Enero 2, 2025

MEO, te habla tu padre

marco-enriquez-ominami

marco-enriquez-ominamiAun cuando en el último tiempo las cosas para ambos no han ido muy, te escribo estas líneas apremiado por el curso que ha tomado la dramática e inexcusable marcha del país, y sobre la que hace dos años le prometiste a tantos hacer algo grande para cambiar lo que a esos tantos les resulta insostenible, pero con lo que deben sobrevivir al amparo del “mal de muchos, consuelo de tontos”; en especial, a aquellos que votaron por ti en la última elección presidencial, y que veían en tu performance al Robin Hood criollo capaz de atracar el bolsillo y los intereses de los avaros.

 

 

Pero, seamos sinceros, no tiene nada de malo. Tú no eres revolucionario –para empezar nunca empuñaste un arma ni tampoco te embalaste en esa épica subversiva del desencanto, que a estas alturas ya no sabe a nada–, ni tampoco lo son los que, empoderados de la diferencia que les ofreciste desde la actitud desafiante de tu ímpetu juvenil, te apoyaron sin pensarlo mucho. Tú no eres ni serás revolucionario, porque entre otras cosas, las revoluciones (y por ende los revolucionarios) como entidad histórica o fenómeno social, ya no calientan a nadie, y no sé si aún existan o sean posibles en un mundo que se ensimismó en el consumismo y en la prontitud del exitismo.

Tú, MEO, hijo mío, eres cambiario. No en el sentido material de las pizarras de Agustinas, ni en la dimensión populista de la demagogia del gatopardismo en que se empeñan a su turno aliancistas y concertacionistas. Eres cambiario en la medida que te desagrada –igual que a mí y a millones– la mugre de país que nos toca vivir; lo eres desde la pulsión vital del que tiene ganas y tiempo de ocuparse del futuro, de lo nuevo, de lo diferente, de lo necesario; lo eres desde el desequilibrio del que no tiene apuros por esa lesera de la consolidación urgente aterrada por el fracaso inminente, ni por la premura de enriquecerse de aquí a mañana, y del que puede imaginar lo imposible desde la generosidad y gastarse los próximos cuarenta años en conseguirlo, sin perder el aliento ni el norte. O sea, aún eres joven.

MEO no seas como Martín Vargas quien dilapidó cuatro ocasiones para coronarse campeón mundial, ni tampoco hagas lo mismo que la Roja en la reciente Copa América, donde, tras la prematura y afortunada eliminación de nuestras consabidas bestias negras, la mesa estaba servida para alzarse con el trofeo; ganarle a los venezolanos era pan comido, un trámite, pero los millonarios cabros de Borghi fueron incapaces de hacerlo. En cambio, los paraguayos sí lo hicieron, y sin haber ganado un solo partido llegaron a la final. No siempre ganan los que deben, sino los que quieren y pueden hacerlo.

Tú ganaste la fase de grupos –superaste la primaria chanta de Camilo y sus secuaces, y las zancadillas de tus tíos– y después perdiste en semifinales, lo que no quiere decir que los finalistas eran los mejores. Basta ver cómo está el país para darse cuenta que el campeón no ha estado a la altura de la excelencia prometida, mientras que el subcampeón volvió a la pega segura al día siguiente de la final a la que se presentó con gol en contra y varios jugadores menos, es decir, salió derrotado desde el camarín; peor aún, cedió el título a sabiendas que en cuatro años más la amnesia social podría favorecerlo con una nueva posibilidad de ser finalista, y en una de esas, a cobrar. Piensa, en nuestra vida política actual no existe un Brasil o una Argentina a quien temer. Son todos de segunda.

Anda y encarámate en las encuestas de nuevo, impresiona a esos sabelotodo de los estudios de opinión. Por lo que se ve, esta vez las papas están pa’ cazuela. El río está demasiado revuelto. No pierdas el tiempo en dispersiones de las que pueden ocuparse otros. De pronto no es la Gordi, ni ninguna de esas pijecitas con ambiciones presidenciales, ni los coroneles de Chacarillas, ni los condes ni marqueses del vetusto caudillismo terrateniente, ni los mediáticos ministros, con los que te toque competir. En una de esas, te salen al camino la mismísima Natividad Llanquileo, con su voz potente y arraigo ancestral (¿por qué los chilenos no podríamos tener nuestra propia Eva Morales?), o la sesuda líder del movimiento estudiantil Camila Vallejo. Esas minas son de verdad. Tómalas en serio –son harto más que dos rostros sensuales que enloquecen a los gráficos– porque el futuro lo construyen los jóvenes para los niños. Los viejos ya pasamos.

La próxima elección se dará en la frontera de los cuarenta. Y tú los tendrás. No mires para atrás, sino al lado y adelante. Olvida a tus tíos buenos para los codazos y auspicios varios, en cinco años más estarán en un asilo de ancianos. Convoca a los jóvenes. Imagina si los dos millones de no inscritos dan el paso y deciden gravitar eligiendo a alguien que los represente mejor que esa montonera de mentes seniles que anda por ahí. Chile necesita otro aire. Antes de morir quisiera ver a más Natividades y Camilas, a más talentos y honradeces, a más comprometidos que involucrados en la toma de decisiones de un país que de no mejorarlo, lo perderemos a manos de una tropa constituida en su mayoría por incompetentes e irresponsables de uno y otro lado. Chile no tiene un problema político entre dos alternativas de poder, entre izquierda y derecha, esa es una cuestión simplista, reduccionista dentro de la lógica del empate, que se esfumó entre los escombros de la caída del muro de Berlín. En Chile no pasa de ser una cortina de humo para mantener el sistema binominal, una aberración de la representatividad popular.

La Alianza no es gobierno, ni la Concertación es la oposición (ésta es mucho más amplia que sus cuatro partidos). La primera no existe. La segunda tampoco. Ninguno de los dos conglomerados que se han adueñado del espectro político en los últimos veinte años (al estilo gringo) ha sido capaz de asumir su rol. La Alianza fue superada por el personalismo transversal de un primer mandatario ultra protagonista. La Concertación es el nombre que quedó de un grupo de amigos que ya no lo son. A ellos les ocurrió lo mismo que a los radicales, que después de tres gobiernos consecutivos se transformaron en mito urbano. El problema del Chile actual es generacional, etario. Aquí sobran los anquilosados, los dinosaurios, los cuidapegas; el amiguismo “erselente”, la miopía, el cerumen, la imposibilidad de distinguir los términos “crecimiento” y “desarrollo”. Aquí falta savia nueva, con un poquito de inteligencia, nada más. MEO, si no te apuras, para 2014 podrías estar saliendo a mear con tus tíos artríticos de Paris 873. Háblale a la juventud. Los jóvenes escuchan más. Y tienen fuerza y poder para cambiar las cosas.

 



PATRICIO ARAYA GONZÁLEZ
PERIODISTA
patricio.aragon@gmail.com

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *