Septiembre 20, 2024

De la tragedia griega al colapso europeo

greek_riots280

greek_riots280Caer o no caer, podría ser la duda. Pero la dirección que han tomado los líderes políticos de las más altas tribunas apunta hacia otro lado. No hay duda en cuál es el objetivo: salvar la eurozona, pero en especial tratar de salvar el modelo económico. ¿Cómo? Esta respuesta tal vez se complica un poco en cuanto a los procedimientos, pero no a su esencia: rescatar a los bancos a costa del sacrificio de los ciudadanos.

 

 

De esta manera se mantiene el statu quo aun cuando vengan tiempos duros. En suma, es la clásica receta neoliberal, que busca aliviar el peso para apuntalar el andamiaje. Recortamos por abajo para dejar intactas las altas esferas.

 

De cierto modo, todos los líderes de las grandes economías han adoptado este consenso. Todos los sacrificios son válidos para mantener a flote el modelo. Y cuando se dice que se está dispuesto a cualquier sacrificio, esto significa la inmolación completa de los griegos y reforzamiento en los ajustes preparados para España e Italia.

 

El gran proyecto europeo muestra sus peores hilachas en estos días. No sólo por la amenaza económica, por los crujidos estructurales que lanza un edificio a punto de colapsar, sino por la soberbia centroeuropea hacia los países del sur de Europa que han tenido que soportar todo tipo de humillaciones con la condición de seguir en un barco cuyo rumbo es cada día más incierto. Porque Grecia no es el único problema: tal vez el más urgente, pero no el mayor. No pocos observadores estiman que la eurozona completa está en grave peligro.

 

La última gran crisis, que está aún caliente porque data de 2008, fue remendada con parches e hilvanes que hoy comienzan a desprenderse, como crisis por insolvencia pública. Cuando reventó el gran evento privado de las hipotecas subprime y la especulación con los instrumentos llamados “derivados financieros”, que circularon por todo el planeta y por cierto por muchos países europeos, el rescate de los bancos corrió por cuenta de los Estados. Sin pensarlo mucho, en realidad con bastante buena voluntad, fueron los gobiernos los que a costa del fisco recapitalizaron esas instituciones. Hoy, en ambos lados del Atlántico comienzan a sentirse los efectos de ese acto de falsa política económica, que ha llevado a contar el déficit en billones y tal vez trillones. Una acción concertada entre políticos, banqueros y rufianes financieros para favorecerse mutuamente, episodio que está bien relatado en el excelente documental de 2010, Inside Job.

 

El regalo griego

 

Pero el problema más inmediato es el griego. Si Grecia permanece en la eurozona, tendrá que aceptar las condiciones que le pone la Unión Europea -en realidad no son tanto las condiciones de Europa ni de Alemania o Francia, sino las de los banqueros-, que consisten en un plan de austeridad con reducciones de puestos de trabajo y salarios, privatizaciones. En suma, los griegos tendrán que pagar el plan de rescate de la UE por lo menos durante una generación completa. La otra posibilidad, que se mencionó durante la Cumbre del G-20 en Cannes en la primera semana de noviembre, fue la expulsión -que es también la quiebra- de Grecia de la zona. Esta alternativa, que suscitó más especulaciones que certezas, tiene varias áreas oscuras, desde la misma institucionalidad de la UE a los efectos en la economía. Aunque Grecia no representa más del 2,5 por ciento del producto de la UE, la cantidad de recursos adeudados a los grandes bancos privados europeos y estadounidenses generaría una reacción en cadena, que se amplificaría desde los centros a la periferia financiera. Las advertencias de caer en este escenario han sido descritas como apocalípticas por funcionarios y políticos europeos.

 

El 27 de octubre la Unión Europea, cuya vocería y decisión han tomado la alemana Angela Merkel y el francés Nicolás Sarkozy, sugirió la receta para Grecia, que tiene algunas áreas más o menos claras y otras bastante inciertas. El programa griego, que ha sido consensuado entre estos países, el Banco Central Europeo (BCE) y la banca privada acreedora, consiste a grandes rasgos en un perdonazo del 50 por ciento de la deuda soberana griega con las instituciones financieras privadas, siempre y cuando el gobierno en ejercicio se comprometa a poner en práctica las exigencias de austeridad pese a las huelgas y protestas de gran parte de la ciudadanía. Junto a este mecanismo, la Unión Europea se compromete a recapitalizar a la banca privada, que teóricamente ha perdido la mitad de sus recursos griegos.

