Enero 3, 2025

Cómo recordaremos el 2012

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tierraSólo basta constatar que hemos ingresado en un ciclo peligroso, en un período de precipitación, de aceleración de todos los procesos.  En no pocos aspectos, hemos cruzado, en este trance, que no es sólo económico, social o político, sino integral, puntos de no retorno. Como si aquella carretera unidireccional de la historia, mutada en autopista de alta velocidad, haya derivado en plataforma de lanzamiento hacia lo más desconocido. Pero ya nada nos detiene: el vehículo histórico  ha alcanzado velocidades vertiginosas y su peso, su inercia, es incontrarrestable.

 


El año pasado ha liberado una energía acumulada durante décadas, tal vez siglos a la mirada de un historiador. Pero la ha liberado cual explosión incontrolada, cual reacción en cadena. Pudo haberse iniciado desde la economía para traspasarse hacia el mundo real social y desde allí hacia la política, pero también podría haberse generado en otras áreas y con otros ritmos. Lo que tenemos, y de ello ya hay pocas dudas, es una crisis sistémica del capitalismo globalizado. El neoliberalismo, aquel capitalismo recargado y liberado de obstáculos instalado desde las últimas décadas del siglo pasado parece haber entrado en un proceso terminal, en un colapso, una implosión: como aquellas estrellas que al morir desaparecen tras haber liberado en una gigantesca explosión su última energía.


Una entropía que en comparaciones históricas sólo podría tener parangón con las más grandes grietas de los tiempos. No es ni 1914, ni 1939, tampoco 1848 ni 1871. En nuestra historia moderna más se acerca a los eventos de 1789. Hay historiadores y pensadores, como Immanuel Wallerstein, que abarcan ciclos aún más largos.


Al observar los eventos del año recién pasado, podemos asegurar que han sido diferentes a los anteriores. No sólo en el terreno económico, en el que muchos analistas prevén que hemos ingresado en un ciclo que nos llevará muy pronto a una depresión peor que la de 1929. La crudeza de los eventos, que están encadenados entre ellos, desde Egipto a Londres, desde Nueva York a Santiago, se sucede en los escenarios sociales, políticos, pero también climáticos. Como si todas aquellas áreas intervenidas por el capitalismo en particular y la modernidad como extensión tengan una fecha inminente de caducidad.


Observamos estos cambios vertiginosos en el mundo, pero también en Chile, en nuestras ciudades, en nuestros barrios. De la noche a la mañana todo lo que estaba arriba y era sujeto de admiración, está por los suelos. Aquel modelo económico instalado en los albores de la dictadura y desarrollado hasta sus últimas consecuencias durante los años y regímenes posteriores, se ha invertido para mostrar toda su falsedad y su miseria. Un modelo sostenido durante décadas, tiempo suficiente para quebrar a una sociedad y fragmentar a un país. Uno para ricos, medido en millones de dólares, para exhibirse en los road shows internacionales, en la publicidad y como narcótico comunicacional, y otro, extenso, interminable y opaco, medido en dolor y desesperación. Este es el modelo, que aún defienden sus creadores y sostenedores. Por cierto que con fruición sus beneficiados.


Chile, tal como lo menciona Naomi Klein en la Doctrina del shock, fue el laboratorio neoliberal. Aquí Milton Friedman y los Chicago Boys pusieron en práctica hace 35 años el experimento, bien aislado de la contingencia laboral y social con la ayuda de las tanquetas y metralletas, que convirtió el país en un mercado para los grandes capitales. El éxito, aplaudido durante décadas por los organismos financieros internacionales y todos los operadores mercantiles, fue tal, que fue también copia y paradigma para Latinoamérica y el mundo.


El trasvasije de riqueza desde la sociedad, los trabajadores y consumidores, a las grandes corporaciones nos ha colocado en un lugar extremo, aquel que sólo puede expresarse en grados de despojo y desesperación. De un momento a otro ha saltado como dolor intenso por los aires un malestar mantenido por décadas como síndrome confuso. Hoy el diagnóstico social está claro: la enfermedad social proviene del modelo, que ha amparado, bajo el cínico discurso de la libertad de mercado, el abuso, la colusión empresarial.


Este proceso, que tiene esta vertiente subjetiva, está también carcomido desde lo más objetivo. Ya el FMI ha advertido que Chile, otrora el modelito latinoamericano, es el país más vulnerable ante un colapso europeo. Hacia la última semana del 2011 el nuevo gobierno de España anunció que entrará hacia comienzos de este año en recesión, lo que esboza los primeros nubarrones para la tormenta perfecta.  Está, claro es, Estados Unidos y su creciente déficit, en tanto el resto de la Unión Europea pende de un hilo.


Tormenta perfecta y completa. Porque en una crisis sistémica, todas las variables, desde las económicas, financieras a las sociales y políticas, están relacionadas. Tal vez el 2012 se inscriba en el futuro como una de esas fechas inolvidables.

 


PAUL WALDER

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