Las más recientes encuestas de opinión siguen marcando la tendencia a la baja en la popularidad del presidente Sebastián Piñera y la gestión de su gobierno. Hay, desde luego, fundamentos políticos que explicarían este fenómeno. Hagamos notar, por de pronto, las movilizaciones estudiantiles que le han impuesto un pie forzado tanto al gobierno como a la oposición. No obstante, hay razones comunicacionales que contribuyen a este descalabro en la percepción de la imagen presidencial.
La actual administración dio inicio a su “nueva forma de gobernar”, ligando de manera estrecha las figuras emblemáticas en el gobierno – la figura del presidente en primer lugar – a su presencia en los medios de comunicación. Esta estrategia posee la virtud de acrecentar la popularidad de un personaje en directa relación a su valor exhibitivo de manera muy rápida. Es el caso del ministro señor Golborne y del mismo señor Piñera durante el episodio de los mineros atrapados en la mina San José, hace ya un año.
La misma estrategia, sin embargo, entraña el riesgo de crear una dependencia muy fuerte entre la popularidad / aceptación de un personaje o equipo de gobierno a los inestables indicadores de “rating” En el ámbito comunicacional se sabe que los índices de popularidad son de suyo inestables; esto porque no se fundamentan en la “convicción” o adscripción valoriza o ideológica sino, por el contrario, responden a la “seducción” afincada en el gusto de ciertos públicos en determinadas circunstancias.
En pocas palabras: Como cualquier producto televisivo, el actual gobierno ha apostado su destino político a las veleidades de la seducción mediática. Desde un punto de vista positivo, la imagen hace posible una capitalización política elevada en un plazo breve; en su aspecto negativo, el capital político acumulado será siempre inestable y volátil. De este modo, la inscripción mediática del actual gobierno lo condena a la inestabilidad propia de sus públicos.