Guadalajara.- En entrevista con Clarín.cl Juan Eduardo Esquivel Larrondo (1940), poeta y académico chileno, habla de la posible exhumación de Neruda: “El esclarecimiento del presunto asesinato dependerá del peritaje técnico y la resolución jurídica; hay motivos suficientes y sospechas legítimas de que lo mataron, el odio era mucho, la humillación fue mucha y la ignominia fue inocultable; ¿Quién podría ocultarlas? Neruda fue la imagen de los tiempos, la representación más odiada por los sátrapas. Desde el gobierno de Gabriel González Videla lo persiguieron hasta cansarse, pero no cejaron, se la tenían prometida. Cuando salí de Chile, creía o quería creer que ‘Neruda había muerto de tristeza’, esto también lo piensan otros, hasta hoy. En ese sentido, lo mataron: la barbarie se había apoderado del país”.
El poeta Juan Eduardo Esquivel defiende la memoria de Neruda, ante el otro lado de la moneda del asesinato poético: “La voluntad de Neruda es una herencia para Chile, no hay que darle la vuelta al asunto; es inadmisible que esas instituciones no estén en posesión efectiva del derecho a extender la obra del Nobel después de su último viaje: ‘Ya me voy; quiero que se acostumbren sin mí’. La administración del legado no es para lucrar, sino para preservar y compartir, es un bien sin dueño. El intríngulis que protege los intereses creados es una dificultad que tiene que ver con el derecho, mas no con la justicia de que se cumpla el sueño nerudiano de la Fundación Cantalao, a fin de otorgar becas a escritores por todo un año, con el fondo de los derechos de autor del poeta y disponer de una casa para la convivencia de éstos y de cabañas donde cada quien pueda inventar cosas con la pluma, proyecto al que le asignó además un terreno próximo a Isla Negra”.
MC.- ¿Por qué te enfocaste en la vida académica y tu poesía permanece inédita?
JEE.- No voy a hacer metafísica. Me inicié impartiendo clases en el liceo, cuando estudiaba Filosofía en la Universidad Católica de Chile (UC), en ese hermoso caserón de la calle Dieciocho, en Santiago; después fui coordinador de talleres culturales y jefe de la Unidad de Teatro en la Vicerrectoría de Comunicaciones de la UC; y trabajé en la Jefatura de Educación de Adultos del Ministerio de Educación (MINEDUC). Al llegar a México, me abrieron solidariamente las puertas en la Comisión de Nuevos Métodos de Enseñanza (CNME) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde me integré al equipo de comunicación visual; su presidente era don Henrique González Casanova, a quien varios chilenos le debemos un homenaje póstumo. De la fusión de la CNME con el Centro de Didáctica (CD) se formó el Centro de Investigaciones y Servicios Educativos (CISE), donde tuve oportunidad de seguir formándome al mismo tiempo que impartía clases en la especialización para la docencia en educación superior de distintas áreas. La dinámica me llevo naturalmente a estudiar los posgrados y, junto con un grupo numeroso de colegas del CISE, arribé al Centro de Estudios Sobre la Universidad (CESU), también de la UNAM; entremedio, asesoré el proyecto y coordiné la Maestría en Educación de Adultos, en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN); más tarde, el CESU se transformó en el Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la Educación (IISUE) y así, no sé, de sigla en sigla, no me di cuenta cuando ya había vivido muchos años en la academia.
Sobre mi poesía inédita: eso es breve. Al escribir nos contamos historias a nosotros mismos; la literatura y la poesía son esas mismas historias que llegan a las manos de otros. Mis textos se hacen independientes luego de escribirlos y suelen acomodarse por ahí o por allá, y los olvido, algo curioso, porque escribo para no olvidar. Resuelvo publicarlos cuando me reencuentro con ellos como lector y digo: ¡ah, sí…!, pero no sucede a menudo.
MC.- De no ser por el golpe de Estado, ¿cómo imaginas tu vida y escritura?, ¿hacia dónde se dirigía tu poesía y los versos de tus contemporáneos antes de 1973?
JEE.- Como muchos, me lo he preguntado más de una vez y he especulado sin lograr convencerme ni siquiera un poco. De pronto, hubo una ruptura sin reparación con la relativa pasividad del Santiago en el que nací y crecí. Mi poesía iba por esa calle adormilada, entre el romanticismo y el existencialismo novato, hasta que algo me sacudió tremendamente y me di cuenta que no sabía ni podía escribirlo, porque necesitaba una voz propia a la altura de los tiempos. Julio Barrenechea y Humberto Díaz Casanueva, ambos educadores, vivían a un tiro de piedra de la casa de mi padre y tenían más o menos su edad; yo apenas había leído algo de Barrenechea: “Amo a la mujer, amigos, amo las bellas cosas/la mujer en su tallo y en su alambre la rosa”, más bien, me fijaba en sus hijas; y de Díaz Casanueva conocí sólo a sus hijos. Neruda era un árbol frondoso, daba muchos frutos, bellos frutos, quizás los mejores desde el inicio del modernismo, pero hacía mucha sombra a otros poetas, entre ellos, a Efraín Barquero, por dar un nombre, a quien leí en los años sesenta: “Nidal de huevos azules, canasto con cachorros,/ así es tu corazón, a veces”; el tremendo Pablo De Rokha: “Fallan las glándulas/ y el varón genital intimidado por el yo rabioso/ se recoge a la medida del abatimiento o atardeciendo”, me provocaba sentimientos encontrados por su confrontación con Neruda (qué cosa más estúpida vivía yo), porque el Canto del macho anciano no tiene igual, y porque El canto general tampoco: “Yo estoy aquí para contar la historia”.
Apenas me asomaba al encantamiento de Jorge Teillier y a la retórica de Enrique Lihn. Gabriela Mistral, Juana de Ibarbouru y Alfonsina Storni eran grandes, y muy a pesar de que a la Ibarbouru la nominaron la “Poeta de América”: “Y murmura la gente al verme:/ ¿No veis que está loca? Tornadla a su casa”, la Mistral se transformó en un estigma femenino y nunca perdonó a los chilenos haber recibido el Premio Nacional de Poesía después del Nobel (¿Por qué se me ocurre hablar de esto?). En los sesenta también emergían otros plumíferos recién, aunque con fuerza, uno, quien remó hasta las primeras centurias de Grecia y Fenicia, era Gonzalo Rojas, y no dejaré de leerlo, lo prometo, Gonzalo, te lo prometo; léenos como tu sabías: “…primero puso en el aire un disco de Babilonia y/le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre/sin duda era un gramófono milenario/por el esplendor de la música; palomas, de/repente aparecieron palomas”… A Hernán Lavín Cerda, que tiene más o menos mi edad, no lo había leído mucho, cosa que no ha cambiado, a pesar de que es muy prolífico, modula muy bien sus poemas y sé que visita con frecuencia los caracoles metafísicos; y Raúl Zurita todavía no aparecía en mi horizonte. No sé qué pasaba en la SECh, nunca pisé su sede. Eran los tiempos de “cuentadores” como Armando Cassígoli, Rodrigo Quijada y Poli Délano, quienes también vivieron después en México; los dos primeros ya nos dejaron. En realidad, yo no conocía en profundidad ese universo de palabras de mis contemporáneos. ¿Y cómo imaginar mi vida y mi escritura que no fue, si la imaginación hasta ahora no me alcanza?
MC.- Organizaste la conmemoración del Centenario de Neruda en México (12/07/2004), ¿cuál fue la actividad cumbre?, ¿a quién volverías a invitar para reivindicar al Nobel chileno?
JEE.- Hay reconocidos nerudistas dentro y fuera de Chile que estarían dispuestos a abordar distintas dimensiones del tema si se pusiera la mesa bien puesta. Aquí, en 2004, un par de locos propiciamos un evento de dieciocho días, con varias actividades en torno a la conmemoración de los cien años del natalicio de Neruda, que puso a doscientas y tantas personas en el escenario, sin más interés ni recursos que haber encontrado la excelente disposición de Plaza Loreto, un centro cultural que se construyó a partir del casco de una vieja papelera; que presentó dos obras de teatro escritas, dirigidas y producidas especialmente para la ocasión, una exposición de pintura, una mesa redonda sobre “el Neruda mundano”, con el testimonio de José Miguel Varas, hoy desaparecido, y la participación de Eduardo Contreras y más gente que en algún momento estuvo cercana al Nobel chileno; también organicé otra mesa sobre “el Neruda poeta”, en la que participaron, entre otros, Hernán Lavín Cerda y Raúl Zurita, también dos locos. El cierre ―apoteósico, por cierto― fue con el Coro Pro Música, cantando Cármina burana. El evento lo concebimos, diseñamos y realizamos el Taller de creadores chileno-mexicanos conjuntamente con el Consulado General de Chile en México, Raúl Elgueta a la cabeza de éste, otro loco incansable. Y así. ¿Imaginas qué tracción tendría un proyecto similar, con mayor alcance?
MC.- ¿En qué consistía tu proyecto para inaugurar la Cátedra Pablo Neruda en la Universidad Nacional Autónoma de México?
