Cuando habla el diputado Tarud inevitablemente uno se recuerda al cura Hasbún. Hay entre ambos un parecido muy profundo y cierta sintonía en temas de la contingencia, en especial, cuando se trata de hacer público su abominación por los apellidos Chávez, Morales, Castro y todo aquello que no coincida con la escala de valores propia del momiaje.
Por estos días hace noticia porque cree que los estudiantes hacen mal al proponer una mediación de las Naciones Unidas en el conflicto detonado por sus movilizaciones y la cerrazón del sistema político a soluciones de verdad. En su opinión, esta iniciativa le causa daño a la imagen del Congreso Nacional, según el diputado, el lugar en que debe estar alojada la discusión y las posibles soluciones al conflicto estudiantil.
Este señor olvida que la legislación que rige respecto del sistema educacional, y en todo lo demás, es producto precisamente de ese Congreso del cual es parte. Parece no darse cuenta que cada uno de los diputados y senadores que están o han pasado por ese desprestigiado poder del Estado, son co responsables de lo que el movimiento estudiantil ha desnudado para Chile y el mundo.
El diputado Tarud parece no darse cuenta que la institución a la que pertenece es una de las más rechazadas por la ciudadanía y que de no ser por el sistema binominal que tanto defienden, estaría trabajando como la mayoría de los chilenos en algo menos lucrativo, y no ganando los millones que gana al mes.
El Congreso del diputado Tarud es una institución que se sostiene no más por la antidemocrática Constitución que en veinte años de connivencia entre derecha y Concertación, no han hecho otra cosa que perfeccionarla en un ambiente de camaradería en el cual es posible confundir unos con otros sin que a nadie le parezca raro. Es que son socios inevitables, amigos con ventajas.
Existe la opinión generalizada entre los estudiantes, que no son el atado de estúpidos como parece pensar Tarud, que el Congreso es el último lugar en que sus demandas serán resueltas. Existe la convicción que en ese hoyo negro se perderán los últimos ecos de las extraordinarias movilizaciones que han seducido a gran parte de de los habitantes honestos.
El Diputado Tarud es un válido representante de una especie de político que se extinguirá junto con la declinación de los partidos a los que pertenecen. Aunque como sujeto con ideas cavernarias, cuyas muecas odiosas manifiestan un anticomunismo enfermizo, lo más probable es que sobreviva por mucho tiempo.
Diputados y senadores intentan pasar inadvertidos en los que les compete como responsables de la legislación que hoy es objeto de severa crítica. Y usando para el efecto la experiencia acumulada en veinte años de solaz, intentan secuestrar las exigencias del movimiento estudiantil hasta las cómodas y bien pagadas oficinas del Congreso.
Nuestro país tiene en su memoria atrofiada, su más grande pecado. Sostenedores, ideólogos, cómplices y encubridores de la dictadura, se pasean por los pasillos del poder, de todos los poderes, como Pedro por su casa, celebrando a diario la ausencia de punición. En un país sano, sería impensable que sujetos con prontuario criminal deambulen como si nada.
Es posible que los partidos políticos que han posibilitado la construcción de este país erigido como de los más desiguales del planeta, se mantengan por un tiempo en sus sitiales a la espera de nuevas caras y nuevas voces. Pero no será para siempre la amnesia ni la desesperanza.
Alguna vez ya no aparecerán en la tele esas personas con caras e idas percudidas, con esa facundia tan estéril y alejada de lo que la gente exige a gritos. Vale preguntarse si para esa época estará Tarud.