La no resolución efectiva del diferendo limítrofe con Bolivia ha sido reconocida explícitamente por el Estado chileno en numerosas ocasiones. Así, ya en 1918 el gobierno de Juan Luis Sanfuentes, frente a una oferta pública de mediación hecha por Estados Unidos para resolver nuestro conflicto con Perú, le comunicó secretamente al país del norte que “podría Chile aceptar dividir el plebiscito (estipulado en el Tratado de Ancón), celebrarlo separadamente en Tacna y Arica, más con dos condiciones: a) que ello fuese la forma de oficializar la antigua y discutida ‘partija’: Tacna para los peruanos, Arica para nosotros… y b) que pudiéramos traspasar a Bolivia la caleta de Sama, y una faja de terreno extendida desde dicha caleta hasta el ferrocarril Arica-La Paz, solucionando así las renovadas aspiraciones portuarias del país altiplanense”. (Gonzalo Vial.- Historia de Chile (1891-1973), Volumen II; Edit. Santillana, Santiago, 1983; pp. 645-6)
Posteriormente en 1926, durante el gobierno de Emiliano Figueroa –y en medio de las negociaciones para llevar a cabo el plebiscito bajo mediación estadounidense- Chile propuso secretamente a Estados Unidos otra proposición análoga. Esta fue revelada por el propio Arturo Alessandri, quien se encontraba a la fecha asesorando a la embajada de Chile en Washington: “El día 10 de junio llegó a Washington el ofrecimiento que hacía el gobierno de Chile de una fórmula transaccional, para resolver el problema dejando Tacna para el Perú, y Arica para Chile, y una faja para Bolivia que remataría en una caleta cuyo nombre no pudimos encontrar en el mapa Cruchaga, Samuel Claro ni yo. En el telegrama de nuestro gobierno se habla de Caleta de Palos como salida para Bolivia”. (Arturo Alessandri.- Recuerdos de Gobierno, Tomo I; Edit. Nascimento, Santiago, 1967; p. 182)
Y luego públicamente en tres ocasiones ha habido gobiernos chilenos que han iniciado negociaciones con Bolivia destinadas a que este país logre una salida soberana al mar. Ellas han sido en 1950, bajo el gobierno de González Videla; y en 1978 y 1987 bajo el régimen de Pinochet. Además, es sabido que en muchas otras ocasiones ha habido aproximaciones extraoficiales de gobiernos chilenos a gobiernos bolivianos en ese mismo sentido.
Por otro lado, en nuestras relaciones con Argentina –que han sido bastante mejores que con Bolivia y Perú- hemos estado dos veces a punto de tener una guerra; encontrándonos en ambas ocasiones en muy difíciles relaciones con los dos países del norte. En esto también ha jugado un papel muy relevante la extrema miopía de las autoridades y de la sociedad chilena de no comprender que cuando uno tiene tres vecinos y está permanentemente mal con dos de ellos, el tercero -¡aunque no lo quiera!- siempre va a tener ventaja sobre uno.
Desde ya, la compleja delimitación de límites con Argentina fue básicamente definida por un tratado efectuado en 1881; es decir, cuando Chile estaba en plena guerra con Perú. Fue, sin duda, realizado en un momento ventajoso para Argentina, lo que por cierto dio pábulo al mito de que con él Chile “le entregó la Patagonia” a nuestro vecino oriental. Mito, porque la propia Constitución chilena de 1833 –vigente en ese momento- señalaba en su Artículo 1º que “el territorio de Chile se extiende desde el desierto de Atacama hasta el Cabo de Hornos, y desde las cordilleras de los Andes hasta el mar Pacífico, comprendiendo el Archipiélago de Chiloé, todas las islas adyacentes, y las de Juan Fernández”. Y tan evidente era que la “Patagonia oriental” pertenecía a Argentina, que las islas Malvinas, ubicadas frente a su extremo sur, eran de posesión argentina hasta que Gran Bretaña se las arrebató en 1833.
La feliz culminación de la mediación papal con el Tratado de Paz y Amistad de 1984 y los acuerdos bilaterales posteriores se han traducido en una virtual superación de los viejos problemas limítrofes con Argentina. Pero los países vecinos –así como las personas- siempre tienen potenciales problemas bilaterales. Así que en la medida que no resolvamos los agudos conflictos heredados con nuestros vecinos del norte; no solo estaremos obligados a destinar ingentes recursos para una “disuasión bélica” que nos restará posibilidades para un mayor bienestar nacional; sino que además estaremos en permanente desventaja –como se vio en el caso del gas- en cualquier diferendo que tengamos con Argentina. Esto, para no hablar de los perennes obstáculos que nos impedirán realizar un proceso de integración económico, social y cultural con Perú y Bolivia, de evidente beneficio mutuo.
Todo indica que debiésemos alterar completamente nuestra política “del avestruz” respecto de Perú y Bolivia (¡y Argentina!). ¿Por qué no enfrentar directa y maduramente aquellos diferendos históricos y definir como política de Estado la voluntad de negociar con Bolivia y Perú un acuerdo satisfactorio para los tres países que incluya una salida soberana al mar para Bolivia (¿compensada por algún canje territorial?); la devolución de los “trofeos de guerra”; un acuerdo satisfactorio para Chile y Perú sobre el Huáscar (¿constituirlo en museo binacional radicado en el puerto de Arica?); una educación escolar común respecto de nuestra historia bélica; la reconstitución de efemérides que estimulen una confraternidad chileno-peruano-boliviana; etc.?
Si entretanto Francia y Alemania han reconstituido una excelente relación bilateral luego de dos guerras mundiales en que se enfrentaron y en que murieron –entre muchos otros- millones de nacionales de ambos países; ¿cómo no vamos a ser capaces de superar nuestra desgraciada herencia decimonónica entre los tres países y proyectarnos de un modo integrado y fraternal hacia el futuro?