JEE.- El Proyecto de Cátedra Pablo Neruda se lo propuse personalmente al entonces director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, quien aceptó gustoso la idea, ofreció la infraestructura y el apoyo para organizar los eventos, y sugirió que la propuesta fuese aceptada por la contraparte sudamericana: la Universidad de Chile, y protocolizada oficialmente por vía diplomática -léase embajada, así ocurre con todas las cátedras especiales-. Por otro lado, yo me había conseguido un fondo de 15,000 dólares con un organismo internacional, el donativo se haría efectivo al momento de firmar el acuerdo; la idea era inaugurar la Cátedra Neruda con un fondo inicial de 45,000 dólares. Invité a Volodia Teitelboim para que fuera el primer coordinador -en el año 2004-, quien me respondió que le encantaría hacerlo si repuntaba su salud; sin embargo no hubo respuesta de las autoridades chilenas, ni de la Fundación Neruda.
MC.- Este año, un juzgado chileno dictaminó que el “pseudónimo Neruda” es propiedad de los familiares consanguíneos de Neftalí Reyes y no de la Fundación Neruda, la disposición jurídica pretende evitar el lucro con la memoria del poeta; ¿la peculiaridad del “copyright Neruda” facilitaría el registro de la Cátedra Neruda?
JEE.- ¿Cómo pretender aplicar los derechos de autor, patentes, marcas y royalties a una propiedad intangible, a una imagen que, por su valor universal, es patrimonio de la humanidad? Ese recurso interpuesto contra el lucro es un paso que celebramos y agradecemos por reivindicar un nombre que, desde temprano, se abrió a la pluralidad de las voces de América y Europa; pero el asunto en el fondo es tan absurdo y tan ridículo, al mismo tiempo, como patentar la imaginería religiosa, que también sucede, sin querer ponerla aquí vis a vis con la evocación de Neruda, sino para decir que el mercantilismo va tras el provecho que le pueda sacar a cualquier cosa. Eso se llama “lucro”, ¿no?
El posible interés de los familiares consanguíneos de Neftalí Reyes en la Cátedra Neruda, que incluso podría ser itinerante, facilitaría mucho concretar el proyecto: allanadas las dificultades de quién autorizaría la denominación, la Universidad de Chile no tendría argumentos morales para no ser el correlato de la Universidad Nacional Autónoma de México, con todo lo que eso significa y cuya protocolización tendría que usar la vía diplomática. Creo que el rector de la Universidad de Chile, Víctor Pérez Vera, “se la jugaría” como lo está haciendo en el marco actual del conflicto ocasionado por la privatización de la educación. Desafortunadamente, el tiempo se nos ha escurrido como un celaje y no sabemos si todavía podemos conseguir apoyo financiero del organismo internacional que originalmente aceptó ser uno de los patrocinadores.
MC.- Neruda heredó sus derechos de autor a la Fundación Cantalao, que debería ser administrada por los rectores de la Universidad de Chile, Universidad Católica, Universidad Técnica del Estado y los presidentes de la CUT y la SECh; ¿las entidades públicas convocadas por Neruda deberían reclamar la administración del legado para cumplir la última voluntad del Nobel chileno?
JEE.- La voluntad de Neruda es una herencia para Chile, no hay que darle la vuelta al asunto; es inadmisible que esas instituciones no estén en posesión efectiva del derecho a extender la obra del Nobel después de su último viaje: “Ya me voy; quiero que se acostumbren sin mí”. La administración del legado no es para lucrar, sino para preservar y compartir, es un bien sin dueño. Si me permites, deseo leerte tres versos claves ―para mí― del poema “Sin dueño”, de Samuel Rego, a quien no conozco, aparecido en el blog Poesía Íntima, en febrero de este año, y que vienen al caso:
“¿Cuándo han sido los cielos privados?…/¿Cuándo ha tenido el mar un dueño?…/Vinimos como huéspedes y en poco tiempo/Nos hemos transformado en molestos inquilinos”.
El intríngulis que protege los intereses creados es una dificultad que tiene que ver con el derecho, mas no con la justicia de que se cumpla el sueño nerudiano de la Fundación Cantalao, a fin de otorgar becas a escritores por todo un año, con el fondo de los derechos de autor del poeta y disponer de una casa para la convivencia de éstos y de cabañas donde cada quien pueda inventar cosas con la pluma, proyecto al que le asignó además un terreno próximo a Isla Negra.
MC.- ¿Qué pensaste al leer la noticia sobre el copyright de Neruda invertido en la empresa del peor asesor de Pinochet?
JEE.- El destape de esos enjuagues sorprendió hasta la cátedra, como se dice en jerga hípica. Hasta la derecha más a la derecha, en cierto momento, respingó la nariz e hizo un ademán de tomar distancia; no sé si lo hizo efectivamente… La suciedad para algunos no es suciedad, es “oportunidad”. ¿Qué más se puede decir?
