¿En qué se reconoce un país “atrasado”? Fácil. Ponga Ud. que tal o cual país atraviesa un período dictatorial. Después de 17 años (o 40 como en España, o 43 como en Portugal, o más de medio siglo como en Egipto o en Túnez) de asesinatos, torturas y desapariciones y de leyes dictadas arbitrariamente por el dictador y sus esbirros, de algún modo el personal se saca de encima a los sátrapas.
El país “atrasado”, -como España, Portugal, Egipto o Túnez-, se apresura en dotarse de un marco institucional tan democrático como pueda lograrlo el impulso que le permitió terminar con la dictadura. No es fácil. En Egipto, -en donde aparte echar a Mubarak y juzgarle como el criminal que fue los militares siguen mangoneando como si nada hubiese pasado-, se multiplican las manifestaciones y protestas ciudadanas duramente reprimidas por la cúpula incrustada en el poder. Para conservarlo esa cúpula echa mano al conocido expediente que consiste en atizar los odios intra-religiosos para que el personal se olvide de lo esencial: sus derechos.
Un país “moderno”, como Chile, conserva todo el esqueleto institucional y el modelo económico depredador construidos por quienes manejan la manija, y hace como si viviese en democracia. Como si…
Túnez vivirá sus primeras elecciones libres el 23 de octubre. Para elegir una Asamblea Constituyente. Es decir para abolir definitivamente los resabios de la institucionalidad autocrática edificada por Habib Bourguiba y Zine el-Abidine Ben Ali con la complicidad del neocolonialismo francés, y para dotarse de estructuras jurídicas democráticas. No será fácil. Los observadores se interrogan sobre el hecho de saber por quién votarán las provincias y regiones olvidadas, aquellas que iniciaron la revolución que dieron en llamar la “primavera árabe”.
Sidi Bouzid, por ejemplo, allí donde el modesto Mohamed Bouazizi se inmoló por el fuego para protestar contra las exacciones del régimen, desatando con su sacrificio la revuelta liberadora. O en Kasserine, en donde la morgue recibió los cuerpos acribillados de balas de los primeros manifestantes.
A pesar de todo, los tunecinos se sienten olvidados. “Esta revolución la hicimos por nuestro pan, y aún no tenemos nada”, dice un vendedor callejero. “Con salarios de cinco euros al día las conquistas de la revolución parecen terriblemente abstractas”, afirma la periodista francesa Martine Gozlan en “Marianne”. Algunos desheredados piensan incluso que habría que volver a hacerla, esta revolución “que no nos ha dado ni trabajo ni dinero”.
Algunos reporteros hablan con otros olvidados a unos diez kilómetros de Hammamet, el conocido balneario para europeos. Sin agua potable, viven con tres euros al día.
Hay quien teme un triunfo del partido Ennahda, -islamista-, que podría aprovechar el desastre provocado por el desinterés de la dictadura por las víctimas del edén turístico. “Los islamistas no tuvieron ninguna responsabilidad en la insurrección, y esperaron prudentemente que el peligro se alejase antes de mostrar sus barbas”, dice Martine Gozlan.
Lo que plantea la cuestión de saber si la democracia debe excluir a priori a sus enemigos, o pretendidos tales. ¿Democracia? De acuerdo, pero siempre y cuando no ganen las elecciones aquellos que por tal o cual razón no nos gustan. O bien, excluyendo radicalmente los temas esenciales del universo de lo que puede adoptarse democráticamente. ¿Votar? De acuerdo, pero en el marco de una institucionalidad coagulada para la eternidad y sólo para confirmar las opciones ya decididas por un puñado de autócratas. O excluyendo de las elecciones los partidos que pudiesen poner en peligro el statu quo. Mejor aún, haciendo imposible su inscripción legal como partidos. Es el modelo chileno. Que se da el lujo de agregarle a todas las condiciones de imposibilidad ya mencionadas, un sistema electoral binominal, o sea antidemocrático.
Para desacreditar a Ennahda todo vale. Incluyendo sus fuentes de financiación. ¿De dónde proviene el dinero de Ennahda? Se afirma que el emirato de Qatar les llena abundantemente los bolsillos. Horror. Se trata del aliado de Francia y Gran Bretaña que financia la intervención de
¿Quién es enemigo de la libertad y la democracia en el mundo árabe? ¿Quién osaría acusar al emir Hamad bin Khalifa Al Thani de demócrata? Este autócrata gobierna Qatar desde 1995, año en el que le dio un golpe de Estado a su propio padre durante sus vacaciones en Suiza…
Esperemos que los tunecinos no se pierdan en el camino, como nos ocurrió en Chile. ¡Inch Allah!