Noviembre 15, 2024

La Lídice austral

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f-1De no tomar el régimen medidas radicales, el mal ejemplo de Puerto Aysén podría ser imitado en breve por otras ciudades que no por pequeñas, aisladas y maltratadas, tienen el alma muerta.

 

Pescadores, trabajadores, estudiantes, mujeres, incluso niños, están dando un ejemplo que logra pasar por encima del silencio cobarde de los medios de comunicación del sistema, de los festivales sin gracia y el pasmo de dirigentes políticos que alguna vez surcaron el territorio con su verso flamígero.


Por momentos, la pequeña ciudad de Puerto Aysén recuerda a Lídice, la aldea checa que fue arrasada hasta sus cimientos y asesinados casi todos sus habitantes, como una manera que tuvo la barbarie nazi para castigar las acciones del pueblo checo que resistía la ocupación nazi de su territorio, por entonces llamado Bohemia.


Desde que el tiempo es tiempo, los poderosos aborrecen las conductas que alientan el coraje de la gente y han hecho lo posible por evitar que la valentía contagiosa los afecte: castigos, soplones, desinformación, divisionismo, traidores, han sido desde siempre recursos para el efecto.


Si bien han ido cambiando los medios técnicos empleados, la idea de los tiranos encubiertos o evidentes, sigue siendo la misma: evitar los malos ejemplos no más aparecen en el horizonte.


Es el caso de Puerto Aysén, sitiada por una enorme fuerza policial, sus pobladores no sólo se han apertrechados de piedras y barricadas, sino que también son portadores una magnífica intransigencia. Ambas armas son usadas por los ayseninos sin que entre ellos haga mella el bicho insignificante de las diferencias artificiales.


El peor escenario para los mandamases de turno es que ese reguero austral se transforme en un caudal imposible de controlar y contagie al resto del país, ávido de señales que indiquen por dónde deben ir las cosas. Para los estrategas de palacio es necesario desmantelar la idea de que la unidad es posible cuando la discusión estéril es reemplazada por la pela concreta.


Sobre todo cuando existe en el país un estado de ánimo que sospecha que algo tiene que pasar. Lo que dejaron las movilizaciones de los estudiantes, y uno que otro trabajador, el año pasado, fue el convencimiento a nivel del sentido común del populacho: algo  grande se viene.


Durante el período de vacaciones, en apariencia tranquilas, se cruzaron especulaciones respecto de cómo viene la cosa para el misterioso 2012. Hay quienes creen que lo del año pasado fue una explosión que ya perdió toda posibilidad de extender sus ondas de choque, y otros que sospechan que van a ser mejores, o peores, según de donde se mire, y que el movimiento iniciado por los estudiantes seguirá en un giro ascendente de impredecibles consecuencias.


Lo cierto es que Puerto Aysén demuestra que la rebelión de la gente tiende a expandirse. Las noticias informan que en otras zonas no menos afectadas por el centralismo y el desprecio, la gente junta su rabia para hacerla saber no más se dé las condiciones. Y los estudiantes estarán renovando su bronca, sus asambleas y su puntería.


Los estrategas del sistema habrán tomado vacaciones a la rápida y estarán por estos días desplegando mapas tácticos sobre las mesas de trabajo y definiendo planes de batallas y curso de acción. Se dislocarán generales y tropas a los teatros de operaciones más conflictivos, se dejarán a policías novatos a cargo de las calles de las ciudades y se llevarán a los más experimentados combatientes a las zonas más calientes.


Los jefes de inteligencia estarán dando instrucciones a los nuevos Civiles No Identificados que ya se han visto operar en la zona. Se removerán jefes ineptos, incapaces de recuperar y mantener bajo su control un miserable puente y se renovará el parque de balines, gases y balas. El horno no está para bollos.


Mientras tanto, los pobladores de Puerto Aysén estarán tomando también sus propias medidas. De las primeras, renovar su fecunda intransigencia y la certeza que luchando unidos aumenta las posibilidades de triunfo.


Pero además, estarán aprendiendo, y enseñando, lo maravilloso que es cuando el pueblo es el que manda. La experiencia sureña no sólo es de rebeldía, de desobediencia civil. Es también ejemplo de que cuando la gente se organiza demuestra su disciplina, su decisión y capacidad de obrar según sus propias determinaciones.


En Puerto Aysén es el pueblo el que ordena. El Estado ha quedado subordinados a las decisiones de la gente movilizada, parapetada en su decisión inquebrantable de combatir hasta alzarse con el triunfo.


Ha sido la misma gente la que ha curado a sus heridos y alimentado a sus combatientes. Mientras unos descansan, otros pelean, mientras los hombres se enfrentan a la brutalidad policial, las mujeres juntan piedras. Pequeñas cámaras y teléfonos graban todo para pasar por sobre el cobarde ocultamiento que hacen los medios de comunicación oficiales, y llegar con la verdad al resto del país.


Mientras tanto algunos bienintencionados se queman las pestañas para saber qué es el poder popular y la unidad, la pequeña Aysén, se alza como una ciudad heroica, una Lídice austral, sin ser arrasada del todo aún, contemporánea y querida, por el ejemplo que dejará para el futuro.

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