Ante el dilema de la razón o la fuerza, los mandamases de siempre han determinado que la única razón válida es la de ellos y la única fuerza legítima es la que defiende esas razones. Así, desde los albores de lo que hoy se llama Chile, las balas han volado siempre para el mismo lado, matando a los mismos de siempre, impulsadas por las mismas razones.
Por medio de cañones, balas o sables, las Fuerzas Armadas primero y luego Carabineros de Chile, han perfeccionado su acción en contra de quienes, de vez en cuando, levantan la voz para reclamar por sus derechos. Con el paso del tiempo sus símbolos institucionales, han devenido en símbolos de miedo.
El brazo armado de los poderosos siguen siendo las Fuerzas Armadas y Carabineros, cuyo respaldo legal se encuentran en las sucesivas Cartas Fundamentales. Puestas al lado de los ricos de todos los tiempos, los fusiles, las bayonetas y los sables, han apuntado siempre contra los trabajadores, los campesinos y los estudiantes.
El desorden, la anarquía, los saqueos, los daños a la propiedad pública y sobre todo, a la privada, han sido los argumentos que han esgrimido las autoridades de todos los tiempos para justificar la represión.
El Cuerpo de Carabineros de Chile ha sido el más importante organismo represivo que han usado los gobiernos en contra de los trabajadores, los campesinos y los estudiantes. Disciplinados como un Ejército, equipado con los medios más sofisticados que ofrece la técnica contemporánea, hacen gala de su subordinación al poder y no le tiembla la mano cuando hay que proceder en contra de quienes ponen en riesgo el orden público.
Resulta curiosa, sin embargo, la dicotomía que existe entre el servidor público que ayuda a las personas en circunstancias de emergencias en que la vida está en peligro, y el robot que no trepida en asestar un palo brutal a un adolescente que reclama por su pase escolar.
Los Carabineros son formados en una esquizofrenia que los hace por una parte, insustituibles ante las emergencias que afectan de común a los más necesitados y por otra, como insustituibles cuando el orden impuesto por los poderosos es amenazado por quienes lo sufren.
En el mismo momento en que sus colegas disparan a mansalva contra mapuches que defienden sus familias, un carabinero atiende un parto. Cuando un suboficial apalea sin misericordia a un adolescente de catorce años, un carabinero muy parecido en color y origen, salva a un accidentado en una carretera.
La estructura jerárquica de Carabineros coincide con la estructura jerárquica de la sociedad que juran defender hasta rendir la vida si fuese necesario. En la cúspide de la pirámide aguzada de su ordenamiento, se encuentran los apellidos rimbombantes, los cabellos rubios y los ojos azules. En la extendida base, la piel oscura y el apellido español, cuando no el del mapuche venido a la capital en busca de mejores horizontes. Y esa coincidencia rinde sus frutos.
En más de ochenta años de historia, la doctrina de carabineros no ha sufrido mutación. Siempre ha sido el brazo armado inmediato del poder en el cual se ha afirmado todo prepotente que se precie y que se vea con el poder suficiente como para dar órdenes de fuego, repartir reconocimientos y premios por el deber cumplido.
Consecuentes con su historia de personas desechables, han sido expulsados cinco carabineros por la responsabilidad que tienen en el asesinato de un niño en Macul. Al mismo tiempo, tímidamente se ha sugerido que el alto mando destituya al general que juró la inocencia de sus efectivos en ese crimen cobarde.
Como siempre, los incitadores para que estas desgracias se produzcan, las autoridades que ofrecen carta blanca y dan órdenes genéricas que son prestamente interpretadas por los mandos, quedan al margen de culpa alguna. Así, el Ministro Hinzpeter que al otro día del crimen de Manuel felicitó el cometido policial, hoy dice que el no tiene que ver en esa muerte.
Es posible que se juzgue al carabinero que disparó al aire