Claudio Borghi, entrenador de la selección de fútbol de Chile, es un buen tipo, me cae bien, también los muchachos de la roja (salvo excepciones). Sin embargo, cuando la Roja fue eliminada de la Copa América, no pude disimular mi alegría, no porque fuera Venezuela la que la eliminó (¡Viva Chávez y la revolución bolivariana!), la explicación obedece a otras motivaciones.
Aclaro: No soy fanático del fútbol, hace años que no voy a un estadio. De los campeonatos locales no tengo idea, salvo el vandalismo que, de cuando en vez, protagoniza la fanaticada en los alrededores del Estadio Nacional y la Plaza Baquedano. La última vez que concurrí a un campo deportivo fue al Estadio Nacional, no para ver fútbol, sino a Joan Manuel Serrat después de varios años de ausencia de nuestro país. Sin embargo, cuando hay fútbol internacional soy el primero que me pego al televisor para disfrutar del espectáculo.
Ahora bien, la Roja me ha suscitado encontrados sentimientos. Me remonto a la selección del 62, cuando salieron terceros en el campeonato del mundo. Para mi gusto, la mejor selección chilena de todos los tiempos. Una selección con la que nos sentíamos identificados. Fernando Riera, un gran maestro, logró imprimir a sus dirigidos una mística triunfadora. Jugadores de la talla de Leonel Sánchez, Honorino Landa, el chita Cruz, Raúl Navarro, etc., conformaron el equipo de oro. Además, de buenos para la pelota, todos unos tipos, sencillos, modestos y no tan hincha pelotas como lo son la mayoría de los buenos jugadores de ahora.
Las selecciones que siguieron, nunca lograron llegar a la altura de la Roja del 62. Al contrario, su característica fue siempre la de jugar especulando, sin mentalidad goleadora, arratonados en el área de su propio campo. Así y todo, después de la 62, también hubieron algunos buenos jugadores que destacaron (muy pocos): Elías Figueroa y Carlos Caszely, y más últimamente, Iván Zamorano y Marcelo Salas.
Jorge Luis Borges dijo una vez que “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Y es cierto, hay en el fútbol una popularidad que se vuelve estúpida. Sin embargo, hay excepciones. En este punto, quiero detenerme, en una figura que considero excepcional: Marcelo Salas. A mi juicio, una figura redonda, una figura completa. No sólo gran jugador y goleador, sino un tipo sencillo, modesto al que la gloria y la fama no lograron envanecer ni transformar en lo que siempre ha sido y en lo que es. Reservado en su vida privada, evadiendo en lo posible a los medios de comunicación, alejado de la farándula, hablando lo justo y necesario en momentos que le ponían un micrófono, etc. En fin, como futbolista todo un ídolo, y como persona, un gentleman, un perfecto caballero. Un buen ejemplo para los jóvenes futbolistas que aspiran a triunfar.
Ahora bien, con el advenimiento de la dictadura todo pareció cambiar en nuestras vidas. El mundo del fútbol tampoco pudo escapar a esta impronta. Y tanto fue así, que cuando nuestra selección jugaba, en momentos que un populacho irredento se desgañitaba gritando por ella, yo cruzaba los dedos para que nuestra selección perdiera. Me parecía patético que mientras Pinochet mandaba asesinar, hacer desaparecer, exiliar y causar tanto dolor a miles de compatriotas, unos peloteros se estuvieran prestando para adormecer la conciencia de un pueblo, un insano escapismo que para nada ayudaba a la lucha que, en ese entonces, estábamos librando. Una imagen que quedó grabada en mi inconsciente sin poder sacármela todavía de encima.
También, de esa época, es que a nuestro himno nacional lo empecé a detestar. Cuando estaba en eventos, iniciado a los acordes del himno nacional, mientras los demás cantaban, de mi boca jamás salieron palabras para acompañar sus acordes. En mi opinión, su edulcorada letra y su ramplona metafísica me parecían creadas para satisfacer los egos y veleidades de una burguesía hipócrita satisfecha. Su letra me resulta fastidiosa de principio a fin. Sus inicios, “puro Chile es tu cielo azulado” una descontextualizada metáfora, que no deja de esconder lo falaz de su contenido. Sí, porque el cielo de Chile hace rato ya que dejó de ser puro, y su azulado ya no lo es tanto, cada vez más cubierto de negros nubarrones. Su estrofa final, para el bronce: “vuestros nombres valientes soldados”, una grotesca burla, una tomadura de pelo, en definitiva, un gran sarcasmo.
Lo mismo me pasa con el slogan de nuestro escudo: “Por la razón o la fuerza”. Asocio la palabra fuerza como la más fea y retrógrada de todas las palabras. Se me vienen a la memoria la fuerza con la que Pinochet aplastó a nuestro pueblo, y también, la fuerza con la que el imperialismo norteamericano aplasta y domina a grandes regiones del mundo. Una palabra que contraría los más altos y nobles sentimientos de paz y humanidad.
La bandera chilena, sigue igual suerte, un simple paño al que se le han pintado tres colores y colgado una estrella, un símbolo utilizado por el poder económico y la burguesía criolla para dar rienda suelta a un patriotismo y chauvinismo chabacano y barato.
En definitiva, desde ese entonces, siento desprecio por toda clase de símbolos nacionalistas o de similar especie. No me causan ningún sentimiento, ninguna emoción, me resbalan, no me representan en absoluto. Me persigue el ideal de que entre los pueblos no existan fronteras, de que seamos todos una sola patria, tengamos todos/s una misma bandera y cantemos todos un mismo himno (¿La Internacional?). En fin, una especie de comunismo universal, en donde esté instalada a gusto toda la gente, con igualdad de derechos y verdadera justicia social. Por esta, y otras razones, es que detesto todo aquello que hoy día las mayorías abrazan: la bandera, el himno, el escudo y todas esas cosas…
Como corolario, no es que odie al fútbol en sí, lo que si odio es que todo sea fútbol, que haya fútbol los siete días a la semana, que el fútbol sirva para tapar los grandes temas. También, odio al fútbol cuando veo a nuestra selección entrar a La Moneda, y más lo odio cuando Piñera mete sus narices para enturbiarlo todo. En fin, odio al fútbol cuando se le considera como una cuestión de Estado, cuando se exagera demasiado la popularidad de los jugadores. Odio que la pasión por el fútbol sea aprovechada por la publicidad, que mercachifles y mercaderes se apoderen del fútbol. Odio que el fútbol paralice actividades, que directivos y empresarios se cuelguen de las pelotas de los jugadores. Y, por último, odio que los jugadores ganen más que el mejor de los científicos, más que el Presidente de la república, más que varios ministros juntos, más que el intelectual más destacado, más que el empresario más exitoso, etc. ¡ Y todo eso tan sólo por chutear una pelota! .… ¿No les parece como mucho?
¿Y Bielsa?
Bueno, en este punto tengo que escribir con mayúscula. Con su llegada un aire fresco empezó a entrar en las entrañas mismas del mundo corrupto del fútbol. Después de años que nuestra selección no le achuntaba a una, Marcelo Bielsa llegó a transformar a la Roja en un equipo de ataque y con mística. Justo lo que faltaba para salir adelante. Sin embargo, más allá del fútbol, destaco, Bielsa logró mostrarnos una ética, una palabra que la corrupción en el fútbol y la política logró por largos años erradicar de nuestro léxico. Bueno el resto ya se sabe, por corresponder a hechos recientes. Juntos, la mafia del fútbol y la política corrupta, digitados desde el propio palacio de La Moneda (según afirman los que saben de esto), lograron mediante un sibilino complot hacer rodar la cabeza de Bielsa y Harold Mayne Nichols juntos. Poco importó el proceso, poco importaron los triunfos, todo eso se sacrificó en aras del fútbol-empresa, de lo cual como sabemos se aprovechan los empresarios, directivos y lobistas, parásitos y chupa sangre, hasta donde aquí se sepa.
Como decía al principio, quería que Chile perdiera. No soportaba el cíclico ataque de nacionalismo y las horas de debate radial y televisivo sobre la pelota y los peloteros. Deseaba que el circo terminara cuanto antes. Chile fue eliminado de la Copa América por Venezuela, algo imprevisto dicen los cachetones chilenos que se creen todos los mitos que les meten los medios de comunicación. Sin embargo, la lógica terminó echando por los suelos las falsas ilusiones estimuladas por los programas deportivos criollos. Después de todo, Venezuela no era tan malo como querían convencernos Carcuro y Solabarrieta, los dos charlatanes radiales que hacían gala a cada rato de su nacionalismo y chauvinismo criollo. En definitiva, para no pocos, entre los que me cuento, la eliminación de Chile por Venezuela ha representado todo un alivio, un respiro, un desahogo, ante tanta esquizofrenia y estupidización colectiva que los medios de comunicación armaron y alentaron en torno a una simple pelota.
¿Se imaginan si nuestra selección hubiera seguido escalonando posiciones más altas en el tablero?… ¿O si hubiera salido Campeón de la Copa América?…Francamente, así lo creo, Chile se habría transformado en un país insoportable, mucho más de lo que ya lo es. ¿Se imaginan a Carcuro y Solabarrieta, esos tediosos charlatanes del fútbol, con lágrimas en los ojos, frente a las cámaras de televisión, abrazándose emocionados y agradecidos de vivir en un país tan Súper y tan lindo como éste y, sobre todo, tan bueno para la pelota. ¡Insoportable!
Y como toda nota tiene que terminar, termino ésta señalando que lo que pasa en el entorno del fútbol chileno, es fiel reflejo de lo que pasa en todas las demás actividades del país entero. No por casualidad José Bengoa, en un reciente artículo de cómo Chacarillas acabó por tomar por asalto La Moneda, haya finalizado indignado con la siguiente frase… “Vergüenza me da. Vergüenza me da de ser chileno.”
Pero, más directo y duro fue Ulises Hernán Urriola Urbina, quien desde Francia renuncia, simbólicamente, a su nacionalidad chilena
“Estas farsas que el gobierno de Chile lleva adelante como si fuera una necesidad, me dan asco y ganas de vomitar. Es por eso que opté por deshacerme de este fardo “patriótico” renunciando a mi nacionalidad de un paisito mediocre, lleno de fantasías y sobre todo de mentiras, que no sólo oprime a sus ciudadanos, sino también engaña al planeta entero.
Para mí, ser chileno me avergüenza, y es tanto que no puedo soportar un minuto más de sentirme “cómplice” de un estado de oprobio… ¡Renuncio solemnemente a mi condición de ciudadano chileno para no salpicarme de mierda!”
Y todo esto, a propósito del fútbol chileno