Los españoles los llaman “vivillos”, políticos audaces con sentido de la oportunidad y la maniobra, capaces de alzarse al primer plano pero de opaca huella en la historia. En el polo opuesto y destinado, sí, a pasar a la historia, se encuentra el estadista que encarna una época y abre paso contra viento y marea a los tiempos nuevos.
Unos pocos políticos que irrumpen como vivillos se agigantan más tarde y llegan a convertirse en estadistas. Winston Churchill, uno de los grandes del siglo XX, que encarnó bajo las bombas la resistencia de Inglaterra contra la agresión alemana, se había iniciado como parlamentario impredecible y extravagante por el que nadie apostaba una libra. En España, Adolfo Suárez, ministro maniobrero del propio Franco, supo encabezar con visión de futuro la difícil transición a la democracia tras la muerte del caudillo.
Terrible puede ser el caso de los vivillos que logran poderes absolutos. Hitler, personaje insignificante cuyas teorías muchos consideraban pintorescas, embarcó a Alemania en la mayor empresa criminal de todos los tiempos, desencadenando una tragedia planetaria. Nuestro dictador Pinochet y el presidente George Bush, vivillos de luces limitadas, no vacilaron, el primero en ordenar ejecuciones, torturas y desapariciones, el segundo en autorizar la tortura y desencadenar la guerra de Iraq sobre la base de informaciones falsas.
¿Qué camino seguirá Sebastián Piñera?
Especulador financiero superdotado, su ascenso político ha sido hasta ahora el del vivillo. En la actual coyuntura, con una sociedad que toma conciencia de las iniquidades dejadas por la dictadura y perpetuadas por
Piñera ha invitado al diálogo y surge la pregunta: ¿Sinceridad o intento de ganar tiempo? ¿Vivillo o estadista? Pronto lo sabremos.
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