Portales estableció, después de la batalla de Lircay en 1830, un gobierno aristocrático fundacional, alejado de la monarquía española pero distante del pueblo al cual no consideraba, para nada, soberano. El poder, de alguna forma, provenía de sí mismo, del control de la riqueza y la represión (“el orden”) y de la propiedad de la tierra.
Estuvo, con intervalos, no más de 7 años como ministro en el gobierno. No fue ni senador ni diputado. Ni alcalde de Santiago.
Fue un aristócrata, que encabezó y representó a la aristocracia. Sin motes peyorativos, un aristócrata de verdad.
Hoy, a casi dos siglos de él, tal vez como excrecencia de la dictadura de Pinochet, y, envueltos aún en “el peso de la noche”, que como Portales parecen aceptarlo, han surgido los nuevos aristócratas de la política, aquellos que entienden al pueblo, a la ciudadanía, a la gente, no como depositarios de la soberanía sino como una muchedumbre difusa, casi anónima, de minusválidos políticos, de vez en cuando observadores del poder aristocrático, de vez en cuando pedigüeños marchistas del mismo poder, sólo tomados en cuenta para mantener el poder que los miembros de esta aristocracia no saben bien de dónde mierda les ha llegado.
Talvez, piensan, de alguna antigua representación, talvez del dinero gastado comprando propagandistas y anteojos baratos para intercambiarlos por votos, talvez del sistema electoral binominal, talvez de sus esfuerzos en la secretaría del partido, talvez de su influencia en los diarios, talvez de una buena cuña metida en un programa con alta audiencia, talvez de una designación.
Siempre allí, en las alturas, siempre allí, convencidos, sin decirlo, de que son ya no “profesionales de la política” sino aristócratas de la polis, miembros ilustres del poder per se. Algunos llevan 50 años en lo mismo. Unos, los del gobierno, tienen un 30 por ciento de respaldo. Otros, los de
Las máximas buenas acciones políticas de estos aristócratas con garras de barro son, para ellos, las de “preocuparse por el pueblo”, “tomar en cuenta la voz del pueblo” –que conocen por encuestas casi siempre hechas por sus asesores- y hasta proponerse “oír al pueblo” y, cuando más radicalizados y hasta medio revolucionarios, “dar participación al pueblo”.
¿Participación al pueblo? ¿En un sistema democrático? ¿Y, además, teniendo el apoyo que tienen? Ridículo. Tétrico. Patético.
La aristocracia es la antítesis misma de la democracia. Más lo es aún la aristocracia chanta, la que surge de la desfachatez de quienes “detentan”, porque de alguna manera los eligieron o designaron, el mandato ciudadano.
Un sistema es más democrático cuando la ciudadanía, en la que reside el poder, lo ejerce eligiendo a sus representantes de manera proporcional, controlándolos y acompañándolos en el ejercicio del poder a través de plebiscitos y otros mecanismos de la democracia directa.
Lo es también cuando las representaciones políticas de los movimientos sociales (que a su vez expresan diversos intereses y valores) se expresan y compiten.
En la democracia no existe un grupo que per se, por derecho natural, posee el monopolio de la verdad y del poder, como en la aristocracia.
En ella se ejerce el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Ese sistema, que evidentemente superó en la historia a la monarquía absoluta y a los gobiernos aristocráticos, es puesto contra la pared cuando quienes han sido elegidos representantes se sienten dueños del poder y, como mucho, ofrecen (¡vaya desajuste mental e institucional!) “participación”.
¡Qué atropello a los fundamentos mismos de la democracia!
¿Desde cuándo los mandatarios –los mandados- pueden ofrecer segmentos, cuotas. de poder a los mandantes?
En un mandato democrático – y ésa es la esencia de la democracia – son los mandantes los que mandan y los mandatarios los que deben cumplir con el mandato.
Si los mandantes entienden que los mandatarios (los mandados) no lo están haciendo bien tienen toda la facultad de cambiarlos, de reemplazarlos por otros, de poner fin a esa representación.
El ejemplo de
Hoy día,
¿Cómo es eso? ¿Son monarcas?
¿No se dan cuenta que actúan como aristócratas con garras de barro y que muy pronto pueden no estar donde están porque funcionó la democracia y el soberano decidió otra cosa?