MC.- El 5 de diciembre, Eduardo Contreras –en representación del Partido Comunista- solicitó la exhumación de Neruda; ¿cómo describirías el interés de la comunidad chilena en México al respecto?, ¿por qué resulta imprescindible esclarecer la muerte del poeta?
J.E.E.: Hasta donde lo he conversado, se sabe que estaba enfermo, aunque hay testimonios ―como el del entonces embajador de México en Chile, el Ingeniero Gonzalo Martínez Corbalá, a quien tú entrevistaste― de que Neruda estaba en condiciones y dispuesto a aceptar la invitación de viajar a México el 24 de septiembre de 1973, por eso, el esclarecimiento dependerá del peritaje técnico y la resolución jurídica, ”no hay de otra”, dicen algunos chilenos residentes aquí, pero igual queda la incertidumbre; hay motivos suficientes y sospechas legítimas de que lo mataron, el odio era mucho, la humillación fue mucha y la ignominia fue inocultable; ¿Quién podría ocultarlas? Neruda fue la imagen de los tiempos, la representación más odiada por los sátrapas. Desde el gobierno de Gabriel González Videla lo persiguieron hasta cansarse, pero no cejaron, se la tenían prometida. El poeta escribió en “El destierro”, si recuerdas:
“Porque, bienamada, es el hombre que canta el que muere
muriendo sin muerte (…)”
Cuando salí de Chile, creía o quería creer que “Neruda había muerto de tristeza”, esto también lo piensan otros, hasta hoy. En ese sentido, lo mataron: la barbarie se había apoderado del país, me refiero a la barbarie abotonada y adornada con esa parafernalia conocida por todos, y a la no abotonada. Cuando volví del exilio, visité las tres casas de Neruda, recordé su imagen emponchada, paseando por la playa, en Isla Negra, seguido por un perro oportunista; “Don Pablo”, le saludaba la gente abanicando la mano y él correspondía con ese además lento, y seguía…Al entrar en “La Chascona”, como llamó a su casa en Santiago, al pie del cerro San Cristóbal, me quebré conociendo estragos de los allanamientos, los saqueos, la destrucción y las condiciones en que Matilde Urrutia lo veló esa noche de septiembre, sin luz, con lluvia y las ventanas rotas. La saña, la impotencia, la ponzoña llevaron a los chacales a la borrachera con sangre más feroz. Cuánto odio. Y Pablo persistía en la conciencia de los patanes: “no muere y se muere el que canta, y/ padece muriendo y viviendo el que canta”.
Y Pablo Neruda había dispuesto en el Canto general, que rubricó junto con los muralistas mexicanos Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros: “Compañeros, enterradme en Isla Negra/Frente al mar que conozco, a cada área rugosa/de piedras y de olas que mis ojos perdidos no volverán a ver (…) Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y/un día dejadla que otra vez me acompañe en la/tierra”.
MC.- ¿Cómo multiplicar las voces de denuncia ante la avalancha de marketing orquestada por la Fundación Neruda?
JEE.- Internet está disponible para llegar a la mayor cantidad de jóvenes en el mundo y a una gran cantidad de adultos; se dice que la “navegación” virtual ha contribuido poderosamente a convocar las manifestaciones efectuadas en los países del norte de África y otras movilizaciones, como las marchas por la reivindicación de las desaparecidas y asesinadas en Ciudad Juárez, y contra la violencia, en todo México -tú lo sabes-, los indignados en todo el mundo y los estudiantes en Chile.
MC.- Finalmente, ahora que mencionas a los estudiantes chilenos, permíteme dejar en la mesa una pregunta: ¿los estudiantes universitarios de México discuten y difunden las demandas del movimiento estudiantil chileno?
JEE.- Como es lógico, cada cierto tiempo debo priorizar los archivos de mi computadora, por eso, hace unos días borré dos videos hechos por universitarios mexicanos y estudiantes chilenos becados o que son hijos de chilenos, nacidos en México; intentaré rescatarlos para enviártelos. Sorprende su solidaridad y creatividad: con muy poco y sin aspavientos hacen maravillas. Trabajos limpios, frescos, sin retóricas ramplonas. Estos materiales han sido bastante difundidos, además ha habido varias convocatorias de apoyo juvenil. Y no se trata sólo de hoy. Cuando irrumpió la movilización de “los pingüinos” en 2006 en Chile, también hubo una respuesta solidaria de los muchachos mexicanos. Por cierto, hace algunas semanas, fue muy esperada por ellos la escala puntual de los líderes estudiantiles chilenos rumbo a otros destinos. México tiene una sólida tradición de solidaridad internacional.