 

Este es el plan, que para muchos analistas tiene agujeros por todos lados. De partida, hay que preguntar de dónde aparecerán esos recursos, que debieran elevarse a un billón de euros. El BCE podría poner en marcha la impresora mágica de los euros, a la manera de la Reserva Federal estadounidense, pero esta posibilidad, que llevaría a una caída en los niveles adquisitivos de los europeos por una inmediata devaluación de la moneda -entre otros efectos internos y de alcance mundial-, está descartada. Han sido los alemanes quienes eliminaron de plano esta idea.

 

Hay otra alternativa: conseguir recursos frescos de aquellos nuevos actores, los llamados mercados emergentes, como China, India, incluso Brasil. Un plan que no está muy precisado, que se apoya en el “apalancamiento” financiero e involucra a los nuevos ricos y sin duda, crearía un nuevo escenario financiero mundial, con una creciente dependencia de los mercados asiáticos. “Apalancar” es colocar una cantidad determinada de dinero y contar un buen cuento para atraer a otros inversionistas. En el fondo, es especulación, lo que resulta casi vergonzoso al observarlo como posible solución de la crisis. Los mismos mecanismos que han llevado a la impúdica especulación y al hundimiento de varios países europeos son ahora señalados como salida a este trance.

 

Con estas ideas en carpeta, que es más de la misma receta neoliberal, es decir, más especulación financiera junto a recortes fiscales, queda expresado de manera evidente que no hay reales fórmulas para salir del atolladero. Los líderes europeos aparecen entregados a los intereses financieros, cooptados por los banqueros y especuladores, y cegados ante cualquier solución que no esté inscrita en el modelo neoliberal. Las tremendas presiones que recibió el primer ministro griego, Giorgos Papandreou, para que olvidara su plebiscito y aplicara a la manera de los neoliberales latinoamericanos de los 80 y 90 un plan de reformas bestial, es el más claro ejemplo de esta obsesión por convertir el mundo en un libre mercado desregulado para la especulación total en el casino global.

 

Angela Merkel, tras la reunión en Cannes del G-20 y pese a haber domado los intentos griegos de convocar a un plebiscito, dijo que el acuerdo tardará todavía un tiempo, lo que en otras palabras es que las cosas están en muy mal momento. Pero hay que sumar otros riesgos de la fruición especulativa. Tal como la crisis subprime estuvo amplificada por los derivados financieros, este nuevo trance económico también podría tener su reacción en cadena con otros instrumentos de dudosa procedencia y aún más sospechoso destino. Muchos de los bancos acreedores tienen coberturas en la forma de swaps (contratos futuros) de deuda, los credit default swaps o CDS, una forma de seguro en caso de insolvencia. Es aquí donde esto se pone interesante. Los bancos que han emitido estos seguros están repartidos en el orbe y estarían en grandes dificultades para cumplir sus compromisos en caso de una quiebra griega. Sería similar a una reacción nuclear en cadena.

 

Es éste el umbral del apocalipsis financiero neoliberal. Los bancos, comprometidos hasta los cimientos por el exceso de “securitización”, o simple papeleo especulativo financiero, son un abismo sin fondo para la economía. No se sabe con claridad cuáles son los límites de esas profundidades financieras ni tampoco su extensión planetaria. No son pocos los que observan el proyecto europeo como una historia a punto de terminar. En el visitado blog financiero Zerohedge, escrito por un grupo de operadores de Wall Street que firman como Tyler Durden, el protagonista de El club de la pelea, los articulistas ven a todo el sistema bancario europeo, salvo escasas excepciones, insolvente, fenómeno que se extiende también a varios Estados: “Europa está acabada…”.

 

El acuerdo de Bruselas tiene más zonas oscuras que claras. Europa está en el epicentro de un cataclismo financiero global, cuyos gestores y administradores pretenden cargar en el pueblo -a través de recortes fiscales, de la seguridad social, privatizaciones o lo que esté a mano-, para generar los recursos que han dilapidado los banqueros. Y ésta, al sentir de la furia griega y los indignados españoles, no es una solución. Es derivar un problema económico en uno social y político.

 

Europa, de tanta especulación y favoritismo por parte del BCE a las políticas financieras, está en plena desaceleración económica, lo que en estos momentos no es una buena noticia para la banca, que ya ha registrado episodios de quiebras como el belga Dexia, hace poco más de un mes.

 

¿Hay salidas?

 

El estrecho pensamiento neoliberal apunta al sacrificio de Grecia como la única salida. En esta línea de análisis están prácticamente todos los gobernantes y especialistas, salvo pocas excepciones. Una de ellas ha sido el economista estadounidense Paul Krugman, Premio Nobel 2008 y prolífico columnista del New York Times. Tras el acuerdo europeo sobre Grecia, escribió un artículo que molestó a las elites del poder. Para el destacado economista keynesiano, las cosas están bastante claras: somos testigos directos del fracaso de una doctrina económica que se ha extendido por todo el mundo, una doctrina que las elites se obsesionan por mantener, pese a sus efectos.

 

Recapitulemos. El neoliberalismo, que ha engañado y cooptado a políticos e intelectuales, basó su prestigio en el recorte del gasto público y la especulación financiera. Finalmente, tras varios tropiezos, el sistema ha perdido su centro y se desploma. El caso de Grecia, que bajo esta doctrina no sólo está tremendamente endeudada sino que en recesión, es el gran ejemplo hoy, aunque todo el mundo sabe que hay muchos otros. Lo más impresionante de todo esto son las soluciones. El acuerdo de Bruselas del 27 de octubre es la aplicación de una nueva vuelta de tuerca de la doctrina de shock. La banda compuesta por grandes banqueros, funcionarios claves en los organismos internacionales y dirigentes políticos se empecina en más recortes fiscales, lo que significa llevar el modelo neoliberal hacia nuevas dimensiones.

 

Krugman se pregunta si rescatar a los bancos mientras se castiga a los trabajadores es, en realidad, una receta para la prosperidad. La respuesta la escribe con claridad: no lo es. “El sufrimiento al que se enfrentan tantos de nuestros ciudadanos es innecesario. Si esta es una época de increíble dolor y de una sociedad mucho más dura, ha sido por elección. No tenía, ni tiene, por qué ser de esta manera”.

 

Pero hay otras alternativas: dejar que todo se venga abajo, que quiebren los bancos. En un sistema corrupto, ineficiente, depredador, patológico, inmoral… su colapso y desaparición no es sólo bueno, es necesario. No sólo la banca privada es responsable de tanto dolor, explotación y sacrificio, sino también sus dealers, los bancos centrales. Dejar que todo se venga abajo no es apostar por el apocalipsis, ni el nihilismo. Es dejar caer a sus responsables, los banqueros y especuladores y apoyar a la ciudadanía, tal como lo hizo el gobierno de Islandia. Esa isla-país, que tras la crisis de las subprimes vio derrumbarse su corrupto sistema financiero, optó por algo diferente. Islandia dejó que los bancos se arruinasen pero amplió su red de seguridad social no para rescatarlos, como lo han hecho muchos gobiernos cooptados, sino para rescatar a los ciudadanos de las olas financieras de las quiebras. “Mientras que todos los demás estaban obsesionados con tratar de aplacar a los inversores internacionales, Islandia impuso controles temporales a los movimientos de capital para darse a sí misma cierto margen de maniobra”, relata Krugman.

 

Hasta ahora, Islandia no ha evitado un daño económico grave ni un descenso considerable del nivel de vida. Pero ha conseguido poner coto tanto al aumento del desempleo como al sufrimiento de los más vulnerables. La red de seguridad social ha permanecido intacta. Tras el cataclismo, las cosas siguen funcionando y el país ha comenzado su recuperación. El haber dejado arruinarse a los bancos rompió con aquella perversa doctrina neoliberal que dice “ganancias privadas y pérdidas públicas”, que nosotros, los chilenos, conocemos muy bien. Los islandeses pueden sentirse orgullosos de su política y del gran ejemplo que esta vez los europeos deberían seguir.

 

PAUL WALDER

 

 

 

RECUADRO

 

Chile en

la borrasca

 

El 28 de octubre, tras el acuerdo de Bruselas, la prensa chilena preguntó al ministro de Hacienda, Felipe Larraín, si el mundo podía estar tranquilo. Larraín, como académico, tal vez puede matizar y exagerar los hechos, pero no ocultarlos. Y así respondió: tras la reunión, las cosas distaban mucho de estar claras, lo que se ha ratificado al paso de los días.

 

Europa y Estados Unidos avanzan hacia una recesión, cuya profundidad es impredecible. Pero no son pocos quienes prevén una crisis mayor a las sufridas en las últimas décadas, en las cuales la economía chilena, lejos de demostrar “blindaje”, exhibió su vulnerabilidad. Tras la crisis asiática, el producto nacional se redujo, con efectos tremendos en el empleo y en las pymes; en tanto, el año en curso ha sido el primero en franca recuperación tras el colapso subprime. En una nueva recesión, los efectos se harán sentir otra vez en una contracción de las exportaciones, en desempleo y probablemente en el tipo de cambio.

Hasta ahora, crisis capitalistas han sido usadas por el sector privado en Chile para reducir empleos y presionar a los gobiernos por leyes y subsidios que les favorezcan. Con el actual clima político en las calles, y con el prestigio neoliberal por los suelos, tal vez sea el momento para que la ciudadanía exija los cambios que Chile necesita.

 

P.W.

 

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 746, 11 de noviembre, 2011

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