Esta es, sin lugar a dudas, la primera gran derrota de la derecha y también del sector liberal del concertacionismo en el plano de la lucha de las ideas (incluida la dupla Bachelet-Velasco). De ahí un cierto pánico y desconcierto de las elites empresariales y las viejas elites políticas.
La exigencia de gratuidad de la educación en todos sus niveles se impuso en las mentes y corazones de la ciudadanía por la fuerza de la razón y el coraje intelectual del movimiento estudiantil. Es una victoria inobjetable contra el neoliberalismo y sus seguidores en el campo académico, empresarial y tecnocrático-estatal en un país cuya imagen de marca global era haber perfeccionado el neoliberalismo a extremos de “naturalizarlo”. El triunfo ciudadano atestigua de un cambio político cultural por la creación de espacios sociales y simbólicos libres de la lógica de la mercancía, la ganancia del capital y los mercados.
La función ideológica del neoliberalismo, que consiste en encubrir una realidad económica y social que beneficia a unos pocos, es la que hoy es visible en sus mecanismos y discursos. Y al serlo conlleva una buena dosis de pérdida de credibilidad del modelo neoliberal en su conjunto. Además, genera posibilidades subjetivas de plantear una ruptura objetiva con los mecanismos del mercado y la ganancia en otros sectores. Abre también posibilidades de liberarse del abrazo del oso del crédito usurero.
El temor a un “efecto dominó” que alcance la salud, la vivienda, la previsión social, las leyes laborales, la propiedad y destino de la renta de los recursos naturales y, que en un solo ímpetu cuestione el pilar económico del sistema bancario-financiero y productivo, tiene un impacto político cierto. A los liberales de la alianza los lleva entregarse en brazos de los conservadores de
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No olvidemos que el neoliberalismo —como doctrina y prácticas económicas— se impuso primero por la coerción armada de la dictadura y sus promotores derechistas y, más tarde, gobernó con el pleno consentimiento de los ex izquierdistas de
Dicho de otro modo, aceptaron el relato del neoliberalismo. Este sostiene, en filigrana, que la sociedad es un agregado de individuos o empresa condenados per secula a competir entre ellos en un marco dónde la producción y el consumo de mercancías están gobernados por las leyes de la maximización de las ganancias y beneficios … de los grandes propietarios (*).
Si todo es mercancía: todo se vende, cuesta y se paga. Y para consumir nos endeudamos. Suena casi “natural” decir que no hay gratuidad entonces. Es lo que repite Piñera cada vez que puede. Esta posición dogmática es objetada por el 80% de los chilenos y chilenas que apoyan las demandas por una educación gratuita para todos y todas financiada por el Estado. Fenómeno relevante y digno de estudio.
El movimiento social logró su cometido: ser portador de valores y reivindicaciones sentidas, profundas, pero insatisfechas por las instituciones, el mercado y los actores políticos existentes. Hoy se producen reacomodos. Por lo mismo, el movimiento social es también socio-político y al dirigir las demandas al Estado debe asegurarse que éstas no serán comprometidas por las negociaciones entre los viejos actores políticos institucionales. Las nuevas fuerzas sociales emergentes tienen poder y por lo mismo hacen política de control ciudadano. Para eso se necesitan mecanismos sociales y políticos nuevos y adaptados a las urgencias.
En los nuevos escenarios posibles, incluido el electoral, los participantes del movimiento ciudadano estudiantil juntos con los otros como el ecologista-medioambiental y el mapuche (al que tendría que agregarse el de los trabajadores) deben asegurarse de desarrollar fuerzas políticas propias y autónomas para imponer las demandas. Y saber reconocer a sus aliados.
La experiencia obliga a desconfiar de discursos, prácticas y maniobras de diversión de los viejos actores políticos hábiles en jugar en las viejas estructuras.