La contribución que ha hecho Chicureo a la mantención y desarrollo del odio hacia todo lo que apeste a menesteroso, sea con razonable fundamento monetario, sea por la impostura propia de la moda impuesta por el neoliberalismo, es notable.
La derecha chilena bien pudiera ser una de las más odiosas del mundo, sino la peor de todas. De tarde en tarde, cuando el populacho se toma en serio eso de pelear por sus derechos, que, visto desde el lado de los poderosos, es atentar contra sus intereses, no trepida en asesinar, torturar, desaparecer y exiliar.
Es que a la derecha no le tiembla la mano ni la puntería. Concebida como el brazo político de los poderosos, la derecha cultiva un odio profundo por todo lo que huela a roto, pobre y rojo.
En sus escuelas esas enseñanzas sagradas van de la mano de la religión, las buenas maneras, y de la historia en sus propias y bien condimentadas versiones. Y en la casa, por la vía de saber cómo tratar a los infames servidores, y para el efecto, nada mejor que arrendar a precio vil a empleados que sirven como cobayas.
La derecha tiene, por otra parte, su bien aceitado brazo armado. Desde que el tiempo es tiempo, las Fuerzas Armadas han sido el último baluarte de los millonarios, mantenidas siempre en apresto por si las cosas se les van de las manos a la primera línea de contención, las policías.
En esos casos, los soldados se disponen a poner las cosas en orden y a cerrar las tumbas clandestinas, para reiniciar el ciclo en que la derecha asume el poder, hasta una nueva oportunidad en que el populacho, inocente y manipulado, asoma un poco más de lo permitido sus derechos.
Suman centenares las matanzas en que el brazo armado de los poderosos ha llevado a cabo para instalar el orden que los revoltosos de todas las épocas han insistido en subvertir. Quizás la más aclamada por sus connotaciones cinematográficas, haya sido el bombardeo del palacio de La Moneda, epopeya que sólo la modestia de sus participantes les obliga a ocultar.
Las declaraciones de la Mujer de Chicureo es la punta de una hebra. La otra, la administran los criminales que en las sombras se agazapan a la espera de su oportunidad. Y lo que tensa esa cuerda es el odio bien alimentado, y transmitido en la leche templada y en cada canción.
No muy lejos de esos nidos en los que se incuban los futuros criminales, francotiradores y pilotos de guerra, el pobrerío sigue creyendo en las buenas maneras, en el perdón de quienes los ofenden y en todas las mejillas que fueren necesarias poner iteradas veces.
Y cuando algún desatinado plantea que la bronca es un fluido tan necesario como el agua, las voces que censuran llegan con reverberaciones místicas y monacales.
Es curioso que muchos zurdos, apaleados generación tras generación, asesinados sus progenitores, sus hijos y probablemente sus nietos y choznos, nunca se propongan administrar de la mejor manera el odio que emerge del maltrato, del desprecio, de la explotación, de la humillación que por generaciones los poderosos han repartido con fruición insana.
No nos transformemos en Ellos, dicen muchos. Y, puestos en esa falsa dicotomía, tampoco sabemos en qué debemos transformarnos. Y mientras lo pensamos, la derecha que sí sabe lo que es, dispara con una puntería digna de encomio.
Todas las noches la sección de cultura de los noticieros muestran las reacciones ideológicas de aquellos a los que la Mujer de Chicureo abatiría con dos tiros de su bien aceitada Glock, no más los vea caminar por su dominios.
La conspiración de esa legión de perdedores y resentidos, transformados en guerrilleros de este tiempo, atacan sus blancos con imaginación y audacia. De ellos se llevan carteras Vuitton, trajes Prada, lentes Gucci, camisas Armani y surtidos de joyas y accesorios, para complementar el botín.
Otros, con más sentido de la urgencia, afinan sus técnicas para huir con cajeros de banco.
La Mujer de Chicureo tiene razón. Cualquiera en su caso haría lo mismo.
Si ir más lejos usted, paciente lector de las poblaciones la Pincoya, El Castillo, El Barrero, La Victoria, Yungay, Joao Gulart, Santa Adriana, Santa Julia, sólo por nombrar los condominios con más ficha, ¿dejaría pasar a personajes como la Mujer de Chicureo por sus calles y pasajes así como así?