Hace sólo unos días recordamos, en forma poco entusiasta, el aniversario número 200 de la aparición de “ La Aurora de Chile”, primera publicación periódica de nuestro país. Un semanario de hondo contenido político que fue editado y dirigido por el sacerdote Camilo Henríquez.
Sacudió la sociedad chilena de la época, porque tuvo un espíritu crítico sin paliativos con respecto del régimen impuesto por los conquistadores hispanos. Fue valiente el cura Henríquez porque sacó la pluma convertida en espada de ideas, con lenguaje filudo y vista penetrante de futuro.
Voz rebelde, vestida con sotanas de respeto. Ideas libertarias entre botones de brillo de conquistadores. Y en tales condiciones, crecieron las voces de los que no la tenían, perfilando formas y medios de una comunicación más fluida, inteligente y potenciadora de voluntades que buscaban la libertad social.
La prensa chilena creció y se desarrolló por cauces democráticos, amplios y participativos. Los profesionales también se fortalecieron en su función, ganando respeto y credibilidad en una sociedad en crecimiento. Se hicieron fuertes, escuchando y haciéndose escuchar, diciendo verdades e interpretándolas como mejor se pudiera, para no confundir, para no ocultar, para no manipular.
Llegó el momento en que la prensa y sus organizaciones ganaron tal respeto y reconocimiento social, que el ejercicio de la profesión en el país se instituyó por ley que el Colegio de Periodistas de Chile fuera el encargado de regularla, cautelarla, vigilarla, protegerla. Era tal el poder conquistado por esta organización, que hasta cautelaba los sueldos de los profesionales, fijando aranceles mínimos y dignos que debían ser pagados por los empresarios del rubro.
Ni un periodista podía ejercer funciones de locutor o de presentador en las radios o canales de televisión. Ni un locutor podía redactar una noticia. Funciones paralelas, hermanas, pero nunca convergentes en un punto alternativo. En definitiva, respeto y consecuencia, ética y dignidad.
Tras los recientes años oscuros de nuestra Historia, el poder de las organizaciones desapareció casi por completo en el horizonte social. Los gremios sobreviven todavía sólo por cuestiones económico/reivindicativas. Las universidades proliferan por doquier, vendiendo títulos y despachando periodistas con la celeridad de la impresora o de la fábrica de confites.
El periodismo llega a tales niveles, que la información general que reciben los ciudadanos también resulta ínfima, manipuladora, parcial, basada en intereses de grupos o de personas. Y, lógicamente, se enferma dicha sociedad. Se enferma por desinformación, por aburrimiento, por falta de estímulos educativos o culturales.
A 200 años del nacimiento de la Aurora de Chile, podríamos afirmar que aquella aventura de brillos e iniciativas enriquecedoras, se encuentra ahora oscurecida por un periodismo chato, sometido por legislación absurda, aprisionado por poderes excluyentes. ¡Qué pena que ahora recordemos a Don Camilo casi sin entusiasmo!.
Diario Crónica Chillán