Noviembre 27, 2024

Confech-Piñera: la fractura de la noche no se negocia

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marchacut_8Diego Portales, el gran político conservador que echó las bases de nuestra república aristocrática, patentó la frase “el peso de la noche” para referirse a la hegemonía colonial y monárquica que nuestros patriotas buscaron reemplazar por veinticinco años.

 

 

 

 

Todo Estado basa su poder en el mando monopólico de la fuerza armada, el control de las principales instituciones y el ejercicio de la hegemonía, ese conjunto de valores dominantes en la sociedad, de “verdades” que no se discuten o se discuten muy poco. De lo que llamamos “el sentido común”.

 

En el Estado Vaticano o Santa Sede todos o casi todos creen que Cristo es Dios y el Papa es infalible y casto. También que el Vaticano (mil habitantes) es y será un estado independiente, que el latín es el idioma básico de la humanidad y que la Iglesia Católica tiene el derecho natural de poseer bancos y colegios, periódicos y universidades. Que ella, y no otra, es la iglesia creada por Jesucristo mismo hace dos mil años.

 

En el Estado Chino, de 1.300 millones de habitantes, muy pocos, casi nadie, cree en lo que creen los del Vaticano. No conciben que pudieren existir colegios privados con fines de lucro ni partidos políticos fundados en el pensamiento social cristiano o en las teorías liberales de Adam Smith. Respetan a Confucio y al marxismo de Mao Tse Tung y son, por cierto, partidarios del predominio asiático y mundial chino. En su “sentido común” los occidentales son niños de pecho y nosotros, los chilenos, los habitantes de un paisito del tamaño de una ciudad que produce mucho cobre por capricho de la naturaleza y a pesar de los derrumbes.

 

Las “creencias” tienen que ver con la vieja cultura de la sociedad y el dominio que han ejercido y ejercen en el conjunto de la sociedad las fuerzas dominantes en décadas y décadas, que se heredan y que se reproducen y socializan a través de la familia, las escuelas, la literatura, la música, los grandes medios de comunicación. Vivimos en una atmósfera de creencias que nos hace creerlas.  La hegemonía se establece cuando las ideas de los grupos dominantes son hechas suyas por el conjunto, de una manera “natural”, sin aparente imposición. Dicho vulgarmente: lo que creen los de arriba es verdad para los de abajo y los del medio, si los hay.

 

Suele criticarse lo que hacen los de arriba pero no lo que creen los de arriba.Es “el sentido común”.

 

En España, por ejemplo, no es ridículo, para la inmensa mayoría monarquista, que una señora se llame (al mismo tiempo) María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y De Silva Falcó y Gurtubai. Así se llama la actual Duquesa de Alba, y El Mercurio de Santiago la ha llamado recién “La mujer más noble del mundo”.

 

Pertenecen al “sentido común chileno”, por ejemplo, aseveraciones como:

 

La Guerra del Pacífico fue una guerra justa”.

“Las fuerzas armadas chilenas nunca se han rendido”.

La Antártica es chilena”.

“Poseer en propiedad privada empresas, diarios, escuelas, múltiples tierras, bancos, es un derecho humano”.

“La educación es LA única herramienta para ascender en la sociedad”.

“Los privados manejan mejor la economía que el Estado”.

“Los políticos son intermediarios entre la gente y el poder”.

“La democracia la queremos todos y todos estuvimos de acuerdo en recuperarla”.

“La educación no puede ser gratuita”.

“Nada es gratis en esta vida”.

“La ganancia empresarial (o lucro) es perfectamente legítima y debe existir para que los servicios y negocios funcionen bien”.

“Las grandes diferencias sociales y económicas son naturales, siempre han existido y siempre existirán”.

“El mercado es así, es cruel, pero no hay otra forma de producir, qué le vamos a hacer”.

“Los gobiernos son electos para que manden, no para ser mandados”.

 

De repente, de nuevo los pingüinos.

 

De repente, cientos de miles en las calles, con consignas rupturistas de esas creencias, de esa hegemonía. De ese “sentido común”.

De repente, el despertar de la solidaridad, de lo comunitario, de lo colectivo, de la importancia del ser, de que existen servicios públicos, de que lo empresarial suele ser injusto e improductivo, de que bajar los precios es posible, de que no todo es negocio, de que la educación no debe ser un negocio, de que hay que hacer una reforma tributaria porque vivimos en un país injusto y desigual, de que hay que pensar en la renacionalización del cobre. Y de que los gobiernos deben hacer lo que la ciudadanía mande, porque, en esencia, son mandados.

 

De que hay dirigentes que son por lo que son y no por lo que tienen.

De que los dirigentes jóvenes de izquierda son mayoría.

De que son progresistas y, más, que son inteligentes.

De que son inteligentes y, más, que saben, aun más que los senadores y diputados.

De que son preparados y, más aún, que algunas son bonitas y otros buenos mozos.

De que son líderes, sin haber estudiado para serlo, como promueven Tironi y Flores, y líderes incluso en Latinoamérica.

De que son referentes en el mundo.

 

Entonces, estas nuevas creencias chocan con las viejas y las viejas tiemblan, pierden piso, se baten en retirada, a pesar de que las nuevas acceden sólo por los intersticios, las rendijas, los vericuetos del sistema, a pesar de lo impuesto tanto tiempo, a pesar del peso de los medios de comunicación, a pesar de lo que Portales llamaba “el peso de la noche”.

Son choques de “paradigmas”. Son choques ideológicos. Son choques de “creencias”. Tiembla, hay crisis, se parte la noche, se quiebra.

 

Se enfrentan las ideologías y las ideologías no se transan.

La hegemonía tampoco.

Piñera no va a renunciar a creer que la educación es un bien que se negocia. Y a saber que los que negocian con ella son parte de su mundo y están de su lado.

Es su “noche”. Al amparo de esa noche creció su fortuna y su poder.

Si llega a un acercamiento sólo será para frenar el movimiento.

Pero ni él ni los como él tienen ya toda la manija. Retroceden.

Surge “un nuevo sentido común”.

 

 

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