La lectura de los diarios chilenos desgraciadamente deja por el suelo la imagen de Chile como un país moderno, democrático y gobernado por políticos responsables con plena sintonía con las corrientes y conductas éticas del mundo actual. El homenaje rendido hace unos días atrás por autoridades políticas representativas a un deleznable criminal condenado de por vida por crímenes imprescriptibles de lesa humanidad y el nombramiento como presidente del más alto tribunal de la nación de un jurista que desconoce el derecho internacional y que fuera miembro de ilegítimos y criminales tribunales de guerra durante los 1970s, ilustran claramente cuan alejado está Chile y sus autoridades políticas de la concepción moderna de lo que debe ser un estado de derecho.
Si a esto agregamos las amenazas veladas e irresponsable de acciones militares contra países vecinos por un ministro de gobierno y la visita navideña del líder espiritual de los católicos a un pederasta inveterado condenado por el Vaticano, se configura un cuadro de descomposición y apatía ética apreciable de los personeros que representan al pensamiento político conservador chileno. El cual a juzgar por estas manifestaciones, dejado a su arbitrio podría nuevamente sumir al país en abismos de barbarie que ya se creían superados. Sin lugar a dudas, en la raíz de estas situaciones existe una ignorancia de la historia moderna, local y global, cuyo conocimiento reflexivo a lo mejor podría prevenir algunos de estos vergonzosos y contradictorios procesos que nos retratan tan negativamente como sociedad. Este desconocimiento de la historia pareciera no ser privativo de nuestros líderes políticos y espirituales sino que también de nuestros historiadores a juzgar por una columna publicada en La Tercera (10/12/2011) por Don Alfredo Jocelyn-Holt, respecto del conservadurismo innato de los buenos historiadores y de las disciplinas históricas de calidad.
En dicho artículo, citando al crítico de arte de The Guardian Jonathan Jones se sitúa como un buen ejemplo de ello y se elogia la obra de Don Niall Ferguson, profesor de historia de la Universidad de Harvard y popularizador descocado de los magnos beneficios para el Oriente, África y América Latina del imperialismo inglés y del europeo en general. Desdichadamente para la tesis del Sr. Jocelyn-Holt acerca de las bondades históricas del conservadurismo del Sr. Ferguson y de otros, la calidad académica y la veracidad de la última obra de este “Civilización” (2011) ha sido certera y negativamente criticada por el intelectual hindú Pankaj Mishra. En un extenso ensayo en la “London Review of Books” titulado “Hay que tener cuidado con este hombre (el Sr. Ferguson)”, (3/11/2011), Mishra devela irónica y adecuadamente los prejuicios, las falsedades históricas, el solapado racismo y el ruin oportunismo que permea la obra del Sr. Ferguson, los cuales son utilizados de manera impúdica para justificar la fábula de la inmaculada misión civilizadora del imperialismo inglés y del hombre blanco en general. A la luz de la lectura de esta obra y de obras previas del historiador, Mishra observa que el Sr. Ferguson es un hombre de muchas opiniones provocadoras y divertidas y que en Inglaterra la patria del Sr. Ferguson, estas frívolas características culturales parecieran ser la regla más que la excepción entre la elite política y cultural de ese país.
Mishra, citando al historiador chino T. Tioding dice que la obra el Sr. Ferguson es la típica historia de los hombres blancos que ignoran el hecho real de que el imperialismo ingles como lo dijo ya el historiador afgano Al-Afghani “sustrajo la riqueza de la India facilitando la libertad de comercio para los ingleses los cuales aumentaron su bienestar”. La demoledora crítica de Mishra a la calidad académica de la obra del admirado Sr. Ferguson a la cual termina llamando una macedonia histórica con algunos aspectos de utilidad, podría adscribirse al antagonismo de un hindú para la obra de un descendiente de los colonizadores ingleses, sin embargo otros historiadores han demostrado también su rechazo a la calidad histórica de la obra del Sr. Ferguson. El estadounidense David Bromwich, profesor de historia de la Universidad de Yale, dice en una crítica de “Civilización” que entre otras variadas inexactitudes el Sr. Ferguson al discutir la obra de Rousseau, “Discurso sobre la desigualdad”, la distorsiona más allá de lo que es necesario para su popularización, produciendo una falsificación intelectual de su contenido, y termina su crítica diciendo que la obra del Sr. Ferguson carece de un concepto amplio de civilización que vaya más allá del dinero y de un tosco y estéril utilitarismo. El estadounidense, Paul Krugman, premio nobel de Economía (2008) ha dicho que la obra del Sr. Ferguson esta repleta de “errores básicos” y que en ella se pretende resucitar “falacias que tienen mas de 75 años de edad”, agregando que el Sr. Ferguson es “un posero que no se ha molestado en entender los aspectos básicos de economía…. y que su trabajo “es pura apariencia carente de substancia”.
En su provocadora y divertida columna (a la Ferguson) el Sr. Jocelyn-Holt también trae atrabiliariamente a colación a Claudio Arrau, para reclutarlo como apoyo a su idea de la superioridad innata del conservadurismo historiográfico. Sin embargo, la lectura de la obra biográfica “Conversaciones con Arrau” (J. Horowitz, 1984) nos retrata al pianista como a una personalidad considerada, original e innovadora cuyo desdén por el conservadurismo fuera bien demostrado en sus noveles interpretaciones de las obras de los clásicos y en sus conciertos con Leonard Bernstein, para beneficiar a los refugiados chilenos de las inclemencias del gobierno que fuera la apoteosis del conservadurismo en el país. Pareciera que el Sr. Jocelyn-Holt en este caso confunde tradición con conservatismo y pretende atribuir a este, en un escamoteo de la lógica, la prerrogativa y el monopolio de la tradición. La confusión continúa en la columna cuando, citando nuevamente a J. Jones, concurre con la opinión de este de relacionar de una manera fantástica y absurda la caída del muro de Berlín con una conjeturada pérdida de vigencia de la obra de otros historiadores ingleses como Edward Palmer Thompson, Eric Hosbawm, Christopher. Hill y Raymond Williams cuya calidad académica e historiográfica permanece incontestada, aun por historiadores conservadores.
Para terminar podríamos decir, frente a las ofuscaciones livianas del Sr. Jocelyn-Holt y de sus ídolos (Ferguson y Jones), que la tradición no es una propiedad exclusiva del pensamiento político conservador y de su historiografía, ya que, como lo dijera E. P. Thompson “la experiencia común (tradición heredada o compartida) genera sentimientos y discernimientos que identifican los intereses de los individuos como pertenecientes a un grupo social (clase) y que estos intereses son diferentes y contrapuestos a los de otros grupos”, teniendo por lo tanto la derecha conservadora y la izquierda una tradición que podrán usar libremente en la interpretación de la historia. Sin embargo, pareciera que el Sr. Ferguson, contrariamente a lo que postulan los Srs. Jocelyn-Holt y Jones, mancilla con su desacreditado trabajo historiográfico la tradición conservadora seria, representada por historiadores como Robin G. Collingwood and Alan J.P. Taylor, en un vano esfuerzo para demostrar la putativa superioridad ingénita y natural de la ideología conservadora y de la llamada civilización occidental.