Fotógrafos, camarógrafos y muchos asistentes observan entre risitas nerviosas, exclamaciones de admiración y comentarios en voz baja la performance del taller Azul Violeta que intenta ponerse a la cabeza de la marcha con un grupo de extraterrestres que van mostrando, curiosamente, atractivos bustos desnudos de mujeres terrícolas con sus cuerpos pintados.
Desde lejos llegan los acordes de la banda de
Un número importante de personas persiguen la marcha llevando en sus hombros mallas con limones a la espera de los gases de las hordas de la represión, para ofrecer a cien pesos la unidad. Otros, con más recursos, utilizan carros de supermercados para acompañar la marcha ofreciendo jugos de frutas, piña picada, sospechosas bolsitas llenas de algo congelado, y bebidas varias.
Una tropa de alegres músicos acompaña la marcha con las estridencias de muchos bronces, chinchineros, y bombos, mientras veinte bailarines llevan con sus cuerpos el compás simpático de la cumbia
Los dependientes de las tiendas chinas de
Estudiantes espabilados conjugan su participación en la marcha y la posibilidad de hacer un pequeño negocio y ofrecen hamburguesas de soya a quinientos. En la esquina de Avenida España con Alameda, dos estudiantes con pinta de hippies, pegan con mucha parsimonia unos volantes que seguramente hicieron ellos mismos en los que se lee un poema visual: un escudo de Carabineros de Chile con el texto: Cafiches del estado. Más abajo: Te atropellamos. Y remata: Nos mean y los diarios dicen, llueve.
A medio camino entre Alameda y Blanco Encalada, la marcha se engruesa bajo un calor que anuncia una jornada quemante. Dos muchachas que parecen venir de colegios particulares del barrio alto, regalan un afiche cuarto mercurio. Es la cara de Sebastián Piñera usando el casco de keblar de las Fuerzas Especiales de Carabineros, debajo el texto: La injusticia tiene nombre y apellido. Atácala.
Un par de abuelos que llevan colgando de sus cuerpos su resuelto apoyo a sus nietos, reciben el saludo de los que miran y las reiteradas fotografías de la prensa y de los asistentes que quieren llevarse ese recuerdo para sus casas.
Escasos lienzos y banderas de profesores se ven por aquí y por allá. Obreros de la construcción miran con caras neutras el paso de los estudiantes y uno que otro, se atreve a sacar su casco amarillo y saludar. Aumentan al llegar a Blanco Encalada el número de comerciantes que ofrecen sopaipillas, empanadas, bebidas, limones y cigarrillos sueltos. Es extraño que aún no aparezca la oferta de cerveza helada.
Un muñeco hecho con trozos de género pende de un largo palo. Lleva terno negro y una banda tricolor le cruza el pecho. El calor no ha hecho decaer el ánimo de fiesta de los estudiantes que vocean una y otra vez que la educación se defiende y que la batuta es de los que lucha y no del hijo de puta.
La marcha parece ser la misma de las veces anteriores. Se puede sospechar que los sacrificados voluntarios que llevan los lienzos y las banderas bajo el abrazador sol de las doce del día, son los mismos de siempre. Pero, con certeza, llevan la misma actitud de alegre sacrificio visto en las anteriores marchas.
Al amparo de la sombra de la esquina de Blanco Encalada y Almirante Latorre, curiosa intersección de dos marinos de fuste, se escuchan los cálculos que hacen dos vecinas que ven con simpatía el desplazamiento de los estudiantes, y los saludan, curiosamente, con dos banderas suecas: cien mil dice, una. Doscientos mil, dice la otra.
Las calles cercanas encubren a presencia de las fuerzas policiales en estado de apresto. Han visto pasar al enemigo y los mandos estarán elaborando en plan de batalla a la espera de las órdenes del Ministro.
En un momento más comenzará el acto previsto pero no se puede ver el escenario. Un grupo de cien personas se congregan tras unas cincuenta banderas rojas de