el crimen y la impunidad como ruta de nuestro destino político.
Es imposible dar una cifra exacta de las millares de víctimas caídas en este mar de asesinatos que tienen su originen en nuestras clases dirigentes, razón y causa de la aparición de las guerrillas, los paramilitares, las bacrim (bandas criminales), etc.
Ha sido tal su magnitud, que el Congreso de la República, mediante la Ley 1448 de 2011, ha declarado el 9 de abril – por ser la fecha del asesinato de mi padre – “Día de las Víctimas”, para conmemorar esa multitudinaria masacre que ha caracterizado nuestro devenir histórico.
Parecería, entonces, que la clase política estuviera haciendo un acto de contrición. ¡Pero no! Porque al centrar el tema de la violencia en las “víctimas”, simultáneamente está situando al pueblo batallador en condición de subordinación, cuando la verdad es que una inmensa mayoría de ellos son HÉROES. La victimización es asunto jurídico y no político. Situar a los dirigentes comunales, sindicales, indígenas, periodistas y líderes políticos en calidad de víctimas, es despojarlos subliminalmente de su heroísmo, ya que la mayoría de ellos han sido acribillados en defensa de ideales sociales y políticos que la victimización encubre. Es por ello que los gaitanistas doctrinarios, con la participación del Instituto Distrital de la Participación, conmemoraremos el próximo 8 de abril, domingo de resurrección, el mensaje de autoestima y dignidad del pueblo colombiano que, en 1948, estando ad-portas del poder, fue acribillado el 9 de abril, junto con su líder, a manos de quienes con la muerte impidieron su victoria y que hoy, con sus herederos ideológicos y genéticos, prosiguen por el camino de la muerte para imponer el neo-liberalismo por el que transita Colombia, que tanta miseria e inequidad está generando.
1) Existe la confesión grabada del agente de la CIA, John Mepples Espirito, quien da detalles precisos sobre ciertos hechos que precedieron al complot, que solo mi padre, mi madre y yo conocíamos, lo que le otorga una máxima garantía a las precisiones que el agente norteamericano hace sobre el asesinato