La crisis financiera en curso obligó a los gobiernos a tomar varias medidas. Dependiendo de las relaciones de poder, éstas diferían de los rescates de instituciones financieras e implementación de las políticas de austeridad (en Estados Unidos o en la Unión Europea), a medidas relativamente más progresistas, como estimular la demanda o ampliar redes de protección social (en algunos países latinoamericanos).Según el argumento central del nuevo libro del geógrafo marxista inglés David Harvey, The enigma of capital, Londres 2010, el capitalismo nunca resuelve sus crisis; sólo las desplaza: de un espacio geográfico o de un sector del sistema al otro. Así, la crisis surgida en el sistema bancario no ha sido resuelta, sino desplazada a los estados naciones y convertida en un problema de la deuda soberana de los países.
Tras un meltdown de los bancos (que tomó por sorpresa a los mismos economistas conservadores), nos encontramos de vuelta en un terreno conocido, con las tijeras de la ortodoxia neoliberal en la mano: cut, cut, cut!
Todos de repente se preocuparon por los déficits. Pero los programas de austeridad (recortes de gastos sociales, despidos de trabajadores públicos, congelación de salarios, etcétera), presentados como simples medidas técnicas para controlarlos, son en realidad herramientas políticas para suprimir aún más el mundo de trabajo y hacerlo pagar la crisis. Estos ajustes golpearon también las pensiones y a los trabajadores inscritos en los sistemas públicos: la contrarreforma en Francia retrasó la edad de la jubilación de 60 a 62 años. En España de 65 a 67.
Como subrayó la OCDE, la crisis resultó ser a la vez un golpe duro para los sistemas privados de pensiones basados en la bolsa (las Afore o AFP), que reportaron pérdidas significativas, perjudicando otra vez a los trabajadores.
Mientras los gobiernos conservadores de Chile o México –donde operan los esquemas de la capitalización individual– no han reaccionado, los izquierdistas de Argentina y Bolivia renacionalizaron pensiones privatizadas en el auge neoliberal en los 90. Bolivia rebajó incluso la edad de jubilación de 65 a 58 años. Protegieron así tanto el futuro de sus ciudadanos como los déficits de sus países (los fondos aumentan la deuda pública, ya que compran mayoritariamente los bonos del Estado).
Aunque Polonia salió relativamente ilesa de la crisis (al contrario de Letonia o Hungría), su gobierno neoliberal ya preparaba despidos en la administración para controlar el déficit. Finalmente optó por reformar parcialmente el sistema de pensiones (copiado en parte del modelo chileno), reduciendo los aportes para los fondos privados de 7.3 a 2.3 por ciento del salario. Debilitó así el sistema financiero y fortaleció el componente previsional público. Gracias a esto, el erario ahorrará este año hasta 11 mil millones de zloty (3 mil millones de euros).
No se recurrió a la nacionalización por miedo a los mercados financieros: Hungría, hundida en la crisis, restatizó sus pensiones y las agencias de rating le rebajaron la puntuación. Además, al gobierno le resultó imposible negar totalmente el mito de la superioridad de la capitalización individual por encima del manejo estatal, el núcleo de la ideología neoliberal.
Ya que ésta no ha perdido su peso: en el mismo tiempo los neoliberales polacos empujaban una mayor comercialización del sistema de salud, rechazaban políticas anticíclicas más activas y estimular la demanda (subieron el IVA). Para ellos la única estimulación ‘responsable’ son los flujos del capital.
La privatización de pensiones en Polonia –a finales de los 90– estuvo pensada como eje central del nuevo orden económico
y una señal para los inversionistas privados, en un afán de atrapar los flujos del capital en la zona postoviética. Como era de suponer, las Afore polacas no resultaron ser un motor de la economía
, sólo un gran negocio para los bancos.
Con la reciente corrección al sistema, el Estado sorpresivamente limitó este business, protegiendo a la gente de menores ingresos, con una historia de trabajo más turbulenta, y a las mujeres (por el tiempo de trabajo más corto).
Pero por más socialmente avanzada, esta medida más bien es un intento de emitir un comunicado al capital como hace una década: estamos controlando el déficit, ¡no duden de invertir acá!
Como subraya David Harvey, el neoliberalismo como proyecto de clase recurre a las políticas más contradictorias para obtener sus objetivos: sin importar sus ‘principios’, los neoliberales pueden por ejemplo inflar el déficit a su conveniencia (¿recuerdan a Ronald Reagan?).
Tomando las medidas en favor de la mayoría de la gente, el gobierno polaco busca en realidad equilibrar el sistema en favor de las clases dominantes.
A la gente común y corriente pronto le pasará, por otro lado, la factura por la crisis.
* Periodista